por Paúl Álvarez
Ron Silliman es un poeta Americano. Nació en Pasco, Washington en 1946,
creció en Albany, California, y desde 1995 vive con su esposa y dos hijos en
Chester County, Pensilvania, donde se desempeña como analista del mercado
en la industria de las computadoras. Fue uno de los fundadores del movimiento
Language Poets en los setenta. En el 1998 se convierte en Miembro Asociado
en las Artes y en el 2002 en Miembro del Consejo de Artes de Pensilvania y en
el 2003 en Miembro Literario de la Fundación Nacional para las Artes. Sus más
de 26 libros (entre trabajos críticos como La Nueva Oración, La Escuela de la
Quietud y Post-avant), su placa en el paseo de Berkeley, su blog www.
ronsilliman.blogspot.com, sus recitales; son bases interesantes de conocer. El
poema que leerán a continuación es la segunda parte de su libro (R), el cual
pertenece a una obra mayor que viene preparando el poeta desde hace algunos
años, es decir toda su obra son elementos de obras que aparecerán en una sola.
Tengo entendido que una de ellas se llama El Alfabeto y otra de nombre más
reciente El Universo. Este poema, un collage de las Artes, del sueño Americano,
para leerse ahora o nunca, fue publicado por Silliman en el 1999.
R
Para Lyn Hejinian
Primero tócame.
Había una vez un muchacho de Nantucket.
El poema es la práctica (el borde de la frente en el espejo retrovisor).
Me sentaré aquí y escribiré una escalera yo mismo.
Es borroso el sueño o la memoria del sueño.
La sintaxis va y viene entre líneas, largo acecho escurridizo.
La montaña de mierda de caballo humeando en la lluvia.
La primera compra, la mejor compra (reflejo de náusea en el O.K. Corral).
Dan Quayle: “Yo no soy una planta en maceta.”
El placer en el ocio es la medida en que se demuestra.
Sin camisa, reclinado en una silla en un día frío.
Quiere decir que a Lucy le dijeron Lucy y a Desi Ricky.
Cómo es que al ponerte los pantalones el dedo gordo de los pies sirve de sonda.
El hoyito perforado en el lóbulo de la oreja.
La bocina del camión anuncia una cuadra antes la proximidad del comercio.
¿Quién es ese pájaro enmascarado – el alcaudón verdugo (el nuevo movimiento
granjero)?
La imagen de la promesa: un grano de condición escrito en los sueños.
Enterrando rayos tan rápido como puedo, gatos luchando como
dinosaurios.
El día dividido por sus guineos.
Tocas mi texto, te parto cara.
¿Qué cierra a un cerrojo?
La utopía perfecta de Mapplethorpe: alumbrar la mente.
El lenguaje mismo es en vano o de moda (ennegrece el cascarón).
La pedante nación invade donde se le pegue la gana – nada más fíjate qué tan
absorbente se torna la hoja de la historia.
La vida despierta tiene su propio estado de gracia (pase la sal).
Dejado por accidente arriba de una hornilla encendida, el plato de
Pyrex explota debajo del humoso pastel.
Bandada de sastrecillos en un árbol sin hojas.
La Nueva Teoría en papel rústico enviado en masa demuestra la saturación del
mercado.
Despierto al amanecer con una canción en mi “corazón”: “Amo lo que me haces,
Toyota.”
Oye, nosotros sólo experimentamos nuestras vidas como marchando hacia
adelante en el tiempo y eso es en realidad totalmente inverso.
Aquí sentado a oscuras, esperando al sueño retroceder.
Ocúpate de los obreros transitorios ahora o da por perdido por siempre tu
mercado (la capa de la lengua es tan gruesa como la nieve en la
mañana).
Entramos por el portón de tal modo que no fuéramos comidos vivos por la
policía.
Roma si tú quieres (a todas partes, a todas partes del mundo).
Ella enseña est a niños de barrio.
Patty Hearst contratada para el rol en una película de John Waters – “sabemos
que se deja guiar.”
Tu sentencia aquí.
Swamp thing, you make my heart sink, you make every think Pos-X.
Paleta de un cielo tóxico rojo anaranjado, infladas nubes retirándose de la costa,
la silueta de un jet cruza el sol, izquierda a derecha.
En la picada corriente, la sirena de la niebla antes del amanecer, el gorjeo de la
paloma contiene su eco.
Alerta comunista (desapartándose): entre la Palatino y la Times Roman se
interpone un Bembo, raspando, creándolo, tres estrellas, chequéalo.
Visualmente, las jarras de los alimentos secos organizan el espacio del
mostrador de la cocina.
Derrotados en gran medida, los diminutos sustantivos brillan a oscuras, el
apresurado texto nocturno (barcos balanceándose mar adentro, recién
escapados de la isla volcánica).
Las campanillas de viento de los vecinos en la tormenta, la incansable melodía.
Buscando a tientas el interruptor de la luz, luego entrecerrando los ojos para
no ser deslumbrado.
No creo que estemos más en Leningrado, Toto.
Un día después, el brócoli cocido reposa blando en la olla.
Cada silla en la casa se ha cogido como perchero de abrigos.
Me hago una imagen muy detallada.
Adormilados, nos enrollamos uno con el otro en la extensa cama, la Gran
Cuchara.
La terraza parte atrás es una mezcolanza de lo imprevisto.
El zumbador detrás del árbol de abedul, alumbrado por el sol, la imposible
identificación con más detalle.
El levantamiento de costumbre, usando la alarma del reloj.
La impresora sin el controlador de impresora.
El retrato de Pushkin grabado en una pluma (que es, de hecho, un bolígrafo
incrustado en el cálamo de una pluma).
La nevera es un quiosco de eventos futuros (un alfabeto de imanes).
La manera en que coloco la mano debajo de mi cabeza cuando me acuesto de
lado (encogido como un puño).
Estalla la guerra de gatos en el techo.
Levántate, para que los rebosantes mercados corporativos de la carne te corten
la circulación.
Ese momento, al despertar, cuando primero reconoces el sonido de la lluvia.
Desnudo en el sueño, saltas desde la empinada loma al río sin profundidad,
golpeando las piedras.
Una hora augura cómo florecerá el día.
La locomoción de las bajas hélices del helicóptero agita la casa.
Empieza el día, los fragmentos por todas partes.
Pasando el marcador fosforescente sobre una línea del texto.
El agua está apunto de hervir (el mesero está apunto de salir).
Ese momento que puedes ver la forma del monte (apagado) delante de la caída
de la noche.
Zanates mexicanos pitan en los árboles.
Esa no es un chaqueta de cuero que tienes puesta, es una actitud.
En ese instante, imaginando este cuaderno extraviado en el avión (o, peor aún,
varado todavía en Dallas o Houston, en cualquier parte), la ola de
pánico, la nausea, te abruma.
Las divergentes peleas mientras se llega al acuerdo (la memoria no deja de
sorprender).
James Brown cantando Es el Mundo de un Hombre suena eternamente
(irónicamente) en la imaginación.
La poesía de la memoria por encima de la poesía del papel, dice Ilya, porque “en
Rusia, es muy duro comprar papel.”
Por aquel lado de la cocina el linóleo se despliega a ras del suelo hasta llegar a
la parte inferior de los gabinetes de la repisa.
En el seno de un vuelo de zumbadores para encontrar la música (la capa inferior
galletas saladas, la capa de en medio gelatina, la capa superior suspiro).
La llave de paso sobresale de la pared de concreto, se trata de poner una
manguera en el agujero.
Pezuñas, flechas, algo sobre el papel.
Siempre, el lanzador tira a primera para mantener al corredor embasado.
El canto de mirlos (de ala roja) elevándose por el hoyo del desagüe.
El algoritmo y el blues, muchachos, inventan un antiguo juego de palabras.
Hoy noté una mancha al filo de la página, como si se convirtiera en mármol al
cerrar el libro.
En un viejo hotel el continuo coro de tuberías cuando se descarga un inodoro.
Una fiesta en un ático, pero en el desierto, así que el ático se abre a una
expansión de arena atravesado lentamente por un tren, las campanas del
cruce resonando a distancia en alguna parte, mientras ella te explica el
significado de “congelador de barro” y tragas de nuevo otra jugosa flor de
brócoli.
Luego de haber resbalado al seco hoyo de hormigón en medio de su “ambiente”
y los visitantes del zoológico, la especie de oso hormiguero se aviva con
pequeños, rápidos, nerviosos círculos, física expresión de pánico.
Rosados-anaranjados surcan el cielo antes que aparezca el sol: las primeras
sombras son las más largas, la mayoría solitarias.
El pasado, el presente y el futuro: el sueño es anudado con memoria (el
cuerpo duerme profundamente).
La paloma Inca es más pequeña de lo que imaginas, del tamaño de un gorrión,
palomas y zanates en el centro de la piedra del parquecito público.
Dinosaurios pequeñitos vendidos vivos como mascotas o comida en el mercado
de las pulgas (este muerde sin colmillos mi dedo, una presión
encantadora).
En el sueño tengo una discusión a gritos por teléfono con un extraño, pero
cuando doy la vuelta para regresar, la puerta se ha encogido a tres pies
de altura y me veo forzado a gatear hacia la escalera del pasillo.
Las palabras silban, detrás de ellas el taconeo de consonantes desordena el
pensamiento (un arreglo de Adorno).
El sueño donde mis dientes se aumentan (lujoso abanico de madera, cada una
de las hojas contiene impresa un poema de una palabra del tamaño de un
sello escrito en cartulina de colores, cada poema encabezado con la
misma palabra, todas en mayúsculas, supón que sea el título).
Somos los huéspedes en la casa de alguien en la Europa Central, excepto
que es un sitio de paso y nuestros anfitriones están fuera de la ciudad,
entonces nos toca barajárnosla.
Si rasgo mi ojo izquierdo, la sangre empieza a correr por mi mejilla.
Una vasija de limones tan vieja que maduraron a peras amarillas.
La tinta azul sobre el papel gris bosqueja como un jardín.
El gavilán pescador, en lo alto de la desembocadura del río, dando círculos con
un pez en sus uñas.
Sobre la piedra negra, solamente el pico anaranjado del ostrero es visible.
En Willits, ¿dónde hay para comer?
Guineos en la madrugada: arranca el día.
¿Qué se hizo de (tu nombre aquí)?
Una vieja taza de Navajo se convierte en receptáculo de cepillos de dientes al
lado de un trío de tarros con violetas Africanas.
Las aves empiezan a cantar antes de hacerse visible la mañana.
Televisor encendido con el sonido apagado, pantomima de un partido de béisbol.
En el sueño pasé la noche durmiendo en un carro y vivíamos en un piso estrecho
al Sur del Mercado.
En cambio éste, que ocurrió en un país extranjero curiosamente parecido a
Tucson, es un misterioso homicidio, elegantemente estructurado, lo
resolví por medio de la razón.
Iba a ser una lluvia tibia, el cielo descendía y todavía sin nubes se veía gris,
y estas fueron sus primeras lágrimas.
El impulso de la oración es extender, nunca trancar.
El horno eléctrico tiene alto el fuego, la puerta abierta, calienta la habitación, sus
anaranjadas barras espirales, cada una con la forma de la letra M.
El mostrador en forma de L culmina en la estufa (blanca) al lado de la nevera
(amarilla).
Entonces, cuando por fin llega el sol, los pájaros se tranquilizan, volviendo por
poco al silencio absoluto.
El cielo nublado nunca es exactamente gris o blanco, pero si salpicado,
descolorido, sombras al borde de la nube.
La tierna melodía de las campanillas de viento bajo la lluvia (¿Dónde está el
conflicto social de este poema?)
La inercia de soñar: uno quiere continuar.
Levantado, recuerdo el sueño de una discusión, pero no con quién.
Los aeróbicos son de bajo impacto en una vasta planicie del medio oeste,
decenas de miles de personas en líneas más o menos rectas, una voz
femenina repite números de un sólo dígito una y otra vez.
El canto a la medianoche pertenece al murciélago (el cielo de Tuscaloosa es tan
claro que miramos fijamente las estrellas con la esperanza de ver la
silueta de un búho).
El banquero almuerza en el Manna, el café-comedor de alimentos naturales,
donde su hijo trabaja de cocinero.
En la oscuridad de la cocina de Tin-Top Café, la muchacha enjuaga suave y
metódicamente cada hoja verde de las coliflores, la cacerola de
espárragos hierve en la estufa.
Un pájaro solitario canta repetidas veces temprano en la mañana una canción de
dos notas, sube y baja, sube y baja, después se calla.
El único cristal empañado para siempre, el mundo reducido a moldes, masas,
carece de un borde fuerte.
La camisa empapada de sudor, despierto, una canción del concierto de anoche
sigue como si nada, resonando en la mente.
Dormido sin darme cuenta sobre mi brazo izquierdo, despierto sobresaltado,
la sangre fluye con un cosquilleo en los dedos.
Despierto dándole una explicación (¿a quién? ¿para qué?) a una melodía de Neil
Young.
La cena en el Limbo: los siete viejos amigos sentados en una mesa en medio
de sus vidas.
La neblina se esfumó pero las campanitas de viento de la casa retoman una
melodía en la parte más alejada.
La fría aurora de lo que será un día caliente.
Un paseo por el vecindario al día siguiente.
La evaluación dice que la catarata en mi ojo derecho se esparcirá tan rápido
como la de mi izquierdo y que, sin cirugía, me quedaré ciego de seis
meses a un año.
Un calambre en el músculo de la pantorrilla me saca del mal sueño –
vándalos arrojando piedras a las ventanas de nuestra casa – de modo que
pego un salto de la cama y de aquel cuadro mental.
El canto del toquí se repite reiteradamente, la misma nota una y otra vez, hasta
que me percato que no es el reloj y bajo las ganas de lanzar el zapato.
El gato se sienta con las uñas guardadas y maúlla para verme escribir (esta
palabra, aquella palabra, esta palabra).
La brillante luz del primer sol después de varios días nublados envuelve la
blancura del papel en la cabecera de mi cama.
El paisaje del sueño es plástico y detallado sólo hasta el punto que es urgente
(cada palabra un paréntesis).
Los Miércoles, los platos sucios, los sartenes, las ollas tapan el pequeño tubo de
goma del fregadero.
Entre examen y concurso caben distinciones lo suficientemente grandiosas para
construir una civilización.
Un infinito de tazas de té en mis entrañas todas empujando por salir.
Estoy al bate y el lanzador está tirando bolas rápidas y sliders no con una
pelota, sino con cubos de hielo.
El bebé de cinco días de nacido está soñando, pero ¿sobre qué?
Sonreír con una mueca amplia le permite pasar el palillo entre las últimas
muelas.
¿Cómo sé que estas son las calles de Chicago?
No el medio de la mañana sino la mañana del medio.
Luego suena la alarma, la torturadora, la vieja famosa.
El cenzontle haciendo de las suyas en el ciruelo.
Arrugo la nariz para subir de nuevo estos lentes a mi rostro.
Adicto al significado, puede caer uno preso por las sentencias.
Es una plaza del gueto, con inquilinos de un lado para el otro como Woolworth,
guardias de seguridad armados, con siete u ocho tiendas de zapatos
baratos, maniquíes blancos de Penney’s rodeados de empleados y
consumidores que no son.
Ah, la fatiga, la sensación de mareo mientras aprietas, ligeramente ahora, mis
bolas.
El olor intenso de su propia orina.
De pie sobre una fosa abierta en la lluvia, piensa en la palabra mojadero.
Me duelen los huesos y mi cerebro está débil: creo que estoy ante un período
fulminante.
El instante que el amanecer alumbra el cielo, el minuto antes del sol aparecer
toda la luz es luz verdadera, todo color mutado.
Piezas musicales escondidas por la memoria en la mente en colaboración con
otros tipos de música emergen de nuevo en medio del sueño, cada
canción es una nueva, cada una oída ahora por primera vez.
Hoy desperté con una sed ardiente.
Ponemos lo imaginado sobre la tela.
Todos los efectos son especiales (despertarás a las aves).
Dos pesas, barras de 25 libras cada una, apoyadas en la alfombra, desafío
implícito.
Las rosas han crecido sin control en la esquina, trepándose por encima del
alambrado.
Este humus artificial está hecho una montañita, le crecen hierbas alrededor.
Las volutas de humo en el labio de la taza, el té caliente al comienzo de un día
caluroso.
Es verano, así que después de una película en la tarde sigue el sol afuera.
El día, repleto de horas, se resume en el horizonte.
Un sueño enredado en el que regreso a un lugar donde antes trabajaba poblado
con los compañeros que trabajo ahora, establecidos milagrosamente en
un pueblo minero en las Sierras.
El suave agarre de la curita As en el tobillo (un gorrión chiquito persigue en lo
alto de la carretera a una tremenda ave de rapiña, en zigzag, por los
pantanos).
Un túnel conecta edificios sobre la avenida, el cual, 12 pisos más arriba,
contemplo.
Edificios de viejos ladrillos en Larimer Square todos llenos de monerías,
tiendas de turistas abiertas hasta las 9 de la noche.
¿Para qué es la mañana?
El estilo crea expectativas en el lector, allanando el terreno para una alegre (o
triste) experiencia de la lectura.
Una oración en total abandono a ras del árbol de la última reserva.
Pájaro en la oscuridad (mi labio amaneció ampollado).
El peso dobla el girasol (el olor a niebla).
La imaginación ase el poder pero el poder compra la imaginación.
Una mala costumbre es dejar la ropa interior en la barra del baño.
Hoy se sentó una ardilla encima del girasol, sacando las semillas una por una.
Las fucsias se abren, sus pétalos de un rosado pálido en los extremos.
Eso fue un sueño, esto no.
No es cierto que esté viajando en submarino a una conferencia en Europa
sobre las galerías de arte (trato de imaginarme cómo se sentiría cuando el
cirujano me corta el ojo).
Un cenzontle imita un trío de grillos, luego enmudece cuando aparece el sol.
Parado, la sangre se apresura a mis pies, el mismo río antiguo.
Cuadernos, teléfonos, formas – el día es tibio.
Manchas redondas de sal en toda la camisa.
En su vida privada, la vieja actriz, ahora longeva, fue una surrealista (nos
abrimos paso entre la telaraña de los restos de su casa).
Un golpe de vapor empaña mis lentes.
Sube el tocón del árbol muerto en la parte de atrás del camión.
Rápidamente los fuegos artificiales se confinan en una armonía.
La manera de instalarse una multitud de connotaciones una vez que conoces el
Supuesto-significado (en el sueño, ¿dónde lo encuentro?)
Como soy un interpretador de lo rural, siempre estoy contento de llegar a un
pueblo.
Es una guagua vieja que va lejísimo entre estas finquitas, de la que me apeo
corriendo para entrar a la tienda y conseguir algo que arregle el cierre de
esta mochila, pero todas mis maletas me atrasan y cuando vuelvo afuera,
se ha ido hace rato, no aparece otra en días.
Muchas veces el sueño se disuelve en un instante mientras busco a tientas la
alarma del reloj y el botón de la luz, dejando atrás como una migaja un
momento emocionante (era amenazado o había que resolver un
rompecabezas o una guagua me había abandonado).
Una diferencia cuando estoy despierto es que en el sueño, veo claramente,
con nitidez, nunca llevo los lentes puestos.
La única palabra que recuerdo es “Chadwick.”
No son los detalles en sí los difíciles (estamos absortos mirando un horizonte
ambarino tratando de pronosticar el tiempo – ¿se aproxima un huracán? –
al lado de tres cabinas marinas cada una con tres “tipos rudos,”
inconscientes, pobremente vestidos, luego me despierto, una canción de
Roy Orbinson retumbando en mi cabeza) sino los enlaces entre ellos que
no ofrecen un verbo sensible.
Contener las ganas de nombrar esa melodía.
Las otras dos personas atrapadas en el elevador son un joven que ha estado con
gripe cuatro días en la cama y una señora que es recepcionista en la
oficina de un doctor en alguna parte del edificio.
¿Qué araña pudo tejer un hilo tan grueso, tan diáfano, tan duro?
El primer horizonte de una garganta congestionada.
La primera claridad de luz ocurre en el lavamanos, es absorbida, refractada,
hincha el ojo.
El viento dobla las zarzas en medio de la cerca y la cabaña, un sonido más que
susurrante raspado mientras el pitido de un tren se oye en alguna parte
del oeste.
Un líquido tan espeso como la miel es vertido en el ojo, luego el tubo de plástico
es insertado, parado recto en esta base sin tocar al mínimo la superficie.
Una mujer que no he visto en 15 años, ni pensado en 10, una cosa deformada
que llevó el caos a nuestro partido político hasta que la expulsamos (ni,
me parece, comprendió siquiera que eso fue lo que hicimos), vuelve en el
sueño, tan diligente y ansiosa como siempre.
El pastel de queso Lingamberry antes de acostarse incrementa el efecto.
Capuchinas como parte de la huerta.
La nueva corona bien ajustada en la mandíbula.
Una manada de alces, 30 de ellos, tranquilamente sentados o parados en la
niebla a sólo 20 yardas del camino.
El núcleo glaciar varía cuando me levanto verticalmente.
En Plaza Dealey, confronto memoria y cuervo, una figuración triangular
imposible.
Por la noche, esquemas de luz reforman el cielo de la ciudad.
Desafilada, Guadaña, Dallas.
Hasta que el tipo inmaduro simplemente se vuelve un hombre sin juicio.
Mediodía: aquí desde el 28avo piso, puedo ver el parqueo reflejado en la
negra fachada de cristal del edificio más alto incluso que este, carros
parqueados en ángulo, el solitario celador volviendo a su cuartucho
a 100 grados de temperatura.
Un sueño complejo en el que se regaló una franela para intentar (¿los sueños
intentan?) subsanar un enraizado desacuerdo entre amigos.
El poder del olor de la orina.
Despiertas sintiéndote antipoético.
Muchas veces, junto a una llave abierta, me imagino el timbre del teléfono.
Al hacer el amor, mientras nos tapamos con las sábanas dices, riendo,
“¡Hagamos una tienda de campaña!”
Escardar entendido como una práctica artística, caja con forma de conejo.
Las naranjas son la excepción.
La parte variable del ojo.
Sueño tan claustrofóbico como una película de suspenso de la BBC.
Abecedario magnético pegado en la puerta de la nevera, las letras torcidas,
aguardando una lengua.
En algún lugar hay un guineo que tiene tu nombre.
Osos de una especie se mudan juntos.
Al amanecer, acechando por la ventana encuentro un gato enorme dormido en la
neblina del cercado.
Cormoranes confundidos con somormujos.
Escucho el constante ping… ping… ping de mis latidos en el monitor mientras
cortas mi ojo.
Me desperezo y llego a la conclusión de que el brutal marinero de la pesadilla
debió ser mi padre, luego caigo otra vez en el mismo sueño hostil.
La próxima oración cabe aquí, como si fuera en una perfecta cadena lógica.
El Vigilante Solitario y Tonto provee seguridad a los centros comerciales.
En este sueño, mi madre es una ejecutiva nueva de ComputerLand.
Es temprano en la mañana, 4:40, y estoy tratando de elegir entre levantarme y
escribir o voltearme y dormir otras tres horas.
El guineo se pone blandito cuando se pone muy maduro.
Poco a poco, recupero las fuerzas y presto menos atención a los puntos en mi
ojo izquierdo.
Detrás del papel emerge una luz pálida que avanza cuando amanece.
Un cuarto pegado a la cocina donde toda clase de rarezas son almacenadas,
muchas apiladas bien arriba sobre la vieja lavadora que nunca ha
prendido.
Últimamente, hemos abandonado la mesa a su suerte en el rincón.
Parpadeando con tus ojos cerrados.
Nos montamos en guaguas que pasan por los barrios de costumbre que, en
nuestras vidas despiertas, no se conectan de esta manera.
Trato de recordar el nombre de un sitio, Jessica dice, “yo tengo una atlas
grande,” pero Melanie lo que escucha es “Allis” – “yo tengo un Allis
grande.”
Escuchar el agua antes de hervir.
Cuando estás dormida y estoy dando una vuelta, esta humilde casa parece más
grande y callada.
Las páginas dobladas de un calendario, representación visual del tiempo.
A una manzana de distancia un perro ladra, desde aquí es casi inaudible.
No es el sueño lo que persiste, una ilusión óptica, sino la emoción de lo soñado.
El lanzador concentrado en captar la señal.
Despierto con un sobresalto porque no tengo puestos los lentes, después me
percato que en efecto no los tengo.
El ojo también es un instrumento de escape.
El melón canario, la isla canaria.
Pronunciando la L en tortilla.
¿Ahora qué pasa (el chorlo y el mirlo, cientos de ellos reunidos en Arroyo de las
Positas, de repente hacen silencio)?
¿Imprimiré el documento de su disquete en la laserjet de mi oficina?
Poemas en revistas en un formato demasiado pequeño.
La solución a la contaminación (llamémosla revolución).
Despierto con esta frase: “noche de los cuchillos largos,” sin saber por qué o
siquiera qué significa.
El sol resplandece en la abertura de las colinas, una floración de horas en la
húmeda oscuridad.
Esta vez le toca reorganizarse a nuestro departamento simple y llanamente.
Cabeceando, empiezo a reconocer mi sueño antes de estar ahí.
La gente de la calle que vende individualmente flores envueltas, desde
poncheras, se para en cada intersección del centro de la ciudad.
Una sensación (una oración (un censo)) de madrugada, torre de oficinas
levantada un Domingo.
Crema de sopa de cotorra.
El linóleo grabado – está supuesto a verse así.
El rumor de la nevera es tan constante que no lo escucho.
La proveedora se aproxima con sándwiches en bandejas a la reunión, el desdén
por estos sujetos corporativos se refleja al instante en sus ojos.
La madrugada, pasa un tren, uno largo, su intermitente silbato muere mucho
antes que el estampido de carros amaine.
Mitad despierto, sigo todavía en mi sueño, los Libros de Cody devorados por el
fuego, gente registrando los libros dañados por el agua y el humo entre
los zafacones, cavilando si los míos están entre ellos.
El sueño se repite en la parte donde estoy afuera de un burdel, el más
deslumbrante y atractivo que cualquier otro que haya imaginado, además
(¿cómo lo sé?) es free para mí, gratis, pero soy incapaz de poner un pie
dentro.
Al otro día, el olor a pato asado sigue guindando en el aire.
El arte excéntrico ha regresado, igual que las hormigas en clima lluvioso.
Despierto exhausto.
Vamos a la guerra, el enemigo tiene aviones (unos simples, no a reacción),
vemos el primer bombardeo y voluntariamente Charles y yo y otros
convertimos el viejo edificio en un almacén – ¡las provisiones deben
pasar!- cuando la señora que se puso a cargo insiste en primero
enseñarnos un juego llamado Aces y Ochos.
Una canción de fácil inversión en mi cabeza, de B de A.
A fin de disculparse con los zorros, el muchacho se adentra en el valle,
buscando sus madrigueras bajo el arcoiris.
La calle donde me crié, una pendiente con una cuesta diferente.
Caminando afuera a oscuras, siento mi frente abrirse paso, luego romper una
hebra de telaraña en la terraza.
En lo que avanza la semana de trabajo, cada noche de sueño se siente menos y
menos completa.
Los detalles permanecen como una memoria inconexa, pon tú una sola palabra,
“kòu tóu.”
Un espacio de posibles oraciones, teóricamente infinito, severamente limitado
por los estados mentales con los que despierto día tras día.
Caliente y sudoroso, caliente y sudoroso, habrás pensado que soy el abominable
hombre Tibetano.
Próxima pregunta.
El sonido del calentador, algo así entre un zumbido y un enfado.
La descuidada adquisición del garfio de segunda mano.
Una pila de cartones de huevo vacíos debajo del fregadero de la despensa.
La memoria es desmoronada en un instante – fue una casa grande y muchos
amigos míos estaban ahí, pero es todo lo que recuerdo.
La voz del presentador de los Atléticos de Oakland Bill King, timbrando en mis
oídos.
Los versos siguen esclareciéndose, más cristalinos.
Despierto en estado de pánico porque la fecha límite está por vencerse.
Mi cuerpo todavía bulle del dulce sexo de anoche.
La luz del día inunda estas habitaciones.
La alarma suena, pero después de tres días libres tengo que pensar su real
significado.
Es otoño ahora y frío en la madrugada.
La lenta canción de la campanilla de viento.
Estaba teniendo el sueño de otra persona.
Tu cabeza está en mi hombro mientras estamos aquí tirados hablando.
Las voces afuera de la casa – ¿cuáles vecinos son ellos?
El horno despide una ráfaga – pronto estará tibio.
Por fin ni un sólo invitado, se siente grande este bungalocito.
El sonido del agua antes de hervir.
Entonces si incluso, porqué no, los sueños son “el desecho neurológico,” las
narraciones que les imponemos, antiguo principio de parsimonia, las
hacen comprensibles (iba conduciendo hacia un poniente magnífico,
pensando “¿qué sacan las ballenas de un cielo tóxico enrojecido?”)
suponiéndolas nuestras, San José.
Estoy tratando de ponerme esta chaqueta, una y otra vez, el brazo torcido para
atrás, la mano buscando la boca de la manga.
Porque su altura los hace más incómodos de enjuagar, se dejan los termos
vacíos en el fregadero por una semana.
Se fue la luz y yo con una estufa eléctrica.
Estamos sacando los precios del roce de la poesía.
Me despierto porque te oigo llorando.
La electricidad gime y crepita a lo largo de las paredes.
Descubro al levantarme que se ha instalado un fresquito (una generación de
Presidentes Republicanos).
El sueño de la guerra entrante, mi piel cauterizada hasta los huesos.
Soñando con una base de datos sólo para llevar la cuenta de sus abrigos.
Una nariz sin besar es una pequeña tragedia en el medio de un rostro.
El escurreplatos está abarrotado está mañana como una figura, un juego de ollas
que llega al tope.
Los fuegos me hinchan la lengua.
Más tarde el desagüe está vacío, mientras a la izquierda del fregadero una
nueva rumba de platos sucios, vasos con manchas de jugo, empiezan a
juntarse.
Sueño que vendo trajes y que regalo una corbata como gratificación.
“Estoy alterada,” dice, “y quiero que me alteres.”
Dos jinetes llegaron lentamente a la arena de la playa mientras un perro blanco
perseguía a las gaviotas en la espuma.
El pelicano, de caza, vuela a poca altura sobre la bahía.
El tirano sacude a la doblegada mariposa en su pico.
Un porcentaje de toda el agua usada en la ciudad de Los Ángeles se utiliza para
fabricar Cerveza.
El respaldo de la silla cogido como tendedero de abrigos.
Contadores de granos en el cielo.
El alto voltaje del botón de la luz quema el bombillo, explosión de filamentos
contenida por el cristal.
Oraciones, por favor vengan.
El muelle a las dos de la mañana: los focos a cuatro bloques de distancia como
que hace sentir el tráfico.
Tendido en la cama con mis ojos cerrados, escuchando los sonidos del
emergente día.
Trato de despertarme de un sueño que he tenido antes, temblando y llamando,
mi cuerpo entero retorciéndose.
El sonido de la lluvia, breve y firme, me asusta, es bien raro – me levanto apenas
sólo para reprogramar la alarma, el poema a la orilla del sueño.
Los libreros que guardan cerámica en sus estantes – el juego de Té con Joyas en
la cocina, los artículos del Pasillo en el rincón – apariencias que no son
vistas hasta que se ordena la habitación.
Años después que dejé de tomar, los sueños han vuelto poco a poco con su
complejidad, enredados, imposibles de narrar, algunos de ellos muy
simpáticos.
Cuando desperté las palabras hicieron eco: “Gran Cañón.”
Incapaz, en la ducha, de recordar si me puse champú o no.
Un pequeño acto de fe, por ejemplo cepillarse uno los dientes sin ponerse los
lentes.
Me imagino las palabras “Gelatina con Frescor a Menta” incluso antes de
comprender que las leí.
El primero en pararse, los huesos de mis pies estallan de la manera que un
muchachito “explota” sus nudillos.
El voleibol como un duelo a muerte.
La burbuja del sueño explota.
El árbol, alumbrado por la luna, arroja su sombra sobre esta persiana.
El compulsivo canto del zumbador, incluso en la noche.
Calentando la habitación con el horno, me siento en una silla hecha a mano por
un querido viejo amigo muerto hace mucho tiempo.
La puerta del refrigerador es un quiosco.
Las puertas de cristal de la sala se cierran en la noche para mantener el caliente.
El sueño entendido como su propio estado de vigilia (si digo conciencia me
malinterpretarán): “yo duermo de la manera que otros hombres hacen la
guerra – mis facultades las utilizo al máximo” (el sueño comprendido
contiene el corazón).
Hay un enojo dentro de mí que no comprendo, una inconsolable desesperación,
provocada por la cosa más irrelevante (olvidaste recoger el lavado en
seco), así que me zambullo en ella, ahogándome en mi propia adrenalina
hasta que pase.
La sombra del árbol apunto de botar su última docena de hojas.
Construyendo una escalera mientras la trepo, nunca seguro si es para arriba o
para abajo.
Porque llueve, la noche es colmada de sueños y me despierto, dando una
brazada.
Despierto, después de muchas horas de sueño, segundos antes que suene la
alarma.
Pelando el guineo, la cáscara se abre en tres.
Ideas que resbalan como fideos en una sopa China.
Olas oblongas.
En el valle del aliento corren 600 sílabas, de las cuales nuestros oídos
descubren, al parecer, sólo 4 docenas.
En la noche mi cuerpo se encorva, acomodándose al sueño (al ponerme los
lentes me doy cuenta que están llenos de hormigas).
Rotación textual, ciencia fricción.
El gato se contrae al soñar.
La nieve en el Monte Diablo.
Tan dormido profundamente que despertar se siente irreal.
Los años como lotes de documentos.
En vez de chocolate cubierto de hormigas, tenemos hormigas cubiertas de
chocolate.
Las ansiedades aparecen en los sueños.
Combustión espontánea en los bosques, tapones por todas partes, expresión de
milagro en cada imitador de Elvis.
Un pequeño ciclón, visible, baila en el piso de la cocina.
En la cama, me doy la vuelta, esperando el cambio de las inmensas olas.
Adonde van los sueños cuando despertamos.
Aquel otro sueño.
Paúl Alvarez. (1978) Nació en Santo Domingo. Ha publicado dos libros: La Pelota (2004), Un Far Rockaway del Corazón (traducción de A Far Rockaway of the Heart de Lawrence Ferlinghetti) (2004). Actualmente, vive en la ciudad de Nueva York.