Trilobites
Guardo
pedazos de ti, el detrito de tu vida,
cuando
tenías una – un arete perdido en mi oficina
encontrado
demasiado tarde, una carta que enviaste para celebrar el nacimiento
de
mi tercer hijo, una nota garabateada que dejaste
en
el correo, y el curioso colgante lleno de trilobites
cubierto
en ámbar rosa, sus lomos enroscado y resonante
con
verde, un toque de rezumantes burbujas encerradas con colas como cometas…
Confiaba
en tales objetos, como si ellos pudieran retener
tu
cáncer como a un vampiro una cruz de madera.
Pero
moriste de todas formas.
Guardo
el pendiente con los trilobites, siento su suave presencia
en
mi palma, sostengo lo que una vez sostuviste.
Recuerdo
la primera vez en que lo vi sostenido
por
tus largos dedos de artista en un mercado de pulgas
para
engañar turistas en Santo Domingo, 1996.
Me
preguntaste que eran esas criaturas escondidas dentro.
Empecé
a decirte cómo
millones
de años atrás los trilobites vivían.
Estaba
a punto de crear alguna metáfora acerca
de
la sobrevivencia,
pero
me malinterpretaste y pensaste que tan sólo quería el pendiente como si el
objeto en sí mismo importara.
Aun
conservo esos condenados trilobites.
La Gringa
Los
bares de Imokalee en que trabajaba
cerraban
tarde y ella todavía
le
faltaba mucho para llegar a casa. Abajo
hacia
la autopista pasando Sunniland
en
la oscuridad. Ella bajó
los
vidrios
para
ocultar el ligero olor a menta
en
el aliento de su acompañante.
Ruta
75 – conocida como el callejón del Cocodrilo.
Mejor
no pensar el por qué del nombre.
Sería
suficiente respirar el olor de su piel blanca
y
ver el mundo a través de sus ojos azules
sin
pensar en el peligro.
“¿Qué
pasa mamita?" el hombre a su lado
murmuró
con sus ojos semicerrados,
palabras
mezcladas con bebida y lujuria.
Ella
vio su cara brillar con las luces delanteras
de
un carro que se aproximaba.
Viró
a tiempo.
Para
cerrar los bares en estos días,
sólo
necesitas murmurar
“migra,
migra”, como un lento siseo de advertencia.
Dos
cortas sílabas con el poder
de
silenciar a los demás.
Con
sus palabras como talismanes,
con
sus senos, sus caderas,
sus
pantaloncitos y su faldita,
ella
era una hechicera.
¿Qué
estaba haciendo una muchacha de Concord, New Hampshire
yendo
hacia el sur
a
través de los pantanos
entre
las sobras de alguna mañana,
con
humo de bar creciendo en las células de su pelo,
tratando
de recordar la razón
de
que hubiera venido a deslizarse
como
sueño ajeno
hacia
la última noche de la autopista?
Antes del despegue
Para astronautas y otros que se
aventuran
en mundos desconocidos
Contaste
que lo que más recordabas
era
el atardecer
el
arcoiris sangrando en los confines
de
la tierra
extinguiéndose
en una delgada cinta azul
frente
a la absoluta oscuridad del espacio.
Solamente
viste uno
-a
través del pequeño visor
del
asiento al que te amarraron -
tan
sólo uno en las cinco horas y media
de
vuelo de ese Mercury original,
pero
eso bastó.
Me
pregunto cómo volviste,
si
alguna vez meditaste de la misma forma
sobre
la palabra hogar.
Me
pregunto si podrías habitar este mundo
como
lo habitaste antes,
o
si sentiste la sutil curva de la superficie terráquea
en
cada extensión de una carretera del Medio Oeste
enlazada
como una cinta sobre el paisaje.
Y
cuando observas el ámbito del firmamento sobre
las
praderas, ¿sigues recordando las formas en que las nubes se mueven,
avanzando
con las vueltas,
a
través de los giros del planeta
a
la deriva en el frío vacío
del
cosmo?
He
estado ahí también – en los lugares a los que tú
nunca
llegaste a venir del todo,
esos
lugares que te transforman.
¿Sabías
que sería por siempre
en
esos momentos cuando esperabas,
justo
antes del despegue,
en
esa solitaria cápsula?
¿Pensaste
acerca de cómo a veces
esos
cohetes tan sólo explotan
en
la plataforma de lanzamiento?
¿Una
libélula siente la tensión de la finalidad
mientras
empuja a su alrededor
esos
primeros hilos pegajosos?
Las Escaleras
para los de la 38, la Zurza, Santo
Domingo
Si
quieres conocer la gente
empieza con
los
cinco tramos
de una
escalera de concreto.
Calcúlalos
usando
cualquier ecuación.
Mientras
desciendes, al menos siete
merengues explotarán desde diferentes radios compitiendo a todo
volumen
y tus pies pisaran colillas de cigarrillo,
y
cáscaras de naranja, liberando su decadente dulzura.
La
escalera de concreto, atravesada por alambres de tender ropa,
donde
muchachos juegan desnudos -
(sus
hermanas llevan pantis) – y los hombres
que
en cada descansillo estrellan dominós sobre mesas con botellas de romo,
son
implacables, inolvidables, constantes.
Imagínatelos
cuando tienen que cargar agua
(las
bombas no están funcionando)
cuando tienen que buscar arroz o
azúcar
(si
cuentas con el dinero)
o romo
(que
compran de cualquier manera)
cuando necesitan bajar a la
oscuridad
(la
electricidad es inconstante).
Calcula
el peso de tus aflicciones mientras desciendes
al
patio a donde gallinas picotean,
cubierto con su excremento, y guineos
que
cuelgan en ramilletes desde las entradas de los colmados
y
agua de lluvia y el agua de lavar se acumulan
en
la base de la cantera de cemento.
Pero
cuando piensas en estas escaleras, también imagina el ascenso,
piensa
en el ir y venir, alto y más alto
como
las ondas del merengue y el humo
de
miles de cigarrillos,
tejiendo
tu ascenso hacia la noche y mucho más allá
hasta
atravesar la bóveda celeste.
Necesidad Primordial
para Anna
Para
ti, es una cosa física
el
lento endurecimiento de músculos adoloridos
que
no han bailado.
una
garganta que empieza a tensarse,
asfixiada
con melodías silenciosas
tragadas
de nuevo como esas palabras sin decir que te asfixiaron
tus
manos descansan quietas en tu regazo
como
las lastimosas cosas
que
son.
El
mundo exige tanto
y
sí, al mismo tiempo devuelve tanto
como
arrebata todo lo que somos.
El
arte es tan necesario como el cielo
no
sólo para afianzarnos en la tierra
sino
también para darnos espacio
donde
volar.
Sígueme
Sólo
un atisbo
en
la intersección de los mundos
primero,
tercero, industrial, cultural, tradicional
arenisca y sombras atravesadas por tiras
de
suave cemento – el paisaje urbano –
la
silueta de un mendigo alzando una mano
allá delante
donde
el plano vertical del muro de la tienda de enfrente se topa
con la acera horizontal.
Sólo
un fogonazo
de sari y raja, un destello de seda rosa
la
gracia del crema y el bronceado y
el niño que sigue
agarrando
las fundas de la compra.
Su
logo rojo y amarillo deletrea – MON
el resto perdido en el pliegue.
Los
tenis Nike de un hombre adelante
señalizan.
Justo
en el punto
donde un mundo toca al otro
se
toman de la mano – uno avanza,
otro sigue.
Mi
hijo duerme con un Atlas
Mi
hijo duerme con un atlas
bajo
su almohada,
se
vuelca sobre él cada noche,
y
se levanta con preguntas
sobre
Lituania, Latvia y Luxemburgo…
Sueña
atravesando fronteras,
registra
cordilleras en
las
fronteras asiáticas, deambula
a
través de la historia que trazó
y
de nuevo trazó, esas líneas que
dividen
el mundo en trozos
de
colores.
Sus
nítidos confines lo fascinan.
Mis
propios territorios no están divididos con exactitud,
y
yo estoy inclinada a conocerlos
a
partir de metáforas más que con ecuaciones.
Sus
preguntas son complicadas.
Cuando
consulto
mi
atlas de sentimientos,
un
mundo sin fronteras emerge.
Las
oscuras líneas de las naciones
disueltas,
y el globo gira
sin
peso, conmovido,
una
simple nube azul avanza como joya
perdida
en el marfil de terciopelo
de
una noche eterna.
Traducidos por Frank Báez
Meg Petersen (New Hampshire) Actualmente
vive, escribe y enseña, como becaria Fullbright, en Santo Domingo. Trabaja
enseñando a profesores técnicas de escritura creativa. Es profesora de inglés
del Plymouth State University en New Hampshire. Directora del
Plymouth Writing Project y del New Hampshire's site del National
Writing Project, así como editora fundadora del Plymouth Writers
Group Anthologies of Teachers' Writing. Fue galardonada como Poeta del
año en New England y su poesía ha sido publicada en varias antologías,
entre las que sobresalen: The Why and Later, No Regrets, y Points of
Connection.