30/9/09

Sobre un homenaje a Jack Gilbert

Por Paúl Alvarez




(Neighbor) “Are you a poet?
(Jack) “In certain lucky days.

Bien podría pensarse en Jack Gilbert como un poeta joven con apenas un primer libro, leído entre amigos, releído en algún taller de poesía y aun sin publicar. O bien, un poeta fallecido hace tantísimos años, que cubre nuestra mirada de polvo y más tarde de asombro. O bien, un asesino o un pelotero. Nada de eso. El Jack Gilbert que leerán en breve es un poeta americano que nació y creció hace ochenta y cuatro años (n.1925) en un suburbio de Pittsburgh, Pennsylvania. Si notan algún rompimiento o brincos de ideas en el transcurso de este texto pueden achacarlo a los hombres que se han subido a mi casa a reconstruir el techo con martillos, taladros, sierras eléctricas y sobre todo pisadas que irrumpen como truenos y timbales.   


Un día, revisando mi correo electrónico, leí que Billy Collins iba a rendir homenaje a un poeta norteamericano, “Tribute to Jack Gilbert at the NYC Cantor Film Center (Manhattan,) en un horario que me era favorable. ¿Jack Gilbert... Gilbert, Jack? No me sonaba, así que fui a comprarme uno de sus libros. Sólo encontré The Great Fires con una portada de lo menos llamativa, negra con manchas blancas y al reverso la fotografía del poeta de pelo blanco y ojos entornados al suelo. Leí un poema, luego otro, y quedé convencido. “Billy Collins lo va a presentar, me decía.

No volví a leer otro poema hasta el día del homenaje. Andaba temprano, busqué adonde sentarme y abrir su libro de poemas nuevamente. Encontré un parque: ardillas comiendo en dos patas sobre los asientos, una niña alta y delgada dándoles comida, música de fondo, risas o gritos, mujeres sentadas leyendo, amantes acariciándose, unas guitarras, sombreros, miradas. Jack Gilbert me hablaba con poesía desde su libro.

En el NYC Cantor Film Center me dicen que suba a la segunda planta. Hay una mesa con dos jóvenes vendiendo los títulos Refusing Heaven (2005) y The Dance Most of All (2009,) a precios que mi cartera no iguala. Elijo unos de los volantes sobre la actividad y voy a sentarme estratégicamente. Pasa media hora, pasan más de cuarenta y nada de llegar al poeta. Leo el volante y por ningún lado aparece el nombre de Billy Collins. Me había equivocado. Pero mi enfoque ya no era el poeta neoyorquino, sino el poeta de Pittsburgh que me había hablado en el parque.

Las luces permanecen encendidas. Una mujer se acerca al micrófono y toda la sala, ya escasa de asientos, enmudece. El señor del bastón que está a mi lado mira de reojo que hago apuntes. Cosas como las que dijo su ex-esposa: “Él caminaba todo el tiempo” “ Caminar era primordial” “Amaba a las mujeres” “¡Jack nunca me leía sus poemas! Los leía en los talleres” “Él está feliz y agradecido de estar vivo.

Luego siguió un corto desfile de personas queridas, que lo conocían de muchos años. Innumerables anécdotas sobre cómo Jack retorcía historias en sus poemas para hacerlas más fantásticas, o de su irremediable amor por las damas que conocía en sus viajes, y del infatigable amor que ellas le profesaban, de cómo se hizo vendedor de gas, que hurtaba para vender en el mercado negro francés , y cómo terminó  trabajando en  molinos; de su breve carrera de vendedor puerta por puerta para la compañía de cepillos Fuller. Finalmente leyó una poeta, la que consideré como la más interesante de la jornada, ya que ante cada poema de Jack Gilbert  daba una pequeña interpretación. Hablaba de ciertas palabras que la estremecían, que se repetían de poema en poema, hablaba de sensaciones, de comparaciones,  como por ejemplo: “marriage - loneliness (matrimonio - soledad.)

Me puse de pie como todo el mundo y me acerqué al poeta. Vi un muchacho besarle una mano como si fuera un caballero andante; vi a Jack besarle ambas manos a cada una de las mujeres y esbozar una sonrisa. Su ex-esposa estaba a su lado dándole pequeñas instrucciones: “Jack, my love, he wants you to sing” “Jack, can you hold the pen?” “Do you want to continue?” “Honey, are you writing a poem? O he's probably having one of those visions... Just sign your name, ok? A medida que yo me acercaba su firma se distorsionaba más y más. Le dije a su ex que me interesaba compartir su poesía y que si ha sido traducida a otros idiomas. Me dijo que no, no que ella sepa. Me voy a poner a traducirla al español le dije. “¡Que bien! hay una chica en el público que me dijo que también quiere traducirlos al Español... Creo que está por allá. Pero miré al río de gente y no tuve suerte para dar con tal chica.
Jack Gilbert estaba a merced de esa masa, casi sin fuerzas para levantarse y combatirlos. Al contrario de su poesía. 

Los Incendios
El amor está aparte de todas las cosas.
El deseo y el entusiasmo a su lado son nada.
Al amor no lo encuentra el cuerpo.
Quien nos conduce es el cuerpo.
Lo que no es amor lo provoca.
Lo que no es amor lo sofoca.
El amor expresa todo lo que sabemos.
Las pasiones que se llaman amor
también lo renuevan todo
al principio. La pasión es claramente el sendero
pero no nos lleva hasta el amor.
Ella abre el castillo de nuestro espíritu
para que tal vez encontremos al amor, ese
misterio escondido dentro.
El amor es uno de muchos incendios.
La pasión es un fuego creado por muchos maderos,
cada uno desprendiendo un olor especial
para que así sepamos de las tantas formas
que no son del amor. La pasión es el papel
y las ramitas que encienden las llamas
pero no puede sostenerlas. El deseo perece
porque intenta hacerse amor.
Al amor lo consume el apetito.
El amor no perdura, pero se distingue
de las pasiones que no perduran.
El amor es duradero al no serlo.
Isaías dijo que cada hombre camina en su fuego
por sus pecados. El amor nos deja caminar
en la dulce música de nuestro propio corazón. 


Primeros Tiempos 
No la había visto durante veinte años cuando me llamó,
bienvenido de regreso a América, queriéndome ver.
Advirtiendo que ahora pasaba de los cuarenta
 y era madre de un bebe de siete. Me abrumó el pasado.
París y yo sin un chele o un sitio adonde llevarla.
Me hice de un cuarto y encendí velas y tomé vino.
Fue de mal en peor. Mis rodillas no paraban de 
deslizárseme debajo de las sábanas. Controlé 
la humillación dándole la espalda y dejando de hablar. 
Ella era tan joven como yo y sintió, sospecho, alivio.


Solo 
Nunca pensé que Michiko volvería después
de morir. Pero que si volvía, tendría que ser
como una dama en un largo vestido blanco.
Es extraño el que haya regresado
como la dálmata de alguien. Me topo
con el hombre que la pasea en una correa
casi todas las semanas. Buenos días me dice
y yo me arrodillo a calmarla. Una vez
me dijo que ella nunca fue así con
otra gente. A veces la tienen amarrada
en la grama cuando voy de paso. Al tranquilizarse,
ella posa su cabeza en mi regazo
y nos miramos a los ojos mientras susurro
en sus tiernos oídos. A ella no le importa nada
el misterio. Lo que más le agrada es cuando
le toco la cabeza y le digo cositas
acerca de mis días y nuestros amigos.
Eso la hace feliz tal y como siempre lo hizo.


En la Senda  
Claro que fue un desastre.
Aquel irresistible, queridísimo secreto
siempre ha sido un desastre.
Es un peligro cuando tratamos de apartarnos.
Luego volviendo una y otra vez
a lo que debimos haber hecho
en vez de lo que hicimos.
Pero durante esos breves momentos
parecemos estar vivos. Engañados,
abusados, traicionados y estafados,
eso es cierto. Sin embargo, en ese
ratito, es posible que hayamos
visitado nuestra vida.


Casados 
Retorné del funeral y repté
por el apartamento, dando gritos,
buscando el pelo de mi esposa.
Por dos meses los saqué del desagüe,
de la aspiradora, debajo de la nevera
y por encima de la ropa en el closet.
Pero después vinieron otras mujeres japonesas,
no hubo manera de estar seguro cuál era
el de ella, y paré. Un año después,
plantando el aguacate de Michiko, me topo
con una larga hebra negra liada en la tierra.


Culpable 
No cabía duda que el hombre se veía culpable.
Feo, harapiento y sucio. Sin contar que
lo encontraron en el bosque ahí
junto a ella. Los vecinos dijeron cómo él
siempre estaba jugando con ardillas muertas,
perros arrollados, incluso culebras. El dijo
que eran las únicas cosas que le permitían
ponérseles de cerca. “Míreme,”
dijo el anciano con resignada
simplicidad, “Ya soy un muerto
entre los muertos. Es fuerte cuidar cosas
humilladas por la muerte.
Marmotas desperdigas en la carretera,
aves con hormigas comiéndose sus ojos.
Incluso las ratas moribundas quieren
privacidad ante su desgracia.
Es cierto que limpié la tierra de su rostro
y la sangre de su cuerpo. Que peiné su pelo.
Dormité a su lado, a sus pies por par de días,
del mismo modo que mi perro hacía. Le puse
el vestido lo mejor que pude. Lucía tan abandonada.
Como basura que se arroja en las malezas.
Como si a nadie le importara porque ya él se le había
hecho. Me quedé pensando por cuánto tiempo
ella se quedará sola ahora. Yo estaba seguro
que la policía iba a tomar fotos y a ponerlas
en los periódicos desnuda y descubierta 
para que la gente desayunando pudiera verla. 
Quise  darle a su espíritu tiempo suficiente para arreglarse.”


Amantes 
Cuando oigo hombres pregonando cuan apasionados son, 
me acuerdo de las dos señoras de la limpieza
en la ventana de un segundo piso viendo un hombre
que regresaba de una fiesta donde había
muchas  cervezas gratis. Corriendo de aquí para allá
entre los edificios en busca de un inodoro. “Ay Virgen,”
dice la mujer alta, “aquel hombre allá abajo
ama seguramente la arquitectura.”


Por Mal Camino  
Los peces son espantosos. Casi todos los días
son traídos de la montaña en el amanecer, hermoso
extraño y frío bajo la noche marina,
los grandes espacios alejándose de sus ojos.
Suave maquinaria de la oscuridad, piensa el hombre,
lavándolos. "¡Qué puedes saber tú de mi maquinaria!"
demanda el Señor. Claro, dice el hombre sin inmutarse
y los empieza a cortar, apartando la docena de espinas,
dejando al descubierto algo terrible.
Insiste el Señor: "Tú eres el único que ha elegido
vivir de esta manera. Construyo ciudades donde las
cosas son humanas. Creo Toscana y te vas a vivir
entre la roca y el silencio." El hombre enjuaga
la sangre y coloca los pescados sobre un plato grande.
Empieza a hervir las cebollas en el aceite de oliva y
pone la pimienta. "Todo el año has vivido sin mujeres."
Lo saca todo y entra los pescados.
"Nadie sabe dónde estás. La gente te olvida.
Eres un presumido y un terco." El hombre rebana
tomates y limones. Saca los pescados
y bate huevos. No soy un terco, piensa,
dejando todo sobre la mesa del patio
bañado de un sol temprano, sombras de golondrinas
volando sobre la comida. Terco no, sólo hambriento. 

Paúl Alvarez. (1978) Nació en Santo Domingo. Ha publicado dos libros: La Pelota (2004), Un Far Rockaway del Corazón (traducción de A Far Rockaway of the Heart de Lawrence Ferlinghetti) (2004). Actualmente, vive en la ciudad de Nueva York. Los poemas de Jack Gilbert son traducciones suyas.