1/8/11

Ariadna Vásquez (Presencias reales: la poesía dominicana actual)





Revista Ping Pong ¿Cuál fue tu primer contacto con la publicación: recitales, blogs, revistas, festivales, premios…?

Ariadna Vásquez - La primera vez que publiqué poesía en Dominicana fue en una antología de poetas jóvenes que se llamó Safo y que realizó la editorial Ángeles de Fierro, después publiqué un libro de poesía con ellos. Antes de eso, publiqué mi primer texto (un cuento) en Ventana, en el Listin Diario. Sobre lecturas, recuerdo me tocó leer en casa de amigos, armábamos lecturas de poesía y alguna vez leí poemas en uno que otro bar, pero realmente siento que he leído más en recitales y festivales desde que vivo en México y también he estado más involucrada en publicaciones.

Revista Ping Pong ¿Cuál es la imagen que piensas que se proyecta de la actual poesía Dominicana? ¿Consideras que se atiene a la realidad de la actual creación?

Ariadna Vásquez - Siento que es muy díficil generalizar en cuanto a eso, pero podría decir que hay cierta poesía dominicana que proyecta algunos escenarios creativos del país. Poesía que revela un poco más el movimiento de la vida en la isla, en las que sobresalen grandes personajes como los emigrantes, o presencias muy poderosas como el mar, las ganas de estar en otro lado, el hastío, la monotonía, los tenis colgados en el cableado, cosas de los días. Y no sé si se atiene a la realidad de la actual creación, porque la actual creación es como algo muy diverso y demasiado cambiante, en México, por ejemplo, hay una especie de grupos de poetas que son muy distintos entre sí, eso, si uno quiere agruparlos, que también es un poco díficil, pero hay ciertas líneas que uno puede señalar y decir por ejemplo que hay poetas que hablan desde la frontera, donde la vida es distinta al centro de la República, y donde los escenarios creativos son otros y tienen que ver con la violencia, el narcotráfico, las muertes, y hay otros poetas que señalan siempre a la ciudad, a los arrabales, a la cantina y la oscuridad de los barrios donde la luz aún se va por muchas horas, y otros que hablan de los problemas indigenas, en fin, yo pienso que la poesía dominicana que conozco tal vez no se mueva a grandes pasos de un motivo creativo a otro, hay poetas que siguen escribiendo de lo mismo y en cuyos poemas sobresale una gran capacidad por crear imágenes que al final no dicen mucho, que no traen vida al poema, y hay otros poetas que tienen otra visión más natural del poema, que lo dejan ser tranquilo, con su propia historia y su misterio, con las palabras e imágenes necesarias, y a mí me gustan más esos poetas.

Revista Ping Pong - ¿Crees que el desinterés dejado por las generaciones anteriores a la poesía y a su difusión (ausencia de revistas y editoriales) ha afectado a los poetas más jóvenes? O al contrario, ¿los ha fortalecido y los ha conducido a explorar nuevas formas de expresión y difusión?
Ariadna Vásquez - Yo creo que las crisis siempre traen luchas, resistencias, y en ese sentido, pienso que el poeta dominicano actual tiene la ventaja de saber que escribir poesía en la isla es mirar el precipicio, que no es nada fácil y por ello, busca oportunidades en cualquier lugar, publica independiente, abre su blog, en fin, busca la manera de publicar y dar a conocer lo que hace. Para mí el poeta dominicano sabe que tiene que fajarse como un león para darle de comer a sus poemas.

Revista Ping Pong ¿Puedes identificar los pros y los contras de las agrupaciones, los movimientos o las mafias en la poesía dominicana?
Ariadna Vásquez - Yo he estado lejos de todo eso desde hace seis años, tal vez desde siempre, porque yo no me involucré en movimientos, ni agrupaciones ni mafias dominicanas, y he publicado muy poco allá, pero aún así presiento que puedo identificar algunos pro y contras de al menos una agrupación. La mafia de los poetas burocrátas, que son los poetas que más se publican en editoras como la nacional, y en otras más, que publican poesía como si hicieran un programa a favor de la preservación de los corales marinos, es decir, como un requisito o una cosa más, algo político, y no con un sentido real de participar en el estado creativo de la poesía dominicana. El pro de estas agrupaciones es que hacen concursos, y dan becas, y allí surgen oportunidades para que se publique algo realmente necesario. Pero a veces los premios también los otorgan como un agradecimiento a algo que se escapa de la poesía, como un reconocimiento por otras aportaciones que, aunque algunas sean meritorias, no suponen la entrega de un premio nacional de poesía o de novela.

Revista Ping Pong - Además de escribir poesía, ¿incursionas en otros géneros literarios?
Ariadna Vásquez - Sí. Escribo cuentos y ensayos, y he intentado escribir teatro. Escribí una pequeña obra una vez, pero no ha sido representada.

Revista Ping Pong - ¿Cuáles consideras que son tus influencias? ¿Cuáles opinas que son los referentes literarios a los que miras en tu poética?
Ariadna Vásquez - Mis influencias poéticas son muy variadas y casi no tienen con ver una con otra, aparentemente. Por ejemplo, siento que tengo o he tenido influencias de poetas como Antonio Gamoneda, Rafael Cadenas, José Emilio Pacheco, Edmond Jabès, José Carlos Becerra, Ruben Bonifaz Nuño, Manuel del Cabral, Blanca Varela, Federico García Lorca y Alejandra Pizarnik, y siento que hay muchos poetas a los que leo con recelo, con ganas de escribir igual que ellos. Algunos de esos poetas son Robert Creeley, Charles Simic, Louise Gluck, Marosa Di Giorgio, José María Lima, Allen Ginsberg (en Kaddish) y Kenneth Rexroth.

Revista Ping Pong - ¿Qué relación mantienes con los poetas dominicanos que viven en el país y en el exterior?
Ariadna Vásquez - Casi ninguna, la verdad. Tengo algunos amigos poetas dominicanos con los que de vez en cuando me escribo. Pero no mantengo una relación constante con ninguno.

Revista Ping Pong - ¿Y con la poesía en otras lenguas?
Ariadna Vásquez - Me gusta leer poesía en inglés. Y trato de comprar libros de poetas de habla inglesa en su idioma original porque uno sabe que se pierde mucho en las traducciones. Y en otros idiomas no me quedan más que leer traducciones porque apenas leo más o menos en inglés, tampoco perfecto.

Revista Ping Pong - ¿A qué piensas que se debe que la poesía dominicana se conozca tan poco a nivel internacional?
Ariadna Vásquez - A que no se publica mucho y al hecho de no existe difusión de las pocas publicaciones que se hacen. Básicamente a eso.

Revista Ping Pong - Además de escribir poemas, ¿te interesa la traducción, escribir reseñas o críticas, participar en recitales, hacer perfomances…?
Ariadna Vásquez - Sí, yo le entro a casi todo. He estado en perfomances (no mucho), en lecturas en recitales, leyendo mis comentarios para las presentaciones de libros y alguna vez estuve traduciendo unos poemas de Ezra Pound, pero nunca los he publicado, tampoco terminé ese proyecto. Pero sí me gustaría empezar a traducir algunos poemas de poetas que casi no se consiguen en español.

Revista Ping Pong- ¿Qué diferencias estableces entre lo que publicas en el blog (si tienes blog) y lo que publicas en un libro?
Ariadna Vásquez - No tengo blog, se supone que sí, pero hace años que no subo nada. Entonces no tengo. Y pienso que la diferencia es que el libro es algo que puedes subrayar, llevarte a la cama (bueno también la laptop), es algo que abres y cierras hacia los lados, y no hacia abajo y hacia arriba, como la compu. Para solicitar becas, por ejemplo, te piden el ISBN de los libros publicados, el blog está en una categoria distinta a lo publicado en un libro; aunque también están las cartoneras, con ediciones bellisimas que publican con material recicable y si publicas en cartoneras no tendrás registro de ISBN. El blog me parece muy interesante porque es una forma de darte a conocer entre la comunidad que entra a los blogs, que puede ser muy grande. El libro se publica y es algo que puedes leer como si hubiera sido escrito por otro; pero es una realidad que casi nadie lo compra. Entonces es casi igual y si lo que quieres es darte a conocer, pues creo que la mejor opción es el blog.

Revista Ping Pong - ¿En qué estás trabajando actualmente?
Ariadna Vásquez - Estoy escribiendo poesía actualmente. Tengo un proyecto de spoken word con una poeta mexicana que se llama Guadalupe Galván. Y también trabajo en una antología de poetas dominicanos nacidos después de los 70’s que publicarán en la revista Punto de Partida de la UNAM. 

Poemas de Ariadna Vásquez 

PANTANO
El pantano deshoja la ciudad, la humedece.
Por las calles anda el fango desatado.
Un olor de cacaotales asalta tu ventana.
Has estado allí demasiado tiempo.
Todo la sala toda la casa el sofá la lamparita la alfombra con su pelaje
atormentado, todos saben el secreto de tus resacas.

En los gabinetes hay pantano.
En la licuadora abunda el pantano.

Has estado solo y demacrado,
esperando el calor con la nariz mojada,
acechando la lumbre y los piojos que abandonan.
Has estado allí demasiado tiempo,
vigilante de la pasión vacía,
con tu taza llena y una caja de cereal recién abierta,
esperando el ahogo de la mosca.
Y afuera,
sé que sabes,
afuera amenaza el pantano.

En el metro hay pantano
en viaducto hay pantano
en el baño de la estación de policías, hay pantano
en la coladera, sucio tibio temerario,
hay pantano,
en el periférico hay pantano
en el Turibus, mucho mucho pantano
en la oficina a las diez en punto nadie lo ve hay pantano
arena movediza en la sala de los hospitales
en la escuela de ocho a una
debajo de los bancos del parque
hay pantano.

Fango aterrizando sobre las jacarandas y los letreros de moteles en Tlapan
hay pantano.

Sales a trepar tus zapatos nuevos al trolebús
y desde la última fila una señora dice que están regalando bolsitas de Miguelito en
Soriana a todos aquellos que nieguen el pantano.
Y mira
ahora
la sal quema el escenario.
Existe la certeza del pantano.
Hay pantano.

En la sala del dermatólogo hay pantano
en la iglesia hay pantano
en mi casa hay pantano
en la tuya hay pantano
en el mercado hay pantano
en el wallmart, pantano
en el cine, pantano
en la carretera hay pantano
en la feria hay pantano
en la cortina se esconde triste educado
imitador de lluvias,
el pantano.

Fango en el área de bisutería de la Ciudadela,
fango en la estación Balderas,
fango en la Bodeguita del Medio,
fango en la oficialía civil,
los recién casados toman sus anillos de piedras falsas y empiezan a levantar sus
casas con las manos.
No creerán jamás el pantano.

Tú esperas una vez más el micro lleno en Hidalgo
y reconoces la voz del claxon cuando grita: pipi pi pipi
Hay pantano y tú mueres porque empiece el dos por uno en margaritas en el bar de
la esquina
y elijes mejor tomar el taxi
y bajo la tela sospechosa del asiento
lo hueles
hay pantano.

Ayer por la tarde
mientras acababas tu hamburguesa en la zona rosa,
viste Cien Mexicanos Dijeron y nadie dijo nada del pantano,
y en Los Pinos una pequeña marisma inició el musical del bicentenario.

Has estado aquí demasiado tiempo.
Llevas la frialdad como un gesto inquieto en la garganta.
Cruzas frente a la casa de esa mujer que tanto deseas
y escupes de rodillas al pantano.

Has estado aquí demasiado tiempo,
tu cuerpo está cercado por el orden,
con su veneno intacto,
camina diligente hacia los camellones,
sube las banquetas, cruza con cuidado mientras el hombrecito verde patalea en el
semáforo,
y eficiente, tu cuerpo come,
cena restos de la comida de ayer o antes de ayer o antes de antes de ayer.
Has estado cansado desde el inicio
y esta noche el pantano cubre la ciudad con su velo arrugado.
Una bandada de pájaros arrastra trajes de novia abandonados,
parecen nuevas montañas sitiando el valle.

El zócalo es un hoyo
es un pantano.
Entre sus grietas sobreviven algunos peces de colores.
Hay pulpos amarrando las raíces de la tierra
construyendo la antigua calzada de los precipicios
con cabellos que han sobrevivido en el desagüe.

El hombre revendiendo los boletos del Metro ve el pantano,
las muchachas que dan a luz bajo las alcantarillas han visto el pantano,
la señora de las frutas vio el pantano
pero no le creyó y se fue en un bocho llorando.
Nadie en el Teletón ve el pantano.
Jugando la lotería no ve el pantano
yendo al estadio no ve el pantano
frente al televisor no sabe el pantano.
Acelerando el paso y diciendo que sí como los pollos
hay pantano
en los paraderos se ha visto el pantano,
en las cantinas se ha visto,
el que vende toques afuera de un Sanborns prefiere siempre el pantano,
en los billares hay pantano
en todos los poemas
en las mesitas de noche hay pantano
en las chanclas hay pantano
en las llantas de la Ecobici hay pantano
en todos los pasillos en la montaña rusa en la planta baja y en los sótanos
hay pantano
en los relojes suena se ve el pantano
en el espejo suena se ve el pantano
en la azotea hay pantano
en tu cabeza hay pantano
hay pantano aquí
hay pantano en la casa de Frida
hay pantano en los elevadores
hay pantano en los vestidores de las tiendas,
y en el balcón de tu casa.

Has estado ahí demasiado tiempo.
Es la hora de decir alguna cosa del pantano.
Todos los gatos todos los poetas todos los caballos todos los taxistas todas las
serpientes hablan del pantano
y todos los mimos.

COMO ATRAVESANDO RUINAS
Cada tres kilómetros en la carretera
vemos un perro muerto.
A casi todos los esquivamos en el camino.
También hay zapatos
y vestidos de niñas abandonados
y es necesario maniobrar
como atravesando ruinas.

Al pie de las montañas cuelgan alfombras de colores,
de esas que le prometí a Marian hace tres años,
cuando visité la isla en un verano.
Aquella vez no las compré.
Ahora tampoco me detengo a verlas
y las vendedoras al borde del camino,
sentadas en sus sillas de guano,
me miran pasar como si conocieran mi deuda,
como si Marian les hubiera contado
alguna tarde, de paso hacia a las Terrenas.

Vamos al velorio de Altagracia.
Hay hombres caminando a ambos lados de la carretera,
están vivos y son flacos,
todos tienen la piel de caña bronceada,
y huelen a hierbas
y a platanares escondidos.
Se arrastran con el torso encorvado de las hienas,
y van guiando a sus caballos.
El cansancio también va con ellos.
Parece que regresan de la guerra.
Aún llueve y llegamos al pueblo.
La calle es de tierra,
hierve.
El lodo parece congregarse en las puertas de las casas.
Su color ocre es un aviso de que la muerte anda cerca.
El tiempo se puede medir entre una mano y otra.
En el velorio,
la muerte es protegida por paraguas.
Hombres y mujeres, escondidos de la lluvia,
cantan a Dios y yo en silencio,
diciéndole sí a Soldileny,
“sí, es cierto que el dominicano no se moja cuando llueve”
y ella a más de doscientos kilómetros de mí,
en la Trece,
abriendo un día más el negocio de su madre muerta,
mientras en el pueblo las mujeres se cubren los cabellos
bajo la ternura de los paraguas cojos,
hay uno rojo, otro de rayas verdes,
y bajo ellos se canta,
se cierran los ojos con dulzura
para que no se quede la desdicha en los aposentos
y se vaya la muerte más al sur, a otros campos lejanos.
Se canta hosanna oh señor
como invitando a los ángeles a bajar a la enramada,
a besar y bendecir a Altagracia,
con ese tono agudo de los que piden ayuda,
y así se canta
porque además las voces alejan la desgracia,
e incluso la lluvia va desapareciendo,
también la mirada va desapareciendo.
De camino al panteón
una niña dice que Altagracia sabía cómo ayudar a la gente.
Regresamos unas horas más tarde a la ciudad.
Al llegar a la casa de mis padres
en la ducha
canto hosanna sin querer.
Luego sueño:
Altagracia camina junto a una muchacha triste.
Levanta unos perros muertos de la carretera.
Uno por uno los va colocando con cuidado sobre alfombras de colores.


TERESA
Teresa debe tener veinticinco años ahora.
Yo la conocí en London Bridge mientras ella buscaba su tren un domingo en la tarde.
Me miró varias veces antes de preguntarme, en español,
si yo sabía cómo llegar a West Croydon.
Tenía una expresión de abandono en sus ojos,
como un potro que pierde a su madre
durante la migración
y ya no sabe seguir a los otros.

Ella quería llegar a la estación West Croydon
y yo miraba sus ojos alumbrarse,
a punto de derramar algo sospechoso en el anden.
Algo en ella estaba realmente vivo.

Le dije que iba en la misma dirección
y me bajaría una parada antes que ella.
Subió conmigo al tren.

En aquel tiempo,
quién sabe por qué,
yo me obsesioné con hacer fotos de zapatos,
como queriendo retratar el camino de la gente,
así que le pedí a Teresa,
sentada en el tren,
que me dejara tomarle una foto a los suyos.
Ella accedió
y allí vi
por primera vez
su sonrisa.

Teresa es de una isla,
como yo.
Si aún vive,
es la única persona que conozco de Manacor.
Quizás todavía hable con pena el español,
como si se le fueran a caer los dientes.
Y tal vez aún
encorva mucho los hombros cuando está sentada.

Nos vimos unas ocho veces durante mi viaje.
Ella estaba de visita en Londres,
como yo.
Tenía un novio y un amante,
como yo,
tampoco sabía lo que haría con su vida
igual que yo,
y era adicta a platicar durante las caminatas.

En Londres,
Teresa dormía en casa de un matrimonio turco que se peleaba todas las noches durante la cena.
La pareja se insultaba en turco.
Maldecían y gesticulaban en turco,
y ella, que no entendía turco,
escapaba a la cocina, escurridiza,
tomaba un vasito de Cutty sark
y se servía otro para llevar.
Luego se iba a la cama a intentar leer en inglés
una edición de Great Gatsby que compró en Portobello Road.

Recuerdo la cara de Teresa cuando hablaba de lo confuso del amor,
de aquel viaje a Madrid con el amante,
de su vida cómoda en Barcelona,
de su novio cómodo en Barcelona.
Sus pupilas, su entrecejo, su boca casi adolescente,
todo su rostro se inundaba de un halo luminoso,
como si de su cabeza estuviera surgiendo un astro nuevo.

Teresa estaba cambiando cuando la conocí.
Seis meses antes de ir a Londres,
se había mudado a Barcelona.
El cuerpo se le empezaba a acomodar lejos de la madre,
y una fiebre por vivir
había estallado silenciosa en Croydon,
en esas noches de intensas peleas en turco
y vasitos de whiskey sobre la cama.

Muchas veces, mientras Teresa hablaba,
imaginé que de su rostro emergía una fuerte explosión,
que todo su cuerpo se abría en pedazos frente a mí,
que solo sus ojos sobrevivían y se multiplicaban en miles y miles de ojos
esparcidos por el suelo,
pegados en las paredes sucias del bar,
y pensaba en que yo tendría que recogerlos
uno por uno y acomodarlos en bolsitas tipo ziploc
y llevárselos a su madre en Mallorca.

Una noche dijo que su padre había muerto
y su abuela
y su perro Agustí.
También dijo que sólo leía poesía en catalán.

Otra noche nos emborrachamos en un pub
y cantamos con Nina Simone
Don´t let me be misunderstood.
El bartender nos invitó una cerveza más
y perdimos juntas el último tren a West Croydon.

No sé por qué pienso en Teresa
en esta noche de lluvia.
No llovió en Londres un día mientras estuve con ella.
Ahora recuerdo que perdí su correo electrónico,
también sus números.
Y pienso que el azar tal vez haya previsto este poema,
porque no deseo saber de Teresa más allá
de esas cuatro semanas en Londres,
como un libro cuyas páginas finales
se hubieran perdido,
o una película en la que una hermosa mesera aparece
sirviéndole café al protagonista
y luego no la volvemos a ver,
y se acaba la película,
y nos quedamos pensando en distintas versiones
de su vida,
en que tal vez ella era una bailarina en Chicago
y tuvo un accidente en coche,
junto a su hermana.
Su hermana murió,
y ella se volvió una mesera
que servía sonriente el café por las mañanas.

Madre dice que hay una parte de nuestras vidas
que está llena de historias recortadas,
de retazos,
de diálogos que se van acercando a los sueños;
de instantes con ciertas personas que nos acompañaron
por muy corto tiempo,
de encuentros que no se volvieron cotidianos,
y se quedaron como algo inacabado,
como algo que ya no pudo integrarse a la vida;
como cuando te enamoras en un viaje de dos semanas,
y toda la memoria se queda allí
en el lugar del viaje,
que es como un escenario donde todo queda intacto,
donde los días son incapaces de iniciar su cáncer;
esa muerte que derraman sobre todas las cosas.
Madre dice que allí hay algo eterno.

Seguro que Teresa es una de esas personas que
ya no volveré a ver en el camino.

Lo sé porque esta noche escribo para ella
aunque no sé cómo ha sido su vida,
si ya amó,
si fue abandonada,
si cambió de carrera en la universidad.
Ya no puedo saber si reventó su cara en una calle de Mallorca
o Barcelona
o si su madre aprendió a estar sin ella.

Teresa me acompañó en mi último día en Londres.
Nos despedimos en Waterloo East a las seis de la tarde.
Juró que dejaría a su novio al llegar a Barcelona.
Yo le prometí una postal,
y recuerdo que llegando a México,
compré la postal en un bar y escribí, casi a oscuras:
Teresa, que todo siga cambiando contigo.
Sé feliz. Alguien te recuerda desde tierras aztecas.
Escribí la dirección de su madre en el destinatario.

Ahora vivo a dos cuadras de Correos de México.
Aún guardo la postal de Teresa en mi cajón.
También conservo la foto de sus zapatos
cuando iba sentada aquella tarde en el tren.
A veces la miro y hago una especie de rezo oscuro,
ruego para que Teresa aún se pierda en alguna ciudad
y no sepa cómo seguir a los otros.

Más poemas de Ariadna Vásquez 

Ariadna Vásquez Germán (República Dominicana, 1977) Ha publicado los poemarios El Libro de las Inundaciones (proyecto editorial Atarraya Cartonera, Puerto Rico, 2011), Cantos al Hogar Incendiado (Editorial Praxis, México, 2009), La palabra sin habla (Tintanueva Ediciones, México, 2007) y Una casa azul, (Editorial Ángeles de Fierro, República Dominicana, 2005), y así como la novela Por el desnivel de la acera (Editorial Praxis, México, 2005). Es columnista outsider de la Revista U en la República Dominicana.
En el 2010 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven de la Feria del Libro de Santo Domingo (Rep. Dom).