27/4/16

Poemas de Ravi Shankar



Exilio

No existe otro lugar en el cual preferiría no estar
más que éste; sin embargo, heme aquí, desposeído,
aunque no del todo, porque nunca he sido dueño
de lo que me han arrebatado, nunca he pertenecido
a un lugar, a una historia común, a nadie.
Incluso de niño, al ser insultado en la escuela
(cabeza de toalla, chico del punto, domador de camellos),
nunca eran precisos los abusos: sólo los Sij
utilizan turbante; las viudas y las jóvenes bindis,
y ninguna especie de camello es originaria de la India.
Si, como escribe Simone Weil, tener raíces es la necesidad
más grande y menos reconocida del alma humana,
contémplenme: soy un epíteto. Conjuro mi sustento
del aire, y tanto el olor a alcanfor como a carne me desagradan.
He usado un lugi entre mis piernas; consumido drogas
de moda  al palpitar de unos parlantes; bebido masala chai
aún humeante de una taza de lata; conducido un Dodge
a través del Vorrazano en hora pico, y siempre,
en cierta medida, sintiéndome extranjero, como meteorito
en noche de bingo. Este sentimiento ajeno, afilado con la punta
de la soledad, me utiliza para tallar la máscara apropiada
cada mañana. Aún no sé qué efecto tiene sobre mi alma.

Buitres

Gregarios en la hambruna, unos veinte dan vuelta
como espirales en un alambre de púas: ningún sitio
sobrevolado se encuentra libre de este escudriño.

Al acercarse la muerte, más se aproximan, la alada
espera con aguda insistencia, total perseverancia;
estos filos oscuros quietos, hasta que edad o herida

convierten galope en cádaver, o, al menos, en algo
lo suficientemente cercano como para abatirse en
una escrupulosa bendición, siseando sobre el polvo,

saltando, arrancando, devorando; ningún pedazo,
excepto, tal vez, el hueso, demasiado perecedero
para el consumo. Lo importante no puede durar.

Cómo terminó la búsqueda

Antes de que el bus me atropellara,
estaba buscando un aroma,
el cual no recordaría hasta que
no fuese percibido de nuevo.

No culpe nadie al chófer:
me había detenido a observar
a una chica que se desvestía en la ventana.
Estaba demasiado largo como para olerla.

Más temprano había consultado con un adivino,
no para que leyera las líneas de mi mano,
sino tan sólo para que me dijera
dónde comprar un enorme guante de neón.

Camino a casa, mi cabeza retumbó
con la siguiente hipótesis: la vida no es más ni menos
seria de lo que imagino.
Y entonces apareció el bus.

Antes del monzón

Para Rajni Shankar - Brown

Un calor tan sofocante que los perros
callejeros sólo levantan la cabeza hacia
la carnicería a golpe de cuchillo,
para luego volver a echarse bajo el camión

de víveres o a la sombra de una choza
que anuncia, en grandes letras verde
arsénico, "Cura de por vida para las
hemorroides o toda clase de fistulas".

Un chofer de calesa ha envuelto su rostro
en un húmedo dhoti y se acuesta
boca arriba en el asiento trasero, rehusándose
a llevar pasajeros mientras las moscas

pululan sobre una montaña de basura
que un barbudo trapero inspecciona
con atrevimiento, conservando uno que otro
objeto, preferiblemente comestible,

dentro de un fibroso saco a su espalda.
La regla de oro aquí es la ineficiencia:
las calles sucias con casas sin terminar,
abandonadas a una pátina de polvo rojizo,

filas serpenteando frente a las clínicas
o los cines, sin moverse nunca, hombres
sin casco martillando un enorme desnivel de concreto,
mientras se abren nuevos baches en la carretera

que cruza una familia de Jainistas, arropados
en sus blancas túnicas, bocas cubiertas
para evitar los insectos, las posesiones balanceándose
sobre sus cabezas. ¡Cómo se derrama lo sublime

sobre lo escatológico sin aparente contradicción!
Altares emergiendo de la mugre de la sobrepoblación
como hongos después del aguacero, una figura
de Ganesha delicadamente esculpida en terracota,

oscilando sobre el tablero del camión
que carga estiércol de vaca a unos aldeanos
que lo usan como combustible, un tipo demasiado
engalanado para el riesgoso negocio de vender

flores de loto en un callejón húmedo con
orina fresca. Como la ciudad evidencia
un eterno continuum, sin costuras: el paraíso,
lo terrestre, lo infernal, en conjunto.



Nevada

Particular como ceniza, la primera nevada del año
cae sobre puntiagudos techos, el capó de los autos
las colinas ondulantes, tal inigualable imitación de

movimiento fluyendo igual que la cascada estática
de la pantalla al caerse la tele por cable, persistente,
granular, con esta tenue chispa de legibilidad que

se disipa antes de ser interpolada en una sucesión
de imágenes. Una hora se estira en sesenta minutos
hacia un campo de blanco frenesí: rejas hexagonales

de moléculas de agua que se acumulan así en hielo
mezclado con arena, labrados en cúmulos marrones
por el filo de las barredoras, vestidas para el fango.


(Traducciones de Luis Chacón Ortiz) 

Ravi Shankar es poeta, editor, traductor y profesor de escritura. Fundador de la revista online "Drunken Boat", ha publicado o editado diez libros de poesía, entre ellos, Instrumentality, finalista del 2004 Connecticut Book Awards, y Deepening Grove, ganador en el 2010 del National Poetry Review Prize.