Exilio
No existe otro lugar en el cual preferiría no estar
más que éste; sin embargo, heme aquí, desposeído,
aunque no del todo, porque nunca he sido dueño
de lo que me han arrebatado, nunca he pertenecido
a un lugar, a una historia común, a nadie.
Incluso de niño, al ser insultado en la escuela
(cabeza de toalla, chico del punto, domador de camellos),
nunca eran precisos los abusos: sólo los Sij
utilizan turbante; las viudas y las jóvenes bindis,
y ninguna especie de camello es originaria de la India.
Si, como escribe Simone Weil, tener raíces es la necesidad
más grande y menos reconocida del alma humana,
contémplenme: soy un epíteto. Conjuro mi sustento
del aire, y tanto el olor a alcanfor como a carne me desagradan.
He usado un lugi entre mis piernas; consumido drogas
de moda al palpitar de unos parlantes; bebido masala chai
aún humeante de una taza de lata; conducido un Dodge
a través del Vorrazano en hora pico, y siempre,
en cierta medida, sintiéndome extranjero, como meteorito
en noche de bingo. Este sentimiento ajeno, afilado con la punta
de la soledad, me utiliza para tallar la máscara apropiada
cada mañana. Aún no sé qué efecto tiene sobre mi alma.
Buitres
Gregarios en la hambruna, unos veinte dan
vuelta
como espirales en un alambre de púas:
ningún sitio
sobrevolado se encuentra libre de este
escudriño.
Al acercarse la muerte, más se aproximan,
la alada
espera con aguda insistencia, total
perseverancia;
estos filos oscuros quietos, hasta que edad
o herida
convierten galope en cádaver, o, al menos,
en algo
lo suficientemente cercano como para
abatirse en
una escrupulosa bendición, siseando sobre
el polvo,
saltando, arrancando, devorando; ningún
pedazo,
excepto, tal vez, el hueso, demasiado
perecedero
para el consumo. Lo importante no puede
durar.
Cómo
terminó la búsqueda
Antes de que el bus me atropellara,
estaba buscando un aroma,
el cual no recordaría hasta que
no fuese percibido de nuevo.
No culpe nadie al chófer:
me había detenido a observar
a una chica que se desvestía en la ventana.
Estaba demasiado largo como para olerla.
Más temprano había consultado con un
adivino,
no para que leyera las líneas de mi mano,
sino tan sólo para que me dijera
dónde comprar un enorme guante de neón.
Camino a casa, mi cabeza retumbó
con la siguiente hipótesis: la vida no es
más ni menos
seria de lo que imagino.
Y entonces apareció el bus.
Antes
del monzón
Para
Rajni Shankar - Brown
Un calor tan sofocante que los perros
callejeros sólo levantan la cabeza hacia
la carnicería a golpe de cuchillo,
para luego volver a echarse bajo el camión
de víveres o a la sombra de una choza
que anuncia, en grandes letras verde
arsénico, "Cura de por vida para las
hemorroides o toda clase de fistulas".
Un chofer de calesa ha envuelto su rostro
en un húmedo dhoti y se acuesta
boca arriba en el asiento trasero,
rehusándose
a llevar pasajeros mientras las moscas
pululan sobre una montaña de basura
que un barbudo trapero inspecciona
con atrevimiento, conservando uno que otro
objeto, preferiblemente comestible,
dentro de un fibroso saco a su espalda.
La regla de oro aquí es la ineficiencia:
las calles sucias con casas sin terminar,
abandonadas a una pátina de polvo rojizo,
filas serpenteando frente a las clínicas
o los cines, sin moverse nunca, hombres
sin casco martillando un enorme desnivel de
concreto,
mientras se abren nuevos baches en la
carretera
que cruza una familia de Jainistas,
arropados
en sus blancas túnicas, bocas cubiertas
para evitar los insectos, las posesiones
balanceándose
sobre sus cabezas. ¡Cómo se derrama lo
sublime
sobre lo escatológico sin aparente
contradicción!
Altares emergiendo de la mugre de la
sobrepoblación
como hongos después del aguacero, una
figura
de Ganesha delicadamente esculpida en
terracota,
oscilando sobre el tablero del camión
que carga estiércol de vaca a unos aldeanos
que lo usan como combustible, un tipo
demasiado
engalanado para el riesgoso negocio de
vender
flores de loto en un callejón húmedo con
orina fresca. Como la ciudad evidencia
un eterno continuum, sin costuras: el
paraíso,
lo terrestre, lo infernal, en conjunto.
Nevada
Particular como ceniza, la primera nevada
del año
cae sobre puntiagudos techos, el capó de
los autos
las colinas ondulantes, tal inigualable
imitación de
movimiento fluyendo igual que la cascada
estática
de la pantalla al caerse la tele por cable,
persistente,
granular, con esta tenue chispa de
legibilidad que
se disipa antes de ser interpolada en una
sucesión
de imágenes. Una hora se estira en sesenta
minutos
hacia un campo de blanco frenesí: rejas
hexagonales
de moléculas de agua que se acumulan así en
hielo
mezclado con arena, labrados en cúmulos
marrones
por el filo de las barredoras, vestidas
para el fango.
(Traducciones
de Luis Chacón Ortiz)
Ravi Shankar es poeta, editor, traductor y profesor de escritura. Fundador de la
revista online "Drunken Boat", ha publicado o
editado diez libros de poesía, entre ellos, Instrumentality,
finalista del 2004 Connecticut Book Awards, y Deepening Grove, ganador en el 2010 del National Poetry Review
Prize.