Tú, el muerto
Siempre, cuando veas un charco de sangre
Aparecer por la puerta
No cierres los ojos,
Ni trates de nadar
Sumérgete
Y siéntele,
Ahógate
Puede ser el lago en tus sueños;
Ese laberinto de la muerte
Es parte del libreto en la vida.
Si ves a un muerto
Con una copa de vino en medio de sus manos
Aparecer como un espectro por la ventana
No llores, ni grites
Solo sonríele como un gato
Puede ser tu abuelo
Y solo viene para llevarte a un paseo
Por un lugar desconocido
-todos ya hemos pasado por ahí en alguna cama de un hospital-
O tal vez, tranquilo con nieve y árboles
Y nada de gente.
Si ves un hacha
Que recae sobre tu cabeza del lado derecho de tu cuerpo
Ni grites, no llores,
No duele;
Te puede hacer una melliza
Si te cae en la corona de la cabeza.
No mires al rostro del asesino
Porque puede ser tu padre borracho
Y él no quiere que mueras con rencor
Solo busca lo mejor para ti…
Si ves tu rostro
En una caja adornada con flores rojas
En medio de lágrimas y sonrisas
No te asustes
Eres tú al otro lado,
Eres el ser que guardaba el espejo
Eres vos y eres el otro,
Eres el muerto…
Mis queridos muertos
I
¿quién esconde tu rostro en el cierzo desorbitado?
¿quién te encuentra torpe en el grito atado a la espalda?
¿quién en la noche te adormece con su canto?
en el fondo del parpadeo tu llanto
regresa tibio,
con su máscara sigilosa merodea
los escondrijos de la muerte
¿quién te ha mentido
y te seguirá mintiendo?
¿quién te confunde con el cadáver
desgastado de la tarde?
tu cuerpo se asila allí
donde el muerto no ha amado
donde la tristeza se confunde
en las fauces corrompidas de ojos
donde las bocas sonríen
y se esparcen como perros hambrientos
…desnudos
¿quién encuentra en el verbo
una lágrima removida del olvido?
II
tu mirada tenue
se aleja silenciosa
derrama una bruma ocre
se abandona en esta piedra solitaria
se adhiere al olvido
descascarándose en un otoño geométrico,
incomprensible;
mientras tanto, nosotros
permanecemos enredados
en el miserable lago del recuerdo
III
tus manos indelebles se despiden,
juegan al azar,
siniestras,
hostiles,
agusanadas reptan en los huesos
sollozan su deceso,
tus manos:
desisten ir al encuentro de mi olvido
IV
(en tus
ojos tristes
la luna
posó sus nalgas desnudas
deshaciendo
la nostalgia
sobre un
río de memoria)
minutos antes de levantar tu
muerte
pronunciaste:
no me dejes morir,
así nació el liquen
de la existencia,
corroída en un agua de sangre,
donde el vacío evadió tu súplica,
y tu cuerpo no resistió
al ventarrón mediocre de la existencia humana
ahí, tus ojos comprendieron
que el alma solo fue un ayer,
un ángel triste que se queda
sin recuerdo, sin cuerpo
maniatado a su infancia
ahí, un breve empujón sucumbió
al desencanto del polvo
por eso mi grito:
¡Dejad
dejad malditos
construir este mi cuerpo en el silencio!
V
derrotado recaíste en los dominios de la carne,
sin darte cuenta nos involucraste a todos,
uno por uno desperdigamos ecos
moribundos que se aprietan en un puño cerrado
¿será posible establecernos
en los caminos vencidos del viento?
Mi cuna deriva como un vendaval a ovillarse en el olvido
Padre,
¿A qué sabe la luz?
¿A qué sabe la sombra?
¿A qué el silencio de tus ojos?
Ahora que la noche ciega reposa en el manto de estrellas fugaces
¿A qué sabe el dolor de perros acogidos en la lluvia?
¿A qué tu cuerpo inmóvil en la doblez de los dioses?
Ahora que la carne se ha transformado en oruga
¿En qué cierzo deshabitado estos parajes oscuros,
valles claustrofóbicos?
¿A qué tu escafandra agusanada de melancolía?
Padre,
¿Para qué tu soledad
si tu diáfana luz desciende
sobre estos párpados bifurcándose en llantos?
Todo despertar es música de lluvia
1
Llueve,
y del cielo baja la tristeza
mientras el pasado agoniza en la casa de enfrente.
el agua fatigada se pierde en mis brazos,
sombra que bebe del feto consumido,
crujido imantado en la resaca que me consume.
Llueve,
y con ella el recuerdo desvela este cuerpo degollado
en la mentira,
rostro cicatrizado en la niebla. Quizá sollozo de muerto.
El agua, que furiosa recae en mis dedos, despierta
aquellos dolores enmascarados en la rosa demente,
desollada en el abandono.
Llueve,
y mi ciudad es un absurdo en el poema,
un cuerpo que es una colilla bostezando en el vacío,
aquella conciencia ahorcada en la medianoche
niega a sus hijos,
sueña una soledad decantada en la meditación de la amargura
enardeciendo el adiós de un hastío.
2
Pájaros censuran el canto de un gato sobre el techado
El agua fluye en sus bordes;
alas de una rosa blanca
irrumpiendo mañanas ausentes:
detrás de la ventana
un hombre fatigado en la frágil
medianoche.
3
Todo despertar es música de lluvia;
Melodía gris sonando en el insomnio
4
Escucho a las sirenas conversar con sus tiernas palabras
Sobre nuestras ausencias
El llanto deviene a mi encuentro
Mira este silencio inmovilizar a las aves:
Nuestros cuerpos retozando sobre las sombras.
5
¿Un poema atraviesa la luz?
Rostros quebrantados
En el espejismo de mis labios
6
Llueve:
del cielo caen palabras con huecos
palabras con sed
a mis poemas le viste de alas
de viento
de sangre
llueve
y la infancia llora con los ojos de un ebrio en su
pesadilla
retoza en la piel de un cadáver dormido
recorre mi presente
y mi huérfano cuerpo
danza sobre árboles estrechos
que cubren de sombra a mi madre:
ella, adolorida en su vejez,
permanece recostada
abarcando un espasmo de angustia en su alma
Cristian López Talavera. (Quito,
1985). Poeta, narrador, editor y docente secundario. Ha realizado estudios en
Literatura y Comunicación Social. Participó de los talleres literarios de la
Casa de la Cultura en el periodo 2008-2010. En poesía ha publicado: Casa
de Soledad (Quito, 2010), Diálogo con el Ausente (Manta,
2014); y, Bajo las alas hay un hombre (Quito, 2015. Premio de
Poesía Paralelo Cero). Dos de sus cuentos integran la Antología: Los
Engendros de la Luna (Taller Cultural Retorno, 2010). Fundador de la
revista “Ojos de Perro Azul”. Dirige la editorial independiente Jaguar.