por Dario Jaramillo Agudelo
Que en un congreso de la lengua se proponga una
mesa con el tema del amor, ineludiblemente lleva a establecer unas relaciones
que, no por obvias o por salaces, deben dejarse de señalar.
Sin prevenciones, para una mente menos zumbona
que la mía, el amor y la lengua pueden querer aludir a las palabras para decir
el amor y, en mi caso particular, la expresión poética del amor. Sin
duda más adelante me referiré a este punto porque el aspecto que quiero tratar
antes es el lado lúbrico (y lubricante) del asunto: la lengua como instrumento
del amor, la lengua que no está modulando palabras de amor sino la lengua, cómo
decirlo, ejecutado el amor. La lengua que besa, la lengua que lame, la lengua
que chupa, la lengua que explora.
Se me dirá que tal vez ese no sea el abordaje
adecuado en un evento como esta reunión de academias que estudian la lengua
entendida como lenguaje. ¿Será que el idioma sin palabras de la lengua
utilizada como instrumento erótico no califica para este pomposo evento?
Pero no, hay un viso del asunto que lo acredita
como tema en un congreso sobre la lengua, entendida ésta como medio para
trasmitir palabras.
Se trata de lo siguiente, algo que se me ocurre
llamar ‘el pudor del idioma castellano’, cuya pudibundez es casi beatería, pues
transfiere a otros idiomas los nombres de las faenas de la lengua utilizada
como instrumento de goce.
Para precisarlo de una vez: salvo el beso, que
tiene su palabra en nuestro idioma, quizás porque, como decía Juan Legido, “el
beso en España lo lleva la hembra muy dentro del alma”, salvo el beso, las más
mentadas y deliciosas funciones eróticas de la lengua llevan su nombre en otros
idiomas. Miné, fellatio, cunnun lingus son palabras sin
equivalente exacto en español, que nos llevan a Francia y a la antigüedad
latina para designar asuntos incorporados a nuestros más placenteros instintos sexuales.
La terminología que vincula lengua con la
lujuria tiene una expresión genérica con entrada propia en la Wikipedia: sexo
oral. Por puro reflejo de quien rindió tantos exámenes, el sexo oral suena como
lo contrario a sexo escrito. Pero no.
Lo que quiero decir desde que empecé, es que el
habla adopta expresiones de otros idiomas para designar los usos de la lengua
como potenciador del sexo. Para esas prácticas parece no haber nombres en el
castellano de la academia. Se pone uno a buscar y resulta que la labor de los
labios y de la lengua sobre el órgano sexual masculino se llama felatio y
la misma labor sobre el clítoris y la vagina también está bautizada con una
expresión latina, cunnun lingus aunque también es llamada la miné.
A propósito, en este contexto tengo que citarlo con regocijo, busqué el DRAE la
definición de miné y me dio un significado que podría muy bien
ser una metáfora de la miné como actividad de la lengua salaz:
“abrir caminos o galerías por debajo de tierra”.
Para ser justos, justos con la injusticia, debo
reconocer que el diccionario de la Real Academia reconoce la castellanización
de la felatio con la palabra felación, que define
lacónicamente con cuatro palabras: “estimulación bucal del pene”. Pero el
Diccionario oficial comete una injusticia, una discriminación entre los sexos,
pues ¿por qué se castellaniza la estimulación bucal del pene pero no se
castellaniza la estimulación bucal de las intimidades de la mujer?
Discriminatorio y puritano, el castellano va
atrás con respecto a las acciones eróticas de la lengua, necesita de
antecedentes ilustres como el latín y recurre, Dios bendiga el habla del común,
recurre, digo, a los localismos para expresar ese mundo lascivo y lujurioso del
mismo instrumento del habla.
II
Dije que más adelante hablaría de la lengua, la
lengua castellana, como expresión del amor. Si bien no pueden desconocerse
otros temas, principalmente la épica y la mística, también es cierto que se
podría construir una historia de la poesía en castellano con el único tema del
amor.
Desde antes de que el castellano fuera un
idioma, en el siglo xi, ya
los poetas cantaban el amor, como Ben Suhayd de Córdoba: “besé el blanco
brillante de su cuello; apuré el rojo vivo de su boca. Y pasé con ella mi noche
deliciosamente, hasta que sonrieron las tinieblas mostrando los blancos dientes
de la aurora”. Y no solamente por su antigüedad sino también porque las voces
principales han cantado al amor en castellano. Oigamos, si no, a Garcilaso
diciendo “por vos nací, por vos tengo la vida; por vos he de morir, y por vos
muero”, o a don Francisco Quevedo y Villegas proclamando que el amor va más
allá de la muerte: “Alma a quien todo un dios prisión ha sido, (…) su cuerpo
dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo
enamorado”. El mismo Quevedo dedicó un soneto a definir el amor:
Es
hielo abrasador, es fuego helado,
es
herida que duele y no se siente,
es
un soñado bien, un mal presente,
es
un breve descanso muy cansado;
es
un descuido que nos da cuidado,
un
cobarde, con nombre de valiente,
un
andar solitario entre la gente,
un
amar solamente ser amado;
es
una libertad encarcelada,
que
dura hasta el postrero parasismo;
enfermedad
que crece si es curada.
Éste
es el niño Amor, éste es su abismo.
¡Mirad
cual amistad tendrá con nada
el
que en todo es contrario de sí mismo!
Y la de Quevedo, entre los más grandes, entre los más clásicos, no es la
única definición del amor. La de Lope de Vega es memorable:
Desmayarse,
atreverse, estar furioso,
áspero,
tierno, liberal, esquivo,
alentado,
mortal, difunto, vivo,
leal,
traidor, cobarde y animoso;
no
hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse
alegre, triste, humilde, altivo,
enojado,
valiente, fugitivo,
satisfecho,
ofendido, receloso;
huir
el rostro al claro desengaño,
beber
veneno por licor süave,
olvidar
el provecho, amar el daño;
creer
que un cielo en un infierno cabe,
dar
la vida y el alma a un desengaño;
esto
es amor, quien lo probó lo sabe.
Estando
en Puerto Rico, a la hora de repasar las definiciones que hacen los poetas del
amor, sería imperdonable no citar a don Pedro Flores, hijo de esta tierra, a
quien se debe la definición que figura en Obsesión:
Amor
es el pan de la vida,
amor
es la copa divina,
amor
es un algo sin nombre
que
obsesiona a un hombre
por
una mujer.
Más
allá de las definiciones (o más acá, no lo sé), el mismo don Francisco de
Quevedo escribe sobre un tema tan repetido en la poesía castellana que dio
lugar a uno de los más hermosos ensayos sobre el tema que he leído en mi vida, El
sueño erótico en la poesía española de los siglos de oro, escrito por don Antonio
Alatorre. Es una manera de proponer relaciones íntimas argumentado que ya se
tuvieron en sueños:
¡Ay,
Floralba! Soñé que te... ¿Direlo?
Sí,
pues que sueño fue: que te gozaba.
¿Y
quién, sino un amante que soñaba,
juntara
tanto infierno a tanto cielo?
Las
dudas del amor también son parte del mismo, desde la copla extendida a todo lo
largo de la geografía del idioma –“contigo porque me matas y sin ti porque me
muero”- hasta la hermosa manifestación de la más grande poeta de la lengua, Sor
Juana Inés de la Cruz:
Yo
no puedo tenerte ni dejarte,
ni
se por qué, al dejarte o al tenerte,
se
encuentra un no sé qué para quererte
y
muchos si sé qué para olvidarte.
Y ella,
la misma Sor Juana, expresa otro aspecto del amor, la evocación de ser amado:
Detente, sombra de mi bien esquivo
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
También americana, la del más grande, es la expresión de la lujuria que
debemos a Rubén Darío:
¡Carne, celeste carne de la mujer! Arcilla
-dijo Hugo-, ambrosía más bien ¡oh maravilla!
La vida se soporta,
tan doliente y tan corta,
solamente por eso:
¡roce, mordisco o beso
en ese pan divino
para el cual nuestra sangre es nuestro vino!
En la misma línea otro grande, César Vallejo, dijo: “pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo”.
La poesía amorosa no siempre canta. A veces llora, a veces maldice.
Parte del amor, la más dura, la más envenenada, es el desamor. Ya casi para
terminar, traigo dos ejemplos, el primero, el comienzo de uno de los más
hermosos poemas de Pablo Neruda, el Tango del viudo:
OH Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
y habrás insultado el recuerdo de mi madre
llamándola perra podrida y madre de perros,
ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre
y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos,
mis comidas,
sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún (…)
Pero, seamos equitativos, desamor no sólo lo expresan los hombres; una
inmensa poetisa uruguaya Idea Vilariño escribió:
Ya no será
ya no
no viviré contigo
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
(…)
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
Ya es hora de terminar y sería injusto con ustedes, conmigo y con el
tema, hacerlo de manera tan áspera; después de todo, además de serlo
del bolero, somos también herederos de la telenovela, que exige el final feliz.
Por eso, en un castellano demencial y hermoso, es bueno terminar con el
inigualable Topatumba del argentino Oliverio Girondo. Y con
ésta me despido:
Ay mi más mimo mío
mi bisvidita te ando
sí toda
así
te tato y topo tumbo y te arpo
y libo y libo tu halo
ah la piel cal de luna de tu trascielo mío que me levitabisma
mi tan todita lumbre
cátame tu evapulpo
sé sed sé sed
sé liana
anuda más
más nudo de musgo de entremuslos de seda que me ceden
tu muy corola mía
oh su rocío
qué limbo
ízala tú mi tumba
así
ya en ti mi tea
toda mi llama tuya
destiérrame
aletea
lava ya emana el alma
te hisopo
toda mía
ay
entremuero
vida
me cremas
te edenizo.
Dario Jaramillo. (Colombia,
1947) Ha publicado ocho libros de poesía. También ha publicado novelas,
entre las que sobresalen Cartas Cruzadas y ensayos tales
como Historia de una pasión, entre otros. Es uno de los grandes poetas colombianos. Su ultimo poemario ha
sido publicado por Pre- Textos y se titula El cuerpo y otra cosa.
*Leído en el
Congreso de academias de la lengua, San Juan, Puerto Rico, marzo 2016.