16/8/16

Tres poemas de Carlos Martínez Rivas


Carlos Martínez Rivas por Claudia Gordillo

A quienes no perdieron nada porque nunca tuvieron

Escribir sobre el Hambre, 
no poesía de protesta sino de experiencia, 
es difícil si no se pasa hambre.

«Escribir en tiniebla es un mester pesado», 
para Berceo. 
Escribir sobre el hambre es ardua tarea.

No para César Vallejo
 que alguna vez rara sería puso dice 
«sobre su mesa un pan tremendo».

Vallejo ve tremendo ese pan porque comérselo 
—para Gorgette su mujer y para él— 
era quedarse otra vez sin pan: en 
impotencia de pan hambre en potencia.

Claro, con una buena cámara, con una Leica, 
puedes fotografiar el hambre. 
Se puede dar un testimonio gráfico del hambre.

Niños de la India o de África, 
que son sólo huesitos y panza. 
Las panzas llenas de hambre de que hablaba
Leonel Rugama.

—«¡Qué triste es nuestra Rusia!»— le decía, 
con lágrimas en sus mejillas atezadas, 
Alexander Pushkin a Nikolai Gogol 
cuando éste le leía en 1836
su manuscrito de «El inspector».

Un hombre con un mendrugo de pan seco 
en Erythrea bajo los bombardeos. 
Una niña atendida de emergencia en cirugía 
de guerra, anestesiada, no dormida,
con sondas de hule en su naricita.

En Haití, durante el hambre de 1975, 
un niño como tallado en madera de tan escuálido; 
y aquella niña de Vietnam, 
la que huye desnuda y quemada 
por la carretera de asfalto.

Sin quehacer, sin domicilio, una abuela sin nietos
durmiendo en la abolida New York-Pennsylvania Station.

Gusanos intestinales —como las rosas
en el soneto de Elizabeth Barrett— colman el año:
uncinariasis oncocercosis salmonella kálazar... 
Parásitos que cantan sólo para ciertas razas.

Y una pareja, marido y mujer, decrépitos, 
fotografiados por la Agencia SIPA-PRESS, 
«Gótico Tercer Mundo», con un fondo de desechos: 
él, sin dientes; ella el ceño fruncido, adusto.
Pero tan unidos en su dignidad e infortunio 
que hasta le da envidia a uno.

A lo que me refiero 
cuando le puse título
 a este escrito: A QUIENES NO PERDIERON 
NADA PORQUE NUNCA TUVIERON.


Tom-boy and Little-women

No nos equivoquemos sobre este punto.
Las niñas marimachas, chinvaronas, tom-boys
–como se diga–
que juegan sólo con muchachos, beisbol de lustradores
trepadoras de rodillas raspadas,
con cicatriz visible y permanente en la ceja izquierda
impresa contra el filo de la piedra
de la poza absoluta de la infancia;
son sensibles, intensas bajo sus overoles,
y despliegan más tarde mamalias adorables
y hacen hombre al hombre porque lo trataron
desde niñas y se lo saben desde dentro,
y ya adultas le amortiguan todo lo que
es demasiado duro, pulido e hiriente
como ebanistería enemiga.
Pero las otras, mujercitas, little-woman, damitas
-como se diga-
que juegan con muñecas y bordan y cocinan de mentira,
son más tarde mezquinas económas que esconden senos
ínfimos, metálicos y devienen
espeluznantes cónyuges, paridoras de futuros
misóginos, como aquel desdichado que menciona
el doctor Robert Burton en Anatomy of Melancholy,
que no salía nunca, y cuando en su alta alcoba
alzaba los visillos, asomándose al tumulto de Londres,
si divisaba apenas una sombrilla o un talle,
rompía a vomitar.


Al poeta nicaragüense Francisco Valle, exhortándolo a no escribir su correspondiente elegía a Alejandra Pizarnik 

I
No es indispensable, poeta, que la escriba.
Su elegía.
No va a ayudarla a morir con eso.
No va a enterrarla más.
Si acaso a medio desenterrarla. Un pie
sólo entre terrones de humus en el Museo de Cera.

Deje que escriban otros su obituario.
Un redactor de la revista Gente dice:
"gozó de la amistad de Octavio Paz y Julio Cortázar".
Seguramente ellos –y otros
menos célebres pero considerables,
que también fueron sus amigos, escribirán.

Y los que no lo fueron ni cruzaron palabra con ella,
pero dirán, ahora que no puede desmentirlos: "Ah, sí,
Alejandra, Sacha, siempre sin un real, fauchee.
Cuantas veces nos encontramos se sentó a mi mesa
y le invité a tostadas y té verde".

II
Tendría que encontrar primero un buen epígrafe.
Luego, ¿qué género emplearía?
El coloquial: "Cuando enlazados
bajo un solo abrigo, el tuyo, los pies helados,
volvíamos a la pensión desde la plaza de Saint
Germain a la rue de l’Ambre…" o: "Subías hacia mi
ágilmente los peldaños del Metro, sin aliento,
porque se hacía tarde y nos perdíamos de ver
L’ Age d’Or…"?

III
No vale la pena.
Como los intimistas malolientes, traperos
de poemas hediondos a ropa sucia, cuando hay
que revolverla toda hurgando
para buscar en un bolsillo algo extraviado?
Nunca.
Las sábanas de los suicidas están siempre limpias.
Se duchan antes del acto. Una ducha corta y enérgica.

Yo sé algo de ellos.
Seres que invocan el silencio y ruido reciben
en respuesta.
Y los más allegados, los primeros en hacer más ruido.
¿Qué podría decirnos de esta muchacha, apenas humana
para lo demasiado demasiado humana que ella quería ser?
¿Qué va usted a decirle a quien quiso entrar en el silencio?

IV
Poeta, he venido a exhortarle induciéndole
con palabras y ruegos a no escribir ninguna elegía
por su amiga Alejandra Pizarnik.
Le expuse mis razones.

Ahora, con su permiso, me retiro.


Carlos Martínez Rivas  (12 de octubre de 1924 -16 de junio de 1998).  Es uno de los grandes poetas nicaragüense. Entre su obra se encuentran los libros:  El paraíso recobrado,  La insurrección solitaria,  Infierno de Cielo y antes y después, Poesía reunida (Póstuma) y  Como toca un ciego el sueño (Antología, póstuma).