Alejandra Lerma durante el IV Encuentro Internacional de Poesía de Bucaramanga |
¿Para qué se
reúnen los poetas? ¿Las poetas? –Y está la discusión, aún presente, de si decir
poetisa es un insulto- yo creo que se reúnen, nos reunimos, para dejar de
sentirnos tan mortales, tan inútiles y solos.
(No sé si soy
poeta, poetisa, pero a veces me llaman de esa forma, y yo volteó a mirar para
aclarar mi nombre, como cuando mi abuela me confunde con un primo ya muerto)
Nos encontramos
los poetas por la necesidad vanidosa de mostrar lo que hacemos, de
engalanar la voz (tantas veces en un meloso o dramático intento fallido)
para leer los versos que escribimos en el silencio absoluto. Nos ponemos, se
ponen, unos trajes vistosos como de pavos reales, pero en verdad estamos
desnudos, igual que los gusanos sobre el barro.
La poesía,
hábito solitario, necesita del circo exterior para tomar valor.
Y es en estos
encuentros es los que aprovechamos para hablar de los libros empolvados,
para citar autores y parecer locuaces, para sentir que algo sabemos de este
mundo perverso y luminoso; y si nos preguntan sobre un autor contemporáneo al
que desconocemos, pedimos mil disculpas y en un acto de infantil vergüenza nos
metemos al baño y buscamos en el celular el nombre ,la reseña y
hasta nos aprendemos una línea de su texto más famoso, así podemos volver a
pavonearnos y fingir que no somos ignorantes.
Se reúnen las
poetas para hablar mal de otros poetas, y ondear su bandera de verdad
absoluta. Aunque lo más probable, es que el año que venga habremos
cambiado de bando, y hablaremos terrible de lo que enaltecimos y amaremos
profundo lo que ya derrumbamos.
Las reuniones de
poetas son extrañas, ¡y hay tantas formas de ser alguien que escribe!, pero
parece necesario registrarse en algún gremio, como si todo esto fuera un
partido político, y no un sentido poético. Y hay estaciones de café, donde
todos ponemos caras interesantes, también deberían ubicar unos
contenedores de pipas de marfil, para que hagan juego con la impostura. Y
hay de aquellos poetas, como yo, que no tomamos café ni fumamos cigarrillo, nos
miran como si cojeáramos.
Están los poetas
jóvenes, que se toman las calles con megáfonos e insultos, y escriben como si
vomitaran, y todo es fresco y nuevo, como recién nacido, como recién odiado…
detestan los poetas jóvenes a los poetas viejos, por sus mañas antiguas y
sus palabras grandes, sobre todo detestan a las señoras jubiladas y en tacones,
que se parecen a sus madres cuando les niegan dinero.
Y los poetas
viejos y las poetas señoras, se quejan del bullicio de los jóvenes, de su falta
de amor y de respeto ante el lenguaje, del escándalo que arman por las noches,
que les impide leer y amanecer radiantes.
Algunos, sobre
todo los hombres más osados, se embelesan de gusto por las jóvenes, e intentan
seducirlas con sus versos ganadores de premios. Y así van los poetas, las
poetas, recorriendo escenarios como dioses sin público, tomando fotos y tomando
notas para mostrarle a los amigos, a la familia, a los amores, a todos los
otros que no escriben, que no entienden que es la poesía ni su función
vital, lo que ellos si entienden, como si fueran, como si fuéramos, una
especie de médiums entre el mundo mediocre y lo sublime. Porque claro,
como va saber el carnicero o la economista lo que es mirar el aire.
Nos reunimos
para sentir que somos muchos, y que podemos ser mejores si acumulamos
aplausos y distinciones. Lo cierto, es que en los recitales, los aplausos
son gratis y mentirosos. Y casi siempre alguien junta las manos
para que el del al lado no lo mire con sorna.
A veces no sé si
ponerme esa palabra de poeta, como un traje de ceniza y luz, que no se
ajusta del todo a mi esqueleto. La verdad es que me siento un poco
ridícula, y prefiero que me llamen Alejandra, sin añadiduras.
Los poetas, las
poetas, se reúnen para que otros poetas los escuchen, y ojalá no los critiquen
y si es día de quincena, les compren sus más recientes libros, casi siempre,
financiados por el bolsillo propio.
Los encuentros
de poetas son extraños, cada vez que me invitan a uno siento que me abren
la puerta del espejo, y regreso con libros que se salen de mi bolso y que
raramente leo, pero que de verdad aprecio, porque me parece muy bonito que uno
todavía, en este mundo frívolo, se pueda regalar una metáfora.
Los encuentros
de poetas existen para poder hablar de esos encuentros en los encuentros
próximos, y tener con qué comparar cada desgracia y desatino. Y claro que
también existen, para que el gobierno no se todo el presupuesto
financiando guerras y proyectos científicos, haciéndole cree a todo
el mundo que las palabras no son un arma ni un remedio.
El verdadero
encuentro ocurre por fuera del encuentro, es decir, cuando los poetas y las
poetas se quitan sus trajes, o la noche y el sudor se los desacomoda, cuando se
cansan, nos cansamos, de recitar versos y comenzamos hablar como cualquier
mortal. Los encuentros se ponen divertidos cuando un poeta cuenta sobre una
borrachera, y luego lagrimeamos por la muerte de su perro.
No falta nunca
el poeta que se fuga con la poeta, o el poeta y el poeta, o la poeta y la
poeta, o todos juntos y en sentido contrario, y también viceversa, como
dijo una ilustre oradora de la belleza nacional. Los concursos de
belleza deben ser algo mucho más honesto que los encuentros de poesía, porque
al menos todos están de acuerdo en que lo que importa es la carne; en los
encuentros de poetas lo que importa es el verso, no, lo que importa es el alma,
no, lo que importa es el vino, no, lo que importa es que te saquen de tu vida
por una semana y que además te paguen, y te aseguren que la poesía sirve
para algo.
Lo que importa
es el arte y su función redentora, porque todos sabemos que cuando alguien lee
un poema será una mejor persona, y esto lo corroboran Celan, Storni, Pizarnik,
Woolf, Pavese, Sexton, Silva… y la larga lista de poetas educados que se
despidieron de la fiesta, antes de que se acabara. Porque se pueden decir
muchas cosas de este tipo de encuentros, pero nadie va a negar que son una
fiesta, y en una fiesta a veces se puede acabar muerto u
odiando a los poetas.
Alejandra Lerma (Cali, Colombia, 1991) Ha publicado El
Lenguaje de Mi Alma (2008), Trébol de Cuatro Hojas (2014) y Oscuridad
en Luz Alta (2015). Actualmente se encuentra en proceso de edición su libro
Precisiones sobre la Incerteza (2016). En el II Concurso Municipal de
Poesía “Luis Alfonso Castrillón”, en Restrepo (Valle, 2005) ocupó el segundo
puesto al igual que en los concursos, III Concurso Departamental de Poesía
“Casa de La Cultura” (Jamundí, 2008); XVIII Concurso de Poesía Edición Embalaje
del Museo Rayo (Roldanillo, 2008), en el Concurso de Poesía Red de Bibliotecas
Comunitarias de Cali, 2009, en el II Concurso de poesía Ciudad de Palmira ocupo
el primer puesto (2014) así como en el I Concurso Nacional de Poesía Tomás
Vargas Osorio.