7/8/16

Un poema de Xavier Oquendo




El cántaro lleno 

Aquí estamos, poesía,
tú, más el yo mismo que me desboca.
Tú y las plantaciones de verde que hemos culpado a Dios de todo 
                                                                                             esto,
pero has sido tú la que hizo el paraíso.
Tú creaste al Sabio Salomón desde el amor inhóspito,
tú abrazaste a la roca donde edificarán tu templo.
Tú le diste la vuelta al mar, a sus costuras, a sus espumas.
Tú inventaste al cielo y, en él, a la luna,
tú le diste sabor a los cráteres, a los agujeros negros.
Tú has sido portadora de la bacteria que inventó lo imposible.
Tú fuiste antes que la filosofía. Tú germinaste en el polen.
Tú fuiste haciéndote piedra de la estatua.
Tú fuiste mi abuelo, mi madre, mi motivo.
Tú eres la razón del beso divino
con que uno conoce ese campo ondulante del dolor.
Tú estuviste visitando la casa de Heráclito
cuando el río cruzaba dos veces.
Tú has hecho que mire el desierto y lo riegue,
que me asuste de lo bello,
que me dé miedo el sol. Que le tiemble al infinito.
Que mire el Cotopaxi y me retuerza,
Tú me diste el asombro. Me diste la savia elaborada
de los campos. Tú que estás siempre. Que no traicionas, que no 
                                                                                         mientes.

Que no tienes pudor ni con los otros.
Tú que complaces, que regurgitas en cualquier estado, en cualquier 
                                                                                          forma.
Tú que relames lo que quedó de la poesía luego de Borges, de 
                                                                         Vallejo, de Cernuda.
Tú que miras de reojo a los de la inmensa minoría.
Tú que no tienes prejuicios, ni formas concretas. Ni concreción de 
                                                                                               nada.
Solo eres tú, una suerte del modo de ver. Un instante que se alarga 
                                                                        con lo extra poético.
Una especie venida a menos. Un rictus de unos pocos. 
Un sonido que no tiene decibel. Porque eso no existe. 
Ni existe el vino que te consagra, ni la hostia. Ni la leche. Ni el                                                                                                  sonido.
Porque tú, no sé cómo, estás como petrificada en mí. Estas como si 
                                                                                 fueras el uno.
Porque eres la mejor orquídea que tengo. La mejor estación que se                                                                                    me ha pasado.
Porque eres el mejor muro donde se lamenta. 
El mejor templo para fructificar las ausencias.
Porque eres el siquiatra. Porque estas como ida, como trastornada, 
                                                                                       como loca.
Porque al fin podrá decirse que contigo soy otro. Y que otro es yo.
Porque lo dijo hace años ese Rimbaud que te odio hasta la muerte.
Que no quiso nada más contigo.
Porque le pusiste cachos, 
porque te hiciste la tuerta, la muy diva, la pescueza, la mamita, la 
                                                                                              ricaza.
Pero así mismo es, porque tú inventaste a Dios, a Demócrito, a      
                                                                                              Buda.
Porque tú hiciste el occidente de los mitos. 
Porque Zeus es un poema tuyo. 
Y Afrodita.
Porque atrás de ti está el origen.
Porque el Eclesiastés y el Coram son ese poema 
que escribiste cuando estabas aburrida.
Por eso eres un montón. Un saco, un quintal de líos. 
Una alforja de bazofias, de alusiones.
Por eso haces que mis amigos, que mis enemigos, 
que mis impresiones sean hecho  que estén barnizados por tu 
                                                                                        nombre.
Por eso es.
Y no por otra cosa.
Aunque también podríamos ver la posibilidad de darnos tiempo.
De no sabernos juntos.
También habría como hacer una zanja, una grieta, 
no una cripta, pero sí una terapia intensiva,
donde le hagamos saber al mundo que lo nuestro es para siempre.
Para mí siempre pequeño,
para mi siempre dialéctico,
para mi siempre frenético,
para mi siempre inaudito,
bajito, chiquito, nadita.

Por eso poesía no te regodees, que no vas a triunfar. 
Hay días en que estoy que exploto. Que me denoto.
Y eso no le hace bien ni a tus costuras de significante 
ni a mis impulsos de significado. 

Pero así es esto.
Así me lo confesó una poeta: que “somos raza” 
los que pintamos la vida bajo tu nombre.
Que somos gueto, que somos jorga, que llave somos, 
que panas, que ñaños, que cuates somos, 
que estamos juntos, que somos yunta.
Que no soltemos las amarras.
Y en otras veces: que somos nadie, 
que en el mercado no somos ni el cambio,
que somos hippies, que burla somos, 
que pez incomible, que aire sin viento somos.

Igual nos quedamos aquí, porque nos necesitamos:
el poema se necesita en el poeta. Aunque eso no es la poesía.

Yo necesito saberte allí en los libros, en los poros de los otros 
                                                                                     perdedores.
En los cuadernos sin alma del otoño, en los corredores que 
                                                                               sugieren sombras.
En las fotos de mi padre.
En los almuerzos solitarios, en esas penurias, en esas angustias,
en estas cosas que parecen dibujos de Miró.

Así no más con esto de la raza, con esto del poema, con esto de las palabras que se parten.
Con esto de estas presencias.

Para lo demás. Lo que queda adentro. Lo que no salió, 
pero que palpita, pero que suscita, pero que incita,
solo hay que esperar que el cántaro se llene.

Y que Dios no quiera que el diluvio se haga. 
Que la poesía si lo resistiría. 
  

Xavier Oquendo Troncoso (Ambato-Ecuador, 1972). Periodista y profesor de Letras y Literatura. Ha publicado los libros de poesía: Guionizando poematográficamente (1993); Detrás de la vereda de los autos (1994); Calendariamente poesía (1995); El (An)verso de las esquinas (1996); Después de la caza (1998); La Conquista del Agua (2001), Esto fuimos en la felicidad (2009), Solos (2011), Lo que aire es (Colombia, Buenos Aires,  Granada, 2014) y Manual para el que espera (2015) y los libros recopilatorios de su obra poética:  Salvados del naufragio (poesía 1990-2005), Alforja de caza (México, 2012), Piel de náufrago (Bogota, 2012), Mar inconcluso (México, 2014), Últimos cuadernos (Guadalajara, 2015) y El fuego azul de los inviernos (Italia, 2016) y Poems That Love Me (Los poemas que me aman, antología personal traducida integramente al ingles por Gordon McNeer, Valparaiso USA, 2016); un libro de cuentos: Desterrado de palabra (2000); una novela infantil: El mar se llama Julia (2002), así como las antologías: Ciudad en Verso (Antología de nuevos poetas ecuatorianos, Quito, 2002); Antología de la poesía ecuatoriana contemporánea –De César Dávila Andrade a nuestros días- (México, 2011), Poetas ecuatorianos -20 del XX- (México, 2012). Su libro Solos fue íntegramente traducido al italiano por Alessio Brandolini (Roma, 2015). Fue seleccionado entre los 40 poetas más influyentes de la lengua castellana en “El canon abierto”, Antología publicada por Editorial Visor, en España (40 poetas en español -1965-1980-). Organizador del Encuentro internacional de poetas “Poesía en paralelo cero”. Es director y editor de la firma editorial ELANGEL Editor. s.