12/4/07

Oda a la precariedad

Por Javier Moreno
La ciudad vestida de luz lo espera y llama
esa ropa lujosa mañana estará sucia y hedionda
(Raúl Gómez Jattin, Libro de la locura)




Denuncia Momus Sensei en una columna reciente en Wired la tendencia
moderna de retorno a la vida precaria: una impostura de pobreza transformada
en moda. Después de un siglo cultivando la opulencia a flor de piel, la sociedad
decide apostarle a un desapego fingido que cuesta incluso más dinero.
Profesionales bien pagados gastan sus años sabáticos como mendigos de
guitarra en el metro de Londres (mientras subsisten del alquiler de su pisito en
Madrid, tan bien ubicado él), Andrés regala sus libros (¿por qué no los regala
mejor a una biblioteca pública?), los barrios posh y los barrios de inmigrantes de
Barcelona resultan ser los mismos (aunque la población humilde sea cada vez
más reducida debido a que los precios de finca raíz se adaptan a sus nuevos
potenciales inquilinos, la apariencia sigue siendo la misma), cosas así. Hay
casos de casos, pero la idea es que el vueltamierdismo parece ser un nuevo
símbolo de estatus social. Ahora hay veces que hasta parece que yo estuviera
vestido como Vogue manda.
El cuento de la precariedad como moda lleva su buen tiempo por ahí. El
fenómeno grunge que propinó tantos rodillazos y codazos a miembros de mi
generación, promulgaba el uso de la ropa hecha jirones y la renuncia al
shampoo, el desodorante, la crema dental y el baño. Eddie Vedder y sus
pantalones raídos y sucios, el finado Kurt y sus sweaters de lana abiertos —de
viejo— que a mí me encantaban. Los pantalones artificialmente sucios siguen en
boga, creo que nunca han desaparecido de las estanterías desde 1990, son
carísimos. Los sweaters de viejo nunca pegaron, eso sí.

A decir verdad, hay todo un movimiento artístico-político que lleva ya sus años
por ahí invitando a la renuncia y el desapego. Ayer vimos con Liliana un
documental sobre Can Masdeu, uno de los símbolos actuales del movimiento
okupa en Barcelona. La posición política de los habitantes del lugar, un anarcosindicalismo
sin bases ni mayor profundidad, es completamente difusa por no
decir que improvisada, pero es claro que gran parte de ella se basa en exhibir la
dignidad que les brinda su pobreza, esta no fingida pero sí elegida. En Colombia
tenemos casos dramáticos de esta elección que son debidos a factores distintos.
Por ejemplo, damiselas de la alta sociedad que dejan todo en Colombia para
buscar suerte en Miami o Paris cuidando niños o limpiando casas, grandes
ejecutivos que huyen de la situación para dedicarse a la lavada de platos en
restaurantes tailandeses o mexicanos. De nuevo por razones distintas, no hay
pseudoartista latinoamericano que no se imagine escapando de su país para
conseguirse un puestico como mesero de bar decadente en Amsterdam o Viena
(ver, por ejemplo, la descripción del protagonista en la contraportada de la última
novela de Santiago Gamboa). La peculiaridad de estas elecciones, es, sin
embargo, que en la mayoría de los casos hay la opción de un retorno a la
comodidad. Siempre se puede regresar a Bogotá a trabajar como genio creativo
o político, siempre se puede volver a la oficina, siempre se puede acudir a la
casa de los papás, que, como todos, siguen tan preocupados.
En literatura, ese himno a la pobreza decadente es un tema regular. Hemingway
lo exprime hasta la saciedad en sus cuentos de toreros demacrados (The
undefeated), equitadores gitanos (My old man), o boxeadores en declive (Fifty
Grand). Todos, a la larga, luchadores que alguna vez fueron algo pero que
evidencian su valor real en su caída y es esa la que los hace admirables.
Paradójicamente, en más de una ocasión Hemingway aclara que la comodidad
económica y la buena salud son claves a la hora de escribir y no se puede decir
que Hemingway alguna vez haya conocido la pobreza. Los detectives salvajes o
Rayuela, son también exaltaciones de esa visión romántica del poeta/intelectual
latinoamericano heroico que subsiste a medias en la dura Europa de los ilegales.


Ambas novelas tienen algo de autobiográficas, pero los dos escritores llegaron al
final de sus cortas vidas en situaciones más que holgadas. Yo diría que lo mejor
de su producción lo escribieron desde fuera de esa pobreza que tanto
rememoraban.

El caso de Raúl Gómez Jattin es más complicado. Por un lado, hablamos de un
hombre de familia acomodada, heredero de esos libaneses de plata que pueblan
el Valle del Sinú. Alguien que, sin duda alguna, hubiera podido vivir bien sin
haber trabajado un sólo día de su vida. Por otro lado, Raúl Gómez Jattin es un
ser incomprendido en el lugar donde nace, que es también el paraiso que adora.
Cereté no está acostumbrada a los poetas sino a los ganaderos y los
comerciantes, y Gómez Jattin no es cualquier poeta ni cualquier hombre. A Raul
le gustan los hombres y le gusta la yerba, esos son pecados mortales por esos
lares.
Ese ser distinto lo convierte en alguien ensimismado y solitario que
voluntariamente elige, primero líricamente y luego en la práctica, la mendicidad.
Para él hay una grandeza inconmensurable en el hombre arrodillado en la calle,
consumido por las drogas, rechazado por el mundo, que pide y "se inclina ante
quien le regala unas granadillas o una sonrisa de su heredad" (El Dios que
adora, Retratos,1983). Por los días cuando escribe esos versos, creo que vive en
Bogotá y es teatrero. No actor de teatro, no. Teatrero: todero del arte escénica
que dirige, actúa, escribe, cose y martilla. Antes intentó estudiar derecho en El
Externado pero se aburrió. De ahí en adelante se dedicará al arte toda su vida.
Difícilmente se le puede considerar un mendigo, la yerba la compra
cómodamente con la plata que le manda su familia, seguramente vive en algún
apartamento de costeños en Bogotá, en el park way o el centro. Todos sus
amigos tienen carro y casa en Cartagena.
Lentamente prosigue Raúl su viaje hacia la mendicidad añorada. Lentamente
pierde los dientes y se va quedando solo. Lo que lo seduce, sospecho, es el
valor estético que descubre en perder su identidad. Tengo un tío que intentó algo
parecido. Si uno se fija, es una apuesta mucho más categórica que la de los
escritores que Vila-Matas tipifica en su serie sobre la negación literaria. A Gómez
no le interesa desaparecer simplemente, sino convertirse en ese cero social que
duerme guarecido de la lluvia en una acera y que nadie ve no porque no se
pueda sino porque nadie quiere verlo. "Por qué querrá esa gente a mi persona, si
Raúl no es nadie, pienso yo. Si es mi vida una reunión de ellos, que pasan por su
centro y se llevan mi dolor" (Ellos y mi ser anónimo, Retratos 2,1986).
Los últimos años, Raúl padece varios intentos de redención impulsados por sus
amigos (que son miles). Se deshace de la droga y recae en ella. Renueva sus
dientes, vive en Cuba, pero regresa a Cartagena y convierte en sede una plaza y
en oficina uno de sus bancos. Desde la acera de la plaza escribe sus últimos
poemas. Allí es el loco que siempre soñó ser. Los niños le gritan cosas, me
imagino, se burlan de él. A un loco que había en Lorica le gritábamos Burra y él
respondía siempre lo mismo: jueputamalditotumae. A Burra la policía le dio un
paseito y nunca regresó. La misma suerte corrió El caballito, que era jorobado, y
una loca sin nombre que se levantaba entre alaridos la falda y mostraba sus
vergüenzas a los colegiales escandalizados que salían los domingos a las nueve
de la iglesia. Raúl murió en 1997 atropellado por un bus madrugador. Había
salido de una estancia corta en el calabozo por escándalo en la vía pública,
había tomado mucho, caminaba por la calle y un bus fantasma lo mató aunque
algunos dicen que tal vez fue él que se le lanzó, nunca se sabrá.
De Gómez Jattin fue publicada el año pasado una antología poética que contiene
todo lo que publicó salvo por su primer libro, Poemas, de 1980. Especial
atención merece su texto póstumo titulado, no sé si por él, Libro de la locura,
memoria en la que su mundo onírico de mendigos endiosados se encuentra con
la realidad de su vida callejera en la plaza. Su creación en pleno, al desnudo.
Con textos de este último compilado termino esta divagación, que ya se va
tornando un tanto larga.
Se ha cumplido la amenaza:
Duerme a la intemperie Duerme en la calle
La noche es su sábana La luna su lámpara
Lo velan las estrellas
Cuando cae el día busca algún lugar dónde dormir
Nunca dos veces en el mismo sitio
pues lo alejan los vecinos
En busca vespertina va en pos de su lecho
Un pretil liso es un lujo Con la rota camisa
barre el piso La mano derecha es su almohada

Hay noches cuando lo ahuyentan y le toca
vagar entre la oscuridad tal un cometa insomne


El que no entendió nunca
Fuiste un testigo indolente
ni comprendiste
Ni a ayudaste a la víctima

Fuiste un cómplice de la perfidia y la ignorancia
Tácitamente aceptaste
que aquel hombre no valía la pena

Cuando lo llevaban al matadero
estabas cerca de él
y sólo miradas de rencor le prodigaste

Cuando te preguntaron
si aquel amigo que aparecía en sus poemas eras tú
lo negaste airado

¿Hoy que vives entre cosas cotidianas
te olvidas de aquella época ilustre
cuando a tus pies tuviste la poesía?

El suicida
Airoso en su galope
levantó la mano armada
hasta su sien
y disparó:
suave derrumbe
del caballo al suelo
Doblado sobre un muslo
cayó
y sin un solo gemido
se fue a galopar
a las praderas del cielo.

Deslumbramiento por el deseo
Instantáneo relámpago
tu aparición
Te asomas súbitamente
en un vértigo de fuego y música
por donde desapareces
Deslumbras mis ojos
y quedas en el aire

Hernán Gómez Hernández mi primo...
Qué será de esa esperanza vestida de muchacho
A los dieciséis me quería
y doña Lina nos hacía la tarde como una primavera
Bellos días con mi primo menor
en una casa donde entraban el sol el aire y el cielo
Donde unas hermanas lindas y vaporosas
sonambulaban
Yo te quiero bien primo literato y tú lo sabes
Pero los dos somos tímidos y no nos atrevemos
a buscarnos de viejo
Como a ti - me gustan los indígenas -
si hay una esperanza
ellos tienen una gran parte
Vuelve un día a casa
Golpea en la ventana de la izquierda
que te estaré esperando

Javier Moreno. coedita HermanoCerdo y es el autor de Lo definitivo y lo temporal (2008).