26/1/17

Tres poemas de Jaime Jaramillo Escobar



El deseo

Hoy tengo deseo de encontrarte en la calle, 
y que nos sentemos en un café a hablar largamente 
de las cosas pequeñas de la vida, 
a recordar de cuanto tú fuiste soldado, 
o de cuando yo era joven y salíamos a recorrer juntos 
la ciudad, y en las afueras, sobre la yerba, nos echábamos 
a mirar cómo el atardecer nos iba rodeando. 
Entonces escuchábamos nuestra sangre cautelosamente 
y nos estábamos callados. 
Luego emprendíamos el regreso y tú te despedías siempre 
en la misma esquina hasta el día siguiente, 
con esa despreocupación que uno quisiera tener toda la vida, 
pero que sólo se da en la juventud, 
cuando se duerme tranquilo en cualquier parte sin un pan 
entre el bolsillo, 
y se tienen creencias y confianzas 
así en el mundo como en uno mismo. 
Y quiero además aún hablarte, 
pues tú tienes dieciocho años y podríamos divertirnos esta 
noche con cerveza y música, 
y después yo seguir viviendo como si nada... 
o asistir a la oficina y trabajar diez o doce horas, 
mientras la Muerte me espera en el guardarropa para 
ponerme mi abrigo negro a la salida, 
yo buscando la puerta de emergencia, 
la escalera de incendios que conduce al infierno, 
todas las salidas custodiadas por desconocidos. 
Pero hoy no podré encontrarte porque tú vives en otra ciudad. 
Mientras la tarde transcurre 
evocaré el muro en cuyo saliente nos sentábamos 
a decir las últimas palabras cada noche 
o cuando fuimos a un espectáculo de lucha libre y al salir 
comprendí que te amaba, 
y en fin, tantas otras cosas que suceden...


En la luna

Suelen decirme –a manera de crítica– que vivo en la Luna.
¿Les he dicho yo –a manera de crítica– que viven en Tierra?
Cada uno tiene que vivir en algún astro, a no ser que él mismo sea un asteroide.
Si ustedes viven en la Tierra y yo vivo en la Luna, quiere decir que somos vecinos.
Vecinos míos: vuestra Tierra se ve amenazadora allá en lo alto. ¿Qué nueva guerra estáis tramando?
Prestadme una ramita de culantro para adornar mi sopa. Comeré a vuestro nombre pero a mi buen provecho.

“FELICITACIONES FELIZ CUMPLEAÑOS STOP RECUERDA CUANTO TE GUSTABA EL CULANTRO CUANDO ESTABAS EN CASA STOP ENRIQUE Y YO TE ECHAMOS MUCHO DE MENOS STOP BENDIGOTE AMALIA”

Aquí en la Luna se vive supremamente bien. Os veo rodar a mi alrededor en esa bola de tierra que va dando tumbos por el universo sin sentido y sin seso.
Y yo estoy aquí confortablemente iluminado meciéndome en el espacio sideral como en una hamaca de oro,
Vuestra pobre Tierra trastabillando en el infinito y pidiendo limosna entre los astros.

El Señor Jehová viene a hacerme la visita en la Luna nueva,
Y se queda toda la tarde aspirando el incienso que le ofrezco en un potecito,
Porque desde que se jubiló quedó eternamente enviciado con el humo del incienso.
Las conversaciones del Señor Jehová exceden todo límite de hermosura,
Y luego se despide majestuosa y cortésmente, porque tiene la piel tan delicada que no puede dormir sobre el esponjoso polvillo de la Luna.
El Señor Jehová me trajo un pastel de chocolate que quién sabe de dónde lo tomaría.
Debió haber sido de la Casa Blanca, porque estaba adornado con el signo U$A.
¡El Señor Jehová hace unas cosas!
Aquí en mi Luna me paso los días cantando,
Los felices días del Universo en el coro de las estrellas.
El Señor Jehová no me cobra el arrendamiento ni me manda la factura de la luz.
Me dice que está muy disgustado con los que venden el agua, el aire y la luz en esa Tierra desgraciada –y la señala repetidamente con el dedo.
Si yo no me hubiera venido a vivir en la Luna ya me habría muerto en vuestra Tierra inhóspita y cicatera,
A la que el Señor Jehová le tiene tanta lástima como a un hijo deforme.
Yo no le pregunto nada al Señor Jehová porque Él se maravillaría de que le preguntase algo.
El Señor Jehová, amablemente, me anuncia su visita con tres días de anticipación,
Y yo salgo a recibirlo radiante y alborozado.
Cuando lo veo venir, parecido a Walt Whitman, le lanzo gritos jubilosos para que sepa que lo espero con gusto,
Y cuando llega y me abraza me siento tan contento como un cohete que estalla.

Le he quitado a la Luna las banderillas que le clavaron rusos y norteamericanos,
Y le he puesto un poco de tintura de yodo en las heridas, para que cicatrice.
La Luna es un torito virgen que muge por el cielo; el hocico le huele a leche de nube.
Yo no voy a permitir que los gringos y los rusos me lo toreen.

La Tierra lleva a la Luna de la mano a dar un paseo por el Universo, la Luna que es su hija pequeñita.
La Tierra le da de mamar a la Luna, el seno cubierto con sus chales de nubes.

Como dicen que la Luna anda desnuda, yo le pido a mi mujer que se enlune, que se alune, que se deslune, que me enlunice.

Lo que más falta me hace en la Luna son las noches de Luna,
Cuando la Luna perfuma las noches de la Tierra.
La Tierra que adivina el porvenir en la bola de la Luna.
La Tierra que se mira en el espejo de la Luna.
La Luna recubierta con espato de Islandia.

Vecinos míos: el hijo de la Tierra en la Luna se marea,
La Luna se tambalea, se bambolea, se menea.
Yo no puedo sentirme como en mi casa en esta Luna.

Si no mandáis por mí, me arrojaré de cabeza.


Visita de la ballena 

He aquí que una ballena ha venido a visitarme.
Desde lejanas regiones del mar ha venido a visitarme, y me saluda con tres surtidores de niebla,
deteniéndose a la entrada de mi cueva para solicitar audiencia.
Acudo a recibir a la ballena (a quien Dios salude) y habiendo entrado ambos en intimidad inmediatamente,
le hablo de mi juventud en una gruta del alto pico del Aconcagua,
y de la salida del sol detrás de mis orejas,
y, dándole palmadas en su impenetrable piel nos reímos como dos amigos,
la ballena, bus de los mares, y yo que recibo su visita a la entrada de mi cueva,
y charlamos hasta el atardecer, descansando sobre el brillante tapiz de las arenas penetradas de luz.

Ella me cuenta lo que ha visto en las profundidades de los océanos,
los náufragos viviendo en los barcos sumergidos y sus extrañas costumbres,
y lo que sucede en el mar durante la noche.
Después de que la ballena ha hecho uso de la palabra según las leyes de la hospitalidad,
y de las normas que rigen los actos de los visitantes,
yo comienzo a hablarle de las profundidades de mi alma y cuando hago una pausa, a la hora del crepúsculo, no me responde.
Entonces la arrastro y la deposito a la orilla del mar para que éste la recoja,
y al alba, cuando la marea se retira, la despido con mi mano en alto.
La ballena (a quien Dios respete y salude) se aleja rápidamente mar afuera y va a estrellarse contra el disco del sol que acaba de aparecer en el horizonte.
Dando la espalda a este espectáculo regreso a la cueva para besar los escorpiones de mi angustia,
¡Oh monstruo que me habéis recluido en este monte,
a fin de proteger al mundo de mi extraña maldad!