Por Frank Báez
La prueba de fuego de todo poeta llega cuando este desaparece. Ya el poeta no se encuentra para influir en su obra y la obra es juzgada tan sólo por su contenido. Al acercarse el centenario del nacimiento de un poeta, este aspecto se afianza mucho más. Poco a poco sus críticos, sus amistades y sus contemporáneos van desapareciendo y la obra es leída y comentada por nuevas generaciones. Este es el caso de Manuel del Cabral quien cumple este año su centenario de nacimiento. A pesar de su ausencia física, la obra ha seguido mutando de la misma manera que lo hizo el poeta en vida, pero en esta ocasión a través de las lecturas que emprenden sus nuevos lectores. En más de cincuenta libros, Manuel del Cabral fue desarrollando una obra sin parangón alguno en la literatura dominicana, una obra que el poeta calificó como su voz y que registró a través de cuentos, novelas y poesía.
La obra de Manuel del Cabral es una de las más perdurables y trascendentes que se hayan escrito en la literatura dominicana. ¿Qué quiero decir con esto? Que es una obra que asume riesgos continuamente, que tiene la capacidad de reelaborarse y que se halla insertada entre la corriente de renovación de la lengua que empieza con Darío y continúa con Vallejo, Neruda, Huidrobro y otros poetas más. Que la diversidad, la riqueza, la exhuberancia y la experimentación de la obra de Cabral llevan a que esta sea asimilada por nuevas generaciones, escuelas y movimientos literarios. Mientras los Poetas del pensar reivindican un libro de temática metafísica como Los huéspedes secretos los poetas de la Generación de la posguerra leían y releían los poemas sociales incluidos en La isla ofendida o De este lado del mar. Y en ese mismo tenor, al tiempo que otros se reencuentran con el Compadre Mon o con la poesía negra de Trópico negro, varios artistas, performanceros y poetas actuales, se interesan más por sus libros satíricos y de alto contenido erótico, tales como Pedrada planetaria o Sexo no solitario. Aunque algunas de las obras más valiosas de Manuel del Cabral no han vuelto a editarse, los poetas jóvenes las sacan o las hurtan de las bibliotecas o se las envían en formato electrónico por la Internet. No es para nadie una sorpresa que Manuel del Cabral siga siendo un desconocido en el país, al tiempo que en otros países se estudia con ahínco y rigor. La ausencia de una tradición académica y crítica en el país ha influido en que tanto Manuel del Cabral como otros grandes poetas dominicanos no sean estudiados con la dedicación que merecen. Manuel del Cabral sigue siendo una de las asignaturas pendientes para los críticos y literatos dominicanos. Aún se necesita situar adecuadamente su obra desde una perspectiva dominicana, así como su relación con la tradición poética de nuestra lengua. Sin embargo, esto ya dependerá del tiempo y del desarrollo de las academias y las escuelas literarias en el país.
El huésped secreto
Pero, ¿quién es Manuel del Cabral? ¿Quién fue Manuel del Cabral? Manuel Cabral Tavares nace el siete de marzo de 1907 en la ciudad de Santiago. Desde temprana edad muestra una gran aptitud hacia la literatura, al extremo de abandona la carrera de derecho para dedicarle todo su tiempo y pasión a las letras. Por supuesto, esta decisión le trae una serie de conflictos familiares que lo llevan a redactar su famosa "Carta a mi Padre", breve poema en que refleja el drama del joven que se aferra a su vocación artística ante las presiones familiares y que contiene estrofas tan contundentes como la siguiente:
"Qué más quieres, no pudo
hacerse licenciado, mi corazón desnudo.
Era mucho pedirle, padre mío, ¡no sabes
lo grave que es a veces
un hombre que en el pecho le entierran viva un ave!"
Ya un poco más afianzado en el mundo de las letras, publica Pilón: canto al terruño y otros poemas, su primer libro importante. Lo mete en una maleta y se muda a la Capital. Cuando arriba a Santo Domingo se topa con Manuel Cabral, un poeta que lleva su mismo nombre y que publica sus versos en suplementos literarios de la época. En su autobiografía, Historia de mi voz, publicada en Chile en 1962, el poeta se refiere a este hecho: "Pero a mi llegada a la capital tuve súbitamente que cambiar mi nombre de pila que tan orgulloso y simple traía de mi pueblo natal, pues con sorpresa me enteré de que existía una mano versificadora, un poeta que llevaba mediocremente mi firma y que por todas partes aparecían versos sin estatura de Manuel Cabral…En vista de ingrato atrasado de mi destino de poeta, resolví no quitarme el nombre pero agregarle algo para diferenciarlo de aquel bastardo homónimo fabricador de versos, y decidí entre el Manuel y el Cabral ensangüichar un del como salvavidas de mi presente y futura obra poética. La aristocrática contracción "del" no le caía bien a mi poesía social, pero prefería esta falla al peligro de perder toda mi obra". Años después, cuando Manuel del Cabral publica su primer libro en Argentina utilizando en su nombre la contracción del, el dictador Rafael Leonidas Trujillo se comunica con Mario Fermín Cabral - padre del poeta- y le inquiere sobre las causas del uso de dicha contracción, alegando que el del es utilizado generalmente por la nobleza. Ante tal encrucijada, el padre del poeta responde: "Yo no recuerdo descendencia tan alta entre los Cabral, pero me han dicho que eso se usa por allá". Manuel del Cabral se incorpora sin muchos reparos a la vida literaria del Santo Domingo de los años treinta. Departe con artistas notables y suele reunirse en La cueva, un cuartito perteneciente a la casa señorial de don Enrique Henríquez, frecuentado por importantes literatos e intelectuales, entre los que hay que señalar a Juan Bosch, Héctor Incháustegui Cabral, Ramón Marrero Aristy, Manuel Llanes, Domingo Moreno Jiménez y Fabio Fiallo.
En 1938, se embarca hacia la ciudad de Nueva York donde trabaja limpiando ventanas de rascacielos hasta que consigue un puesto de diplomático en Washington. En lo adelante se dedicaría a la carrera diplomática que lo dispersaría por todo lo largo y ancho de Latinoamérica. Permanece en los Estados Unidos un año y de ahí pasa a Colombia, Panamá, Perú y Argentina. Durante su estadía en esos países, el poeta dominicano asiste a importantes círculos literarios, conociendo figuras literarias tan interesantes como León de Greiff, Oliverio Girondo o Gabriela Mistral. En Buenos Aires publica Trópico negro, Compadre Mon y Chinchina busca el tiempo e incluso se casa y procrea tres hijos.
En 1944 retorna a la República Dominicana. En 1948 se dirige a España donde realiza variadas actividades literarias y se pone en contacto con un grupo de excelentes poetas españoles, pensadores y artistas tales como Vicente Aleixandre, Salvador Dalí, Gerardo Diego, José Ortega y Gasset, entre otros. Durante su estadía en España se publican tres libros suyos y se incluyen sus poemas en antologías de literatura contemporánea castellana. Los jóvenes poetas españoles se interesan sobre todo por el estilo empleado en sus cartas escritas en verso, que escribe entonces con más frecuencia y que incorporaría en lo adelante a sus obras anteriores.
En Historia de mi voz, Manuel del Cabral relata un episodio que aconteció en la casa del famoso crítico catalán Eugenio d'Ors. Se da el caso de que éste invita al poeta dominicano a una de sus reuniones mensuales. Manuel del Cabral lee una parábola llamada "El Centavo" y al final de la lectura Eugenio d'Ors la elogia abiertamente. Antes de marcharse, el poeta dominicano deja en casa del crítico catalán un paquetito de tres libros, destinados para las personas que no asistieron a la reunión de esa noche. A la mañana siguiente, Manuel del Cabral recibe el paquete de libros y una tarjeta que reza lo siguiente: "La lectura de su hermosa y tan original parábola El centavo no justifica que usted use mi casa como depósito de libros. Le remito el paquete. Usted tiene su costumbre americana de poeta salvaje; por aquí no se usa eso. Ruégole disculparme. Eugenio D’Ors". De España viaja a Francia donde conoce a Paul Eluard y André Gide y de ahí vuelve a Argentina. Presionado por el régimen de Trujillo, Manuel del Cabral termina pidiendo asilo en Argentina donde residiría por varios años. A finales de los setenta, vuelve a República Dominicana donde reedita su obra, publica nuevos libros y se suma a la vida cultural y social del país. En 1992 recibe el Premio Nacional de Literatura y en 1997 es propuesto para el prestigioso premio Cervantes. Muere el 14 de mayo de 1999. Contaba con noventa y dos años.
En Historia de mi voz, Manuel del Cabral relata un episodio que aconteció en la casa del famoso crítico catalán Eugenio d'Ors. Se da el caso de que éste invita al poeta dominicano a una de sus reuniones mensuales. Manuel del Cabral lee una parábola llamada "El Centavo" y al final de la lectura Eugenio d'Ors la elogia abiertamente. Antes de marcharse, el poeta dominicano deja en casa del crítico catalán un paquetito de tres libros, destinados para las personas que no asistieron a la reunión de esa noche. A la mañana siguiente, Manuel del Cabral recibe el paquete de libros y una tarjeta que reza lo siguiente: "La lectura de su hermosa y tan original parábola El centavo no justifica que usted use mi casa como depósito de libros. Le remito el paquete. Usted tiene su costumbre americana de poeta salvaje; por aquí no se usa eso. Ruégole disculparme. Eugenio D’Ors". De España viaja a Francia donde conoce a Paul Eluard y André Gide y de ahí vuelve a Argentina. Presionado por el régimen de Trujillo, Manuel del Cabral termina pidiendo asilo en Argentina donde residiría por varios años. A finales de los setenta, vuelve a República Dominicana donde reedita su obra, publica nuevos libros y se suma a la vida cultural y social del país. En 1992 recibe el Premio Nacional de Literatura y en 1997 es propuesto para el prestigioso premio Cervantes. Muere el 14 de mayo de 1999. Contaba con noventa y dos años.
Mutaciones
En 1976, la editora Alfa y Omega publica Obra poética completa de Manuel de Cabral en colaboración con el poeta dominicano. Dicho volumen agrupa los libros: Compadre Mon, Manuel cuando no es tiempo, Trópico negro, Sangre mayor, De este lado del mar, Los huéspedes secretos, Pedrada planetaria, 14 mudos de amor, La isla ofendida, Chinchina busca el tiempo, Sexo no solitario y Égloga del 2000.
Si algo caracteriza la Obra completa de Manuel del Cabral son las mutaciones que libro tras libro va experimentando su voz, al punto de que pareciera que estuvieran escritos por distintos autores. Pero ojo, esto es aparente. Si uno relee los centenares de poemas con suma atención, empieza a escuchar una voz que va resonando entre sus libros como si se tratara de la voz en off de una larga y emocionante película. No importa la diferencia que existe entre los poemas de Sexo no solitario y los poemas en prosa de Chinchina busca el tiempo o entre la poesía social de La isla ofendida y los poemas metafísicos de Los huéspedes secretos, siempre nos vamos a encontrar con la voz de Manuel del Cabral. Y es que a diferencia de muchos escritores, Manuel del Cabral no repite los clichés o las fórmulas literarias tan comunes en los escritores y poetas de ésta época. Para ilustrar esto último, pensemos en un poema de Los huéspedes secretos titulado "Voz":
"Me puse a cavar la tierra
porque oí mi voz al fondo.
Y el hoyo cruzó la tierra.
Y allá…
Más allá…
La voz lejana se oía.
Seguía cavando. Cavando.
Es sólo una voz el fondo."
Al igual que Pablo Picasso, Manuel del Cabral experimenta con todos los elementos expresivos que tiene a su alcance para plasmar su cosmogonía y su voz. Acerca de esto, Stefan Baci escribió: "Cabral no construye como Huidobro, una teoría poética; ni como Vallejo; presenta un lenguaje enteramente diferente de sus pares. Cabral es, de una manera clara y estricta, apenas un poeta desbordante, en el buen sentido de la palabra; no desbordante como el caótico Neruda, sino con bases fijas y, en la parte no americana de su poesía, con una estructura filosófica y una insustituible visión del mundo". En Compadre Mon, Manuel del Cabral nos entrega la obra de mayor consistencia que se ha escrito sobre la República Dominicana. Hace poco se resaltó su influencia al ser seleccionada entre las mejores obras publicadas en lengua española durante el siglo veinte por varias revistas especializadas en literatura. Dividido en tres partes, Compadre Mon, al igual que un western, va narrando la vida de un forajido dominicano que poco a poco se va redimiendo para transformarse en una fuerza justiciera y reivindicadora de un pueblo explotado y sometido. La obra arranca con una serie de remembranzas y a medida que el libro va tomando velocidad las remembranzas se detienen para dar paso a que el mismo Compadre Mon relate la travesía y la metamorfosis que lo llevan a convertirse en paladín. Compadre Mon es la obra que recoge con mayor soltura el sentir popular y social dominicano: tan sólo piénsese en esa preciosa estampa denominada Sol gallero.
A partir del registro de voces populares incluidas en el libro, de las costumbres, de los anhelos, de la idiosincrasia de nuestro pueblo, podríamos decir que Manuel del Cabral muta en poeta épico o en musical de Broadway. Para el libro Manuel cuando no es tiempo, el poeta muta en solista. Dicho libro incluye algunos poemas de sus primeros libros, entre los que podemos mencionar a Carta a mi padre, acompañado de poemas satíricos y nostálgicos como Carta a Rubén, Carta a Moreno Jiménez y Manuel y su cadáver. En Trópico negro, Manuel del Cabral muta en cantante de blues y se reúne con Nicolás Guillén de Cuba y Luís Palés Matos de Puerto Rico, creando el trío que cantaría por primera vez y sin ningún tipo de tapujos la realidad negra antillana y que se caracterizaría por ser el primer movimiento poético en Latinoamérica que no tiene influencia europea. A esta colección pertenecen Trópico picapedrero, Negro sin casa y Negro sin risa, tres de los poemas más memorables del poeta dominicano. Acerca de este libro, Fernand Verhesen, escribió: "Mientras Palés Matos juega con la piel de los negros. Cabral trabaja debajo de esa piel". En Argentina empieza a redactar Chinchina busca el tiempo; se trata de breves poemas en prosa y en verso, de carácter doméstico, motivados por la nueva condición paternal del poeta. Gabriela Mistral escribió sobre este libro lo siguiente: "Pocas veces la poesía americana ha llegado a una ternura, transparencia y sentimiento humano como en esta poesía en verso y prosa. Cabral, en su trato con las cosas que lo rodean, hace de ellas una perenne superación de belleza y gracia que le da al hombre una reposada armonía interior".
De poeta doméstico muta en poeta metafísico. Se interesa por las parábolas, por la filosofía oriental y por los orígenes del lenguaje y de su voz. Publica entonces Sangre mayor, que junto a Los huéspedes secretos, son considerados como los grandes libros metafísicos del poeta. No obstante, así como en sus poemas sociales, Manuel del Cabral se detiene a meditar sobre ideas y abstracciones, de esa misma manera podemos decir que lo hace en sus libros metafísicos en cuanto a la problemática social, tal como se puede observar en el apartado de Los huéspedes sociales incluido en el libro Los huéspedes secretos. Sobre el aspecto metafísico de esos libros, Manuel del Cabral señala: "Un libro mío… es el verdadero iniciador de mi aventura metafísica. Extraño parecerá que en una obra de tema tan aparentemente espeso de materia como es el sensual, fuese allí donde germinó la voluntad abstracta de mi poesía, pues, aunque Los huéspedes secretos y Sangre mayor se publicaron antes, varios poemas de Sexo y alma los tenía escritos con bastante anterioridad a esos libros. Y es que en el sexo he podido encontrar todos los elementos que yo considero indispensables para los secretos movimientos del huésped interior, eminentemente metafísico, pero misteriosamente sencillo". Mientras en Sangre mayor experimenta con el poema en prosa y existencial, influido por el ambiente burocrático plasmado por Pablo Neruda en Residencia en la tierra, ya en Los huéspedes secretos Manuel del Cabral muta en Manuel del Cabral y funda un nuevo estilo de hacer poesía que rememora los cuestionamientos de los existencialistas franceses y que inauguraría una nueva forma de poetizar en este lado del mundo. En Pedrada planetaria, el poeta muta en astronauta y escribe poemas donde abunda el humor negro y el sarcasmo tales como Estómago, Monólogo del Sputnik 1, Sembrador planetario, Desperdicios del 2000 y Monólogo del átomo. Se trata del libro que tiene más influencia onírica y surrealista tal como lo demuestran los breves poemas en prosa que contiene. En De este lado del mar, libro de temática social, el poeta muta en noticiero y denuncia la problemática social del indio y de los inmigrantes en los Estados Unidos. 17 años después, en 1965, a raíz de la ocupación norteamericana en la República Dominicana, surgiría un hermano de este libro, La isla ofendida, donde el poeta muta en estudiante constitucionalista que se pasea por los alrededores de una ciudad sitiada.
En 14 mudos de amor, el poeta muta en sátiro enamorado mientras en Sexo no solitario el poeta muta en voyeur o en Catulo posmoderno. Piezas como La preñada o La mano de Onán se queja, se dedican más a reflexionar que a desarrollar una descripción del acto amatorio. En La Canción del invertido o en Ano, se produce una parodia de la poesía erótica de tendencia cursilona y se desentierran una serie de temáticas vedadas e inéditas en la poesía de nuestra lengua. Una de las características que distingue la poesía erótica de Manuel del Cabral es la manera en que esta razona y juega. En ocasiones, su poesía erótica se torna humorística y hasta sarcástica, apartándose de ese ambiente de seriedad y solemnidad que nos han acostumbrado un montón de poetas modernos. Donde estos poetas se dejan arrastrar por la pasión y la retórica, Manuel del Cabral es puro seso y humor.
En Égloga del 2000, escrito a finales de los sesenta, el poeta muta en hombre nuclear. Se trata de un libro compuesto de doce poemas en que el poeta dominicano reacciona ante el mundo digital y deshumanizado que se perfila en el horizonte. Se reflexiona sobre la contaminación, la bomba atómica, la muerte de Neruda, el rechazo de Sartre al premio Nóbel y la manipulación genética. Con el poema que cierra el libro, el poeta vuelve a preguntarse sobre su voz y esta después de mutar una y otra vez retorna a él y repite:
"He venido a ser eterno.
¿De qué me agarro, de qué?
Otra voz grita más fuerte, otra voz en mí…
¿De quién?
Tal vez mi cráneo es la piedra,
la piedra que, sin edad,
lanzó un hondero sin tiempo…
y la piedra al hondero volverá…(10)"
Los hombres no saben morirse
La mejor manera de celebrar el centenario de un poeta es leyendo su obra. En los últimos años, los homenajes, los recitales y las conferencias, no resultan lo suficientemente estimulantes para difundir la obra de un poeta. Nombrar las calles con nombres de poetas o levantar estatuas de poetas y colocarlas en un parque, me parece torpe y de mal gusto. Pensemos que el poeta pertenece a todas partes y si lo petrificamos o lo ubicamos en un lugar determinado de la ciudad, de alguna manera lo estamos apresando, y peor aún, oficializando, que es quizás uno de los peores crímenes que se puede cometer contra su memoria. Porque cuando el poeta desaparece lo que nos lega no es su figura, sino su voz. Si hay un homenaje que se le puede hacer a un poeta, es leer su obra con detenimiento, como si habláramos con un pariente que recién conocemos.
Si algo tiene de particular Manuel del Cabral es que posee una obra tan vasta y tan rica que es imposible soslayarla. A pesar de sus cien años, Manuel del Cabral no envejece y en su obra sigue siendo el desconocido, el excéntrico, el juguetón, el ególatra y la figura explosiva que fue en vida. Su obra nos atañe más que nunca. Entre ediciones viejas con hojas amarillentas y rotas, en pasillos de bibliotecas, en estantes de librerías poco frecuentadas, en las bibliotecas personales de nuestros padres o nuestros abuelos, sus libros aguardan para ser leídos. Pensemos con emoción que cada vez que alguien abre uno de sus libros, Manuel del Cabral vuelve a la vida.