19/8/08

Javier Campos

El poeta pobre
Juventud, divino tesoro
Rubén Darío
Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante.
Roberto Fernández Retamar
Yo también en mi dorada juventud fui un poeta pobre
dormí miles de noches -como el poeta ruso Serguei Esenin-
mirando las estrellas desde un pajar
también navegué en barcos estancados en la arena de mi pueblo
y como Ulises regresé cuando quise a mi lejana Itaca
pero ningún cíclope me obstruyó el regreso
ni menos cuando quise viajar a otras más ignotas regiones
manejando mis enterrados barcos en las orillas del mar
También en mis momentos más felices o despechado de amor
cometí miles de suicidios con el mismo revólver
-con el cual el poeta Maykovsky a los 30 años se disparó en la cabeza-
o caminé por kilómetros hundiéndome en el mar un día hermoso
al atardecer
como se suicidó caminando hacia las olas del océano, sonámbula,
la poeta Alfonsina Storni
También bebí los vinos más deliciosos del planeta
sin siquiera tener una viñedo propio
ni tampoco un racimo entero de uvas que llevarme a la boca en el verano
como Lázaro de Tormes
Me embriagué con otros manjares venidos desde los Jardines de Babilonia
o de un vaso de oro que tomaba Sherezade
mientras contada mil historias maravillosas cada noche
para que no la mataran
Probé los venenos de las hierbas más milenarias de la tierra
aquellas que los Toltecas tomaban mirando el atardecer en una playa de Oaxaca
o las que bebían los faraones antes de morir para soñar con el paraíso
que les esperaba
Leí miles de libros en una biblioteca vacía de mi madre pobre
mientras en nuestro palacio de oro yo esperaba por siglos,
muerto de hambre, de sed y de frío,
y me hiciera dormir
leyéndome unos de esos libros inexistentes
de nuestra vasta biblioteca de Alejandría
En mi adolescencia como todo poeta pobre
escribí hasta altas horas de la noche en papeles inmaculadamente blancos
fumé todas las hierbas alucinógenas sin volverme demente
ni perdí la lucidez rescribiendo inútilmente por horas
nada más que un sólo verso
También vestí los más hermosos trajes
y me rodearon hermosas mujeres invisibles
de todos los lugares del planeta,
viaje por lugares ignotos, hasta llegar a otras galaxias,
sin moverme siquiera de mi miserable guarida
Me envidiaron miles de otros poetas jóvenes pero ricos
esos que obtuvieron todos los premios inimaginables
y también me envidiaron los tocados por el don de la Poesía,
los que fueron aclamados por reyes, presidentes,
dictadores y príncipes,
o recibidos por multitudes azules como le ocurrió
al poeta Rubén Darío joven
y al poeta Rubén Darío viejo
Aunque todos ellos me desdeñaron y me quitaron el saludo
-mientras continuaban recibiendo premios, invitados por los países ricos
y los países pobres-
ellos jamás citaron en sus libros al poeta pobre
aunque sí copiaron todos mis versos inéditos
y plagiaron todos los libros que nunca escribí.



El Che (o Jack Kerouac lee en Nueva York en enero de 1959)
Hay una foto de Jack Kerouac leyendo en Nueva York,
subido en una escalera vieja en un bar del West Side,
es 1959, enero exactamente
Jack tiene 36 años y aún se ve hermoso, fuerte,
lleno de vida arriba de esa escalera
mirando a otros jóvenes aquel día de nieve,
pero a nadie le importaba en ese tiempo el frío y el hielo
porque la juventud
era eterna y nadie tampoco había escrito cosas
como los amigos de Jack,
es decir Allen Ginsberg que tenía 33 años
y decía sin problemas que era homosexual
por eso el ambiente allí era como si
estuvieran re-haciendo la historia,
al menos en la poesía
creían ellos
aquel día Ginsberg escuchaba a su amigo Jack
leer una novela que había escrito en 1951,
o sea a los 29 años, se llamaba “En el camino”,
y cuando Ginsberg escribía Aullido, en 1956,
tenía 31, la misma edad del Che Guevara
cuando en enero de 1959 entraba en la Habana
porque a esa misma hora en Cuba y ese mismo mes
el Che bajaba con un rifle desde Sierra Maestra,
era la misma hora en que los poetas beats
(según Kerouac la palabra significaba “apertura a la luz”)
leían su prosa en Manhattan,
y también su poesía, igualmente revolucionaria,
pero los medios masivos norteamericanos
los describían como “grupo de drogadictos, alcohólicos y
enfermos mentales”, o lo peor:
“una generación fracasada”
ese día también el Che era retratado
y aquella foto fue histórica
porque aún recorre el mundo:
venía arriba de un jeep militar (ya era comandante),
encima de su pelo largo iba su boina negra y una estrella luminosa
que con el tiempo sería el símbolo de la vida nueva,
llevaba también una barba y una mirada enigmática,
como la de Jack Kerouac o Allen Ginsberg,
esa mirada de la que diez años después
se enamoraría el propio Allen Ginsberg,
pero el Che nunca lo supo,
y cuando se enteraron las autoridades cubanas
en 1967 (año en que seguían funcionando
los “Campos de Rehabilitación” para maricones)
-porque Allen escribió una elegía bastante erótica
al cuerpo del Che-
lo expulsaron de Cuba;
el poeta tenia 41 años y Guevara,
asesinado en Bolivia ese mismo año, tres menos
que Ginsberg quien escribió lo siguiente
mirando en una fotografía el cuerpo sin vida del Che:
“En un periódico europeo: la foto de tu rostro joven
cuando te mataron; tus ojos abiertos de niño
radiante femenino, con muy poca barba.
Tumbado sonríes sereno como si
los labios de una mujer besaran partes invisibles de
tu cuerpo. Cadáver reposado de un muchacho
angélico.

Pipa en boca y lleno de esperanza, escribiste
tu diario entre las nubes de mosquitos del Amazonas,
dormiste en las montañas y renunciaste al Trono de
La Habana. Tu cuello es más sexy que los viejos
cuellos tristes de Johnson de DeGaulle de
Kosygin o que el cuello baleado de John
F. Kennedy.”
pero en aquel enero de 1959 todos eran tan hermosamente
jóvenes,
dispuestos a escribir los libros
desde donde se construiría el hombre nuevo y la poesía nueva

o sea 34 años era el promedio de todos ellos,
Fidel tenía 33 cuando comenzó la Revolución
y Jack Kerouac
36 cuando leía páginas de lo escrito desde 1950,
o sea cuando tenía 28 años
escribiendo donde fuera: en un hotel barato,
en un camión, en un tren de tercera clase,
o en un bus de Greyhound camino a Iowa City
o en una bar de pescadores en San Francisco,
los poetas y escritores jóvenes en ese tiempo
viajaban a dedo, en trenes de carga,
bebían cerveza o vino barato,
nadie pensaba leer sus versos o su prosa
ni en Universidades ni en hoteles diez estrellas,
igual que los guerrilleros por la Sierra Maestra
que viajaron desde México en un balsa llamada Granma:
eran los profetas hermosos del futuro
ambos separados por sólo 90 millas;
en cambio aquel enero de 1959
yo era un niño de un pueblo lejano
en el sur de mi país
era verano y mientras recorríamos la plaza
escuchábamos de una radio las consignas de los barbudos
que bajaban de Sierra Maestra en Cuba,
dónde está Cuba pregunté yo que apenas había salido
de aquel pueblo,
porque el mundo para mi era sólo unos pocos metros
a la redonda
tampoco había oído mucho de Manhattan
ni siquiera conocía la nieve, ni menos las playas del Caribe,
ni siquiera había besado a una muchacha en toda mi vida
el único poema que había leído era el poema 15 de Neruda
tampoco tenía idea lo que era ser un poeta joven,
ni mucho menos lo que significaba la palabra guerrillero
o Sierra Maestra,
o Patria o Muerte Venceremos
pero todo aquello ocurrió hace tantos siglos
ahora los huesos del Che Guevara reposan en Cuba
(la mano que le cortaron en Bolivia parece que
está en un frasco en un Museo de la Habana),
pero aún siguen reproduciendo
la imagen de aquella foto tomada en enero de 1959
poco se reimprime El socialismo y el hombre nuevo
del Che Guevara (excepto en Cuba)
en cambio se siguen editando las obras de Kerohuac
y los poemas de Ginsberg nunca pasan de moda
aunque ellos sin embargo son leídos
con la misma nostalgia como hoy leemos los escritos del Che:
gratis en las bibliotecas públicas
o cómodamente sentados
en la librería de un Mall.

Cuando Apollinaire era un joven poeta
A la memoria de Silverio Muñoz
Hay un verso de Apollinaire que no podré olvidar:
“Mi pequeña Louise, quisiera morir en un día que me amaras”
Apollinaire lo escribió el 13 de abril de 1915
o sea a los 35 años y de eso hace casi un siglo
Dicen que Apollinaire era feo y gordo
y ninguna mujer se volvió loca de amor por él
La historia también dice que enloquecido de amor,
y por su propia voluntad, se enroló en el ejército
para pelear en la primera guerra mundial
Fue por el despecho de una mujer indiferente:
ella era la aristocrática y bella Louise de Coligny-Chatillon
En ese tiempo no había televisión ni menos la radio era masiva
recién comenzaba el cine en Paris y el primer film francés,
“Viaje a la luna” de 1902 (donde se parodiaba a los intelectuales)
fue el más famoso
y quizás el joven Apollinaire se dejó fascinar por la imagen visual
(hay que recordar que fue él quien inventó los caligramas
y los poemas ilustrados con dibujos)
Pero Apollinaire partió a la guerra por amor
y no por convicciones políticas ni patrióticas,
por eso no le importó el ruido de los fusiles o cañones
ni caer despedazado su cuerpo por las balas enemigas
Quien sabe si cuando recibió una esquirla de un cañón en la cabeza
miraba la luna, o las estrellas,
o recordaba nostálgico las aguas de el Sena
bajo el puente Mirabeau
Se dice que gran parte de la esquirla quedó pegada en su casco militar
y se salvó por milagro de la muerte
hay una foto famosa de Apollinaire con su cabeza vendada de blanco
como un poeta embalsamado aún por el dolor que le causaba
la bella e indiferente Louise de Coligny-Chatillon
Pero la historia también cuenta que sorprendido Apollinaire,
cuando ya estaba encuartelado, y antes de recibir aquel impacto
en el casco militar,
Louise vió en ese gesto del poeta
un profundo acto de amor que ella no imaginó nunca de
un poeta
gordo y feo
Y partió la bella joven en un carruaje a buscarlo al cuartel
donde Apollinaire se había enlistado y ya marchaba a la guerra
quizás quería morir peleando
o que una bala le atravesara el corazón
puesto que nada había atravesado el corazón de la hermosa
y aristocrática Louise de Coligny-Chatillon
Es decir, ella nunca fue tocaba por ningún avance amoroso del poeta
ni menos por los versos que le escribió en vida
mirando las aguas del Sena desde el puente Mirabeau
También dicen que cuando Louise partió casi enloquecida de amor
buscando a Apollinaire
-pero la verdad sea dicha es que nunca estuvo loca de amor por él-
ella fue su amante sólo por ocho días
y ella misma arrendó un cuarto de hotel en la ciudad de Nimes
donde estaba el batallón de reclutas preparándose para partir a la guerra
Pero al noveno día Louise lo dejó solo en el cuarto del hotel de Nimes
más abandonado de amor que antes
La pasión de Louise de Coligny-Chatillon se había enfriado y era falsa
y Apollinaire quedó desconsolado
Pero aquella pasión, o sea Louise de Coligny-Chatillon,
que originó la más bella poesía de amor de comienzos del siglo XX,
nunca fue verdadera porque ella jamás amó al poeta
Más aún -y esto quedará quizás como un misterio
en la vida de Apollinaire y en la vida de todo joven poeta-:
el pedazo de proyectil que luego iría a recibir en la cabeza
durante la guerra
fue igual a lo que en vida significó el desprecio amoroso
de Louise de Coligny-Chatillon
La ironía es que 20 años después
cuando la aristocrática Louise de Coligny-Chatillon
era vieja y fea
-y el poeta ya había muerto de pulmonía y joven,
pero sin ser amado por ninguna mujer en vida-;
Louise autorizaba publicar por primera vez
todos los poemas de amor que fueron inspirados por ella
Por eso hay unos versos de Apollinaire que nunca volveré
a olvidar:
Mi pequeña Louise quisiera morir en un día que me amaras
Quisiera ser hermoso para que me amaras
Quisiera que fueras mi vida para ser únicamente para ti
Quisiera que fueras la noche para amarnos en las tinieblas
Quisiera que fueras un proyectil alemán para matarme con
Un brusco amor”
(Paris 2004, con Alba cerca del puente Mirabeau)

Javier Campos (Santiago de Chile), reside en Estados Unidos desde 1977. Ha publicado cuatro libros de poesía: Las últimas fotografías (Uruguay, Acali Editora,1981); La ciudad en llamasLetras de Oro 1990 para escritores hispanoamericanos residentes en Estados Unidos) y El astronauta en llamas (Chile, Editorial LOM, 2000. Finalista premio Casa de las Américas 1998, Cuba). En el 2002 ganó el premio Internacional “Juan Rulfo”, en la categoría de poesía. Su primera novela, Los Saltimbanquis, fue publicada en 1999 por la Editorial Red Internacional del Libro (Santiago de Chile). Su obra ha sido incluida en revistas y antologías de América Latina, EEUU y Europa. Actualmente es profesor de literatura latinoamericana en la universidad jesuita de Fairfield, Connecticut, Estados Unidos. Es columnista regular en el periódico chileno en internet: www.elmostrador.cl. (Chile, Ediciones LAR,1986), Las cartas olvidadas del astronauta (EEUU, Universidad de Miami, 1991. Primer premio)