Por miedo a los espantos, mi hermano y yo íbamos a orinar juntos a la cola del patio.
Los fantasmas se ven con los ojos de la nuca —decían los viejos—: “Y si hay azufre en el aire, es mejor salir corriendo, aunque se orinen los pantalones”.
De noche la luna multiplicaba las sombras del patio.
El viento sonaba en la hojarasca como una cadena que se arrastra (la respiración se volvía difícil, recuerdo)
El viento sonaba en la hojarasca como una cadena que se arrastra (la respiración se volvía difícil, recuerdo)
Aquel tiempo ha pasado y la memoria guarda la dicha de compartir el miedo.
A veces, cuando se peina ante el espejo, mi hermano interrumpe, se voltea, y presiente que alguien se esconde tras las cortinas.
A veces, cuando se peina ante el espejo, mi hermano interrumpe, se voltea, y presiente que alguien se esconde tras las cortinas.
También lo acompaño, por encima del hombro, cuando toma sus alimentos, o por las noches, cuando lee sus libros de lejanas tierras: Marruecos, Tánger, Sudán, Mauretania...
Como ahora, que lee estas palabras que escribí en el margen de una página, y que ambos hemos leído.
Se vuelve, mira a través de mí, y descubro el miedo en su rostro. Pero ya no puedo decirle: “Tranquilo, sólo estoy jugando”. Y empiezo a sentir miedo de mí mismo.
Desde niño una bandada de cuervos me persigue en sueños buscando sacarme los ojos.
Un domingo solitario con la familia de viaje. Hago reparaciones en la casa, arranco el papel tapiz que cubre las paredes de mi habitación.
Entonces descubro cuervos dibujados en la pared por una mano obsesiva y temblorosa. Una nube de plumas negras cargada de presagios.
El viento cierra la puerta con fuerza, y me quedo allí, en el centro de la habitación, con los puños cerrados y los ojos abiertos.
Un vaso de Agua para Todos Mis Muertos
Las velas agotan su lumbre
frente a la foto del abuelo.
Frente a su rostro un vaso con agua,
una presencia extraña en el altar
de esa mesa en la esquina de la sala.
Atraído por el misterio,
yo observaba el vaso de agua
desde atrás de un baúl,
asustado como un indio que come hielo
por primera vez.
Esperando esos temblores que a veces
pueblan el aire, un golpe de luz,
un canto de viento
(algo vivo que va pasando)
yo observaba el vaso de agua
desde atrás de un baúl,
asustado como un indio que come hielo
por primera vez.
Esperando esos temblores que a veces
pueblan el aire, un golpe de luz,
un canto de viento
(algo vivo que va pasando)
La luz de otro fuego secreto
me hacía inventar vidas en el aire,
todas gritando desde un silencio
a manos llenas, como sólo lo haría un
piano en un incendio.
me hacía inventar vidas en el aire,
todas gritando desde un silencio
a manos llenas, como sólo lo haría un
piano en un incendio.
Nadie sabe lo que nadie sabe.
Pasaron los años en su río de siempre,
descubrí que todo el tiempo decimos adiós,
que aunque las piedras duerman en los lechos
de los ríos, hay una sed de adentro que sólo
se sacia en sí misma.
descubrí que todo el tiempo decimos adiós,
que aunque las piedras duerman en los lechos
de los ríos, hay una sed de adentro que sólo
se sacia en sí misma.
Ya no soy más ese niño oculto tras el baúl,
pero todavía dejo, todas las noches,
un vaso de agua para la sed de mis muertos.
pero todavía dejo, todas las noches,
un vaso de agua para la sed de mis muertos.
Última noticia de un Viejo Reportero del San Francisco Chronicle en la Sierra Mexicana
Recostado a la puerta del rancho se limpia
los oídos con un fósforo. Observa el mundo
con ojos de domador de tigres, la sierra
que no acaba, el maguey arañando el cielo.
los oídos con un fósforo. Observa el mundo
con ojos de domador de tigres, la sierra
que no acaba, el maguey arañando el cielo.
La edad que no aparece en las biografías
le castiga la cara.
Largos pelos asoman por las orejas,
ha guardado la noche en sus ojeras,
hondas como bolsillos de pobres
(denuncian fogatas, tequila, coyotes)
le castiga la cara.
Largos pelos asoman por las orejas,
ha guardado la noche en sus ojeras,
hondas como bolsillos de pobres
(denuncian fogatas, tequila, coyotes)
Cicatrices, son muchas, profundas, tienen
dueños. El desierto parece la única máscara
a su medida.
dueños. El desierto parece la única máscara
a su medida.
Los indios serranos lo miran de lejos,
pelo de jabón (así distinguen a Ambrosio Bierce),
y piensan:
Algún día debió ser otra cosa.
pelo de jabón (así distinguen a Ambrosio Bierce),
y piensan:
Algún día debió ser otra cosa.
Mutatis Mutandis
Muchos fuegos están ardiendo
bajo el agua.
Empédocles de Akragas
La etimología del idioma en que canta el viento.
Las sentencias que sueñan los mármoles dormidos
La grasa que dejamos a nuestro paso por los espejos.
Todo lo perdido en el camino del sueño hacia la vigilia
Acumulo tesoros vulnerables que no descubro en los libros, y sin embargo hacen que la vida mantenga su paso.
Todo eso que quiero salvar, y aún no sé cómo lograrlo.
J. J. Junieles. (Sincé, Sucre, 1970) Ha publicado el libro de cuentos: Con la luz que me queda basta, y la novela: Hombres solos en la fila del cine. Ha publicado cuatro libros de poesía: Papeles para iniciar el fuego, Temeré por mí al final de estas líneas, Canciones de un barrio en la frontera y Viajero con pasaje a tierra extraña. La Universidad Externado de Colombia publicó su antología personal: Aquí estuve y no fue un sueño (Bogotá, 2007) Fue elegido por el Hay Festival de Literatura para ser parte del proyecto Bogotá 39 (39 escritores más representativos de la nueva literatura latinoamericana, 2007), y obtuvo el Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2007, de México y Cuba, con el libro: Metafísica de los patios.