Sin nostalgia
¿Nostalgia?
¿Por qué habría de tenerla?
¿Qué es lo que antes tenía y ahora no puedo tener?
¿Amigos?
Los amigos son como compañeros de cárcel.
Una vez afuera, ¿Para qué los querés?
¿Familia?
Otra cruz.
Ni siquiera la elegí yo mismo.
¿¿Ella?
De ella sólo me interesaba el sexo.
Y eso lo puedo encontrar en cualquier otra.
Su estupidez también la puedo encontrar en cualquier otra.
¿El barrio?
Un barrio sucio y apestado de delincuencia.
Ahora vivo en una casa de dos pisos.
A pocos metros de la playa.
Y ahora estoy escribiendo delante de una ventana que da al mar.
Y mi billetera tiene muchos más billetes.
Y las calles están limpias.
Y puedo caminar de noche sin una piedra en el bolsillo.
Y sin embargo…
Solitario
Cuando no podemos hacer mucho
Para cambiar las cosas
Y no nos queda otra que esperar
Que pase el tiempo
Que las cosas cambien solas
Bueno, hay que esperar.
La maldita espera
Sentarse en una silla
De frente a un reloj de dos pesos
Que atrasa cinco minutos
Y ver como la delgada aguja se desliza
Lenta, sincronizadamente.
La aguja se mueve
Y el tiempo se mueve
Pero las cosas no cambian como la posición de la aguja
Y nada peor que sentarse a mirar el reloj.
Mi abuela cumplirá noventa años.
Está casi sorda
Casi ciega
Casi inmóvil y
Su cabeza funciona casi igual
Que a los treinta.
Todos los días se sienta
Fatigosamente
Y sobre la mesa despliega cuarenta naipes.
Juega al solitario
Horas y horas jugando al
Solitario.
A veces no se percata de que
Uno o dos cartoncitos ajados cayeron sobre el suelo
Y es imposible que el juego concluya exitosamente
Pero cualquiera puede darse cuenta
Que el objetivo del solitario
No es vencer
Sino alivianar
La espera.
Mi abuela espera.
Espera a Doña Muerte.
Espera que el destino
Tome las cartas por ella,
Baraje
Y reparta
Nuevamente.
Hay muchas formas de jugar al solitario
Prescindiendo de los cartoncitos ajados.
Acumular botellas vacías
De cerveza
Debajo de la cama
Trabajar hasta jubilarse
Trabajar hasta perderlo todo en un casino
O un hipódromo
Mirar partidos de fútbol
De la liga turca
Leer el best seller del verano
O
Quemar quince mangos con una puta raquítica.
A veces las cosas tardan
Demasiado
En cambiar.
Mi abuela seguirá desplegando
Los cuarenta naipes
Sobre la mesa.
Yo seguiré escribiendo textos como éste.Felices los que no
Esperan.
Aplastando cabezas
No soy otra cosa que un esclavo más
del Tiempo y de las circunstancias.
Un eslabón de Tiempo y otro de circunstancias
Proyectados hacia el infinito,
O al menos hacia la finitud de mi vida,
Construyendo una cadena que se cierne alrededor de las muñecas
De los tobillos
Y del cuello
Que aprieta pero no ahorca.
El tiempo se multiplica
Las circunstancias se ramifican
Y no queda otra cosa que aplastar cabezas de langostinos.
Destrozar cabezas de cigalas
Tomarlas entre las cinco yemas de los dedos y aplastar
Hasta sentir el crujido de su caparazón quitinosa.
Y ver los ojos desintegrarse
Y sentir esa pasta repugnante emporcar toda la mano.
Y mientras el tiempo se precipita como en una cascada
Aplastar cabezas.
Leandro Paredes. (Buenos Aires, Argentina, 1979) Ha publicado el libro de poesía La nostalgia es un cuarto donde habita el insomnio, la colección de cuentos De melancolías y de espantos, y la novela Una calle de una ciudad cualquiera. Ex arquero, pésimo estudiante de periodismo y artes y espectáculos, fue colaborador de la revista Introvecnus, dirigida por Emiliano Fazzari. Actualmente reside en Quiliano, provincia de Savona, Italia, donde tomo contacto con el grupo Cinastic y donde además desarrolla paralelamente una interesante carrera gastronómica.