19/9/08

Myriam Moscona

Carta de Naturalización
Las hijas de extranjeras
nacimos con agujas minuciosas.
En tiempos nobles
visitamos museos de París.
Entramos al Louvre a buscar a la Gioconda.
También nosotras crecimos en la adversidad
y sonreímos con rictus previsibles.
Si la guerra nos empujó de otros continentes
un soplo nos condena a duplicar nuestra visión.
Permanecemos a perpetuidad.
Nos debatimos entre estancias y partidas.
Deseamos dar a luz a la intemperie
para que la sangre caiga en tierra firme
hasta que las raíces se pierdan en la historia.




Testimonio
No tuvo hijos,
Se lee en la caja de su cuerpo.
Casi nadie la visita.
Escribe cuando tiene algo que decir.
No gasta la vara del poema.
La lleva como báculo.


Las preguntas de Natalia
Cuando dices ÁRBOL
¿cómo haces para ver
raíces hundidas en la tierra
o follajes que cuelgan
como una cabellera?
Cuando dices PEZ
¿qué ves?
¿Garabatos de luz
veloces como rayos?
Ah, palabras abiertas,
palabras que transforman
vocales en imágenes reales.
¿Quién estuvo en contra
de llamarle lengua a la vaca
y vaca a la piedra?
¿Quién le puso su nombre a las cosas?
Desconocidas voces
trajeron de oriente
hermosas palabras que empiezan con AL:
Almendra
Almíbar
Almeja
Almena
y a la estrella Aldebarán.
Después,
¿quién cambió las cosas del tablero?
¿quién creyó ver
en el cielo un velo extendido
sobre el mar?
¿Quién le dio al león
su nombre de rugido
y al perico su nombre parlanchín?
¿Y al puerco espín?
¿Quién le dio su doble nombre?
¿Quién le dio al oso
su nombre-pesadez?
¿Quién crees?
Que alguien diga
parado en su pradera
quién llamó a ese árbol
con su nombre de palmera.
Tu voz: golpe al oído.
Como un abracadabra
devuelve a la palabra
su último sentido.




Six Feet Under
Llamaron esta mañana
para ofrecerme
un servicio
funerario
¿No sabe usted
que soy inmortal
como dijo Mark Twain
casi al morir
vistiendo su traje
Doctor
honoris causa
en lino blanco?
Un poco antes
del retiro
dio un paseo
meciendo los ojos
por los enormes
ventanales de su casa
en Connecticut
Afuera
notó la presencia
de un pájaro con plumas
color café
con leche:
un pájaro cualquiera
No era mensajero
ni loro africano
era solamente un pájaro
sucio
mojado por
la lluvia
que Mark Twain
vio caer tras los enormes
ventanales de su casa
en Connecticut
Al recostarse
le pidió
a su ama
de llaves
una infusión de ajenjo
que sorbió mojando sus bigotes
blancos
Bebió
y en un desliz habló dormido
Todo eso le conté
al agente funerario
que llamó esta mañana
para ofrecerme
una caja
donde guardar
una mortalidad tan pasajera
como la lluvia
que caía en Connecticut
la tarde que murió
Mark Twain
El agente quedó perplejo
ante la historia
de Samuel Langhorne Clemens
verdadero nombre
de quien volvió a su casa
en Redding Connecticut
antes de morir
el 21 de abril de 1910
No quise agregar más:
es mejor
tener la boca
cerrada
y parecer estúpido
que
abrirla
y disipar la duda
como dijo Mark Twain
mucho antes de morir
una tarde lluviosa
recostado
frente a los enormes ventanales
de su casa
en Connecticut




Balada de S.


a Guadalupe Alonso

Fui por unos días la mujer más bella de mi ciudad. Llevaba un vestido con doble aura. Abajo, todo se flechaba en un tiempo preciso.

En el camellón de Insurgentes fui el tigre de Blake, en San Ángel hablé con los nimbados pájaros de Dios, en la Plaza del Carmen encontré a mi madre fumando un cigarrillo. Supe sostener mi fragilidad.

Ser perfecta era como mirar un huevo.

Por unos días fui la acuciosa evangelista de Santo Domingo, recé en la sinagoga, caminé por los portales, entré en la catedral con un aire divino.

Afuera toque la piedra de la diosa y no me respondió con su silencio: hablamos hasta el alba y al besarla volvió a dormirse porque la tibieza de mi fruto era como un sueño de bienaventuranza.

Encontré a Álvaro en la cantina, a Héctor recargado en el Monte de Piedad, a Norman dormido en la Alameda. Mi padre me vio pasar. Su corazón flotante, blanco, parecía una rara pieza de granito.


También hablé con dos perras de la calle. Una amamantaba a sus crías y derramó su leche en el cuenco de mi mano. Como una tortuga mojada, esplendía la ciudad. Más adentro la noche y en su núcleo la rotación que pude tocar con estas yemas.

Después de un tiempo el huevo se hizo agua y un rizo de sangre cosió mis lagrimales.


Myriam Moscona (מירים מוסקונה ) (Ciudad de México; 1955). Es una periodista y poetacastellano y ladino de origen búlgaro sefardí. Su poesía en ladino elude los temas frecuentados de la lírica judeo-española y se concentra en una propuesta más contemporánea. Entre sus libros se destacan Las visitantes (1989, Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes), Las preguntas de Natalia (1992), El árbol de los nombres (1992), De frente y de perfil: Semblanzas de poetas (1994), Negro marfil (2000, 2006), El que nada (2006). Así como la traducción, La música del desierto de William Carlos Williams (1996, en colaboración con Adriana González Mateos, Premio Nacional de Traducción). Ha tenido a su cargo diversas columnas periodísticas, tanto en diarios como en revistas especializadas. Fue conductora del noticiario cultural de la televisión pública mexicana (Canal 22) y encargada del programa de radio de Instituto Nacional de Bellas Artes. En 2006 obtuvo una beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation.