3/12/08

Cuatro poemas sobre el huracán David de Erika Martínez


Su nombre era David
fue la razón por la que todo cambio
por la que mi vida no resulto como había sido planeada
no es que yo tuviese planes para mi misma a esa edad
recién había cumplido los seis años.
Pero mis padres tenían planes para mí
para mi hermana
para mi hermano
para nuestra familia


llegó en el 79
dieciséis días después de mi cumpleaños
debí haberle dicho,
no eres bienvenido, regresa
por ese mar que has atravesado
regresa, aquí no perteneces,
pero yo era una niña y
él era más grande que una sarta de palabras colgándome del cuello




llegó y no estábamos preparados, nadie lo estaba
su presencia nos hizo sentirnos solos
papi todavía estaba en New Jersey
un padre que no podía pelear desde lejos
pero Papi no atacaría en medio de una lucha
se transformaba en el silencio entre el rayo y el trueno
únicamente levantaba sus manos hacia nosotros
armado con una chancleta

David saqueó nuestra casa,
la calle, el barrio, la ciudad
las playas de la isla, montañas, valles y ríos
se robo nuestros mangos, auyamas, yautías y todos los plátanos
¿Qué hace un país cuando su desayuno, 
comida y cena
de pobres y ricos,
es destruido?

Contando velas en la cocina
escuchen la radio
en la cocina
en el comedor
en la sala
en cada habitación
en el carro
escuchen
escuchen atentamente
aunque el mensaje este repetido
aunque el mensaje este repetido

almacenen agua
reúnan todos los galones vacíos
plástico, vidrio, aluminio
potes, cántaros, bateas, reúnanlos
todos
y cada uno
las cubetas para trapear el piso
esas también sirven
los zafacones grandes
pueden ser usados como reservorios
llénenlos todos
mantengan el agua fluyendo

reúnan las linternas
las pilas
aceite y lámparas de querosén
velas también
radio transistor
con sus pilas
más pilas
tengan suficiente de todo esto
hagan una lista de cosas por comprar
medicina, comida
pongan la temperatura
de la nevera
en el punto más frío

ordenes a diestra
y siniestra
entren los muebles
de la marquesina
entra los juguetes
me dicen
pero estoy busy
ocupada,
contando las velas en la cocina
la niñera amarra 
la lavadora en el patio

cerramos las persianas
deseando que las barras de hierro
sean todo lo que necesitemos
para ahuyentar a David.

Bajo Ladrillo
Cuando anuncian a David abandonamos la casa.
Vamos a Cristo Rey a sacarlos
de su casita hecha de madera y zinc.
Mi madre quiere que su prima y sus hijos
se queden con nosotros durante el huracán.
No es que su casa no aguante la tormenta por venir,
es la casa de arriba.
Viven en una cañada por la que descendemos
a pie, de lado, lentamente, entre grava.
Mientras bajamos nos detenemos a mirar fijamente
esto: una casa inestable.
¿A quién se le ocurrió construir esa estructura de ladrillo
En esta loma? Esta fuera de lugar – un árbol
suspendido en una saliente que da al mar
a solas con sus raíces expuestas al viento salobre,
colgando, asiéndose a las rocas para salvarse
de su suerte, de su doloroso destino.
Troncos y ramas de otros árboles caídos
declaran la llegada de la erosión.
Pero no estamos en un pico rocoso
ante olas destructivas, estamos en las afueras
de Santo Domingo, creciendo sin planificación, 
donde puedes construir torres de ladrillo
hasta en arena movediza. La gente necesita donde vivir.
Nuestros primos construyeron su casa en el borde
de la capital con pedazos
de elementos que podían comprar.
Sin dinero suficiente para construir seguridad, 
o protección contra el derrumbe, 
la caída o el deslizamiento de cualquier cosa arriba.
No están a salvo aquí bajo estos ladrillos.
Mami les dice que necesitan refugio, asilo,
“No pueden estar aquí cuando llegue la tormenta,”
les dice sin lograr convencerlos.
“Pero no van a sobrevivir,” trata de nuevo
un dedo apuntando al cielo, la loma,
las descripciones del peligro por venir
no les hacen cambiar su idea de aferrarse a lo suyo—
cuatro paredes de madera, un techo de zinc,
pisos de cemento cuarteado o de tierra apisonada, 
incluso el aire dentro es su casa, la pintura 
que se desprende de la mesa de madera
hacia el piso barrido con escobas de guano,
sillas de mimbre, fogón en la cocina
el frente expuesto, la sombra de un mango 
en el patio, todo esto es hogar de
tres hermanos y una hermana con dos hijos.
Nadie accede a irse. Llegamos a una tregua;
Para calmar a Mami, Estelita dice,
“Alexandra se va con ustedes, y ya.”
La miro y pienso en lo que vamos a jugar.
Tiene seis años igual que yo, pero es más callada.
Empaca una maletita para el viaje,
sube por la pendiente con más agilidad
que nosotros. En el asiento trasero
miramos hacia afuera
a su hermano persiguiendo el carro.
Desaparece entre el polvo de las ruedas
de nuestro Volkswagen cepillo. Ahí esta,
sabemos que ahí esta junto a esa casa de ladrillos.

Dejando ir a David
¿Cuántos poemas tendré que escribir
antes de que lo deje ser solo una tormenta
de lluvias torrenciales y vientos que soplaron esa noche?
No retratarlo como un demonio.
Describir solo las plegarias que recitamos entonces,
orando a María en la oscuridad, pasando
las cuentas del rosario una y otra vez
entre mis pequeños dedos, repitiéndolas.
Nuestras peticiones no fueron escuchadas, se ahogaron entre estertores.
Días después sin electricidad—treinta 
días de oscuridad. ¿Por qué no puedo cerrar las puertas 
al pasado que ahora se convierte en una sucia 
obsesión? ¿Cuándo perdonare a David,
el huracán, no una persona que existió?

Erika María Martínez. (Estados Unidos, 1973)  Escritora Dominico-Americana residiendo en Santo Domingo, República Dominicana como becaria Fulbright, obtuvo una Maestría de Bellas Artes en Escritura Creativa de Mills College en Oakland, California. Su trabajo está incluido en Colorlines Magazine, The Womanist, y Homelands: Women’s Journeys Through Race, Place and Time. También colaboró con Teatro Luna de Chicago y con el museo Intersection for the Arts en San Francisco para la exposición Terror? Sigue escribiendo poemas para incluir en la serie de David que forma parte de su libro de memorias: Un Día Mis Manos Tocarán el Techo. Además, está compilando una antología de narradoras contemporáneas dominicanas.

Giselle Rodriguez Cid. (Santo Domingo, 1980) Editora de Ping Pong.