27/4/09

Carlos Marzal





El corazón perplejo
Desventurado corazón perplejo,
inconsecuente corazón, 
   no dudes.
No tiembles nunca más por lo que sabes,
no temas nunca más por lo que has visto.
Calamitoso corazón, 
alienta. 




Aprende en este ahora 
el pálpito que vuelve con lo eterno, 
para latir conforme en valentía.
Los números del mundo están cifrados
en la clave de un sol tan rutilante
que te ciega los ojos si calculas. 
Ciégate en esperanza, 
errátil corazón,
suma los números.
Un orden en su imán te está esperando.

Desde el final del tiempo se levanta
un ácido perfume de hojas muertas.
Respíralo y respira su secreto.
Abre de par en par tu incertidumbre.
No permitas 
que encuentre domicilio la tibieza,
ni que este inescrutable amor oscuro
cometa el gran pecado de estar triste.
Acógete a ti mismo en tus entrañas
con tu abrazo más fuerte,
tu mejor padre en ti, tu mejor hijo,
gobierna tu ocasión de madurez. 

Insiste una vez más,
aspira en estas rosas
su pútrido fermento enamorado.
En este desvarío de tu voz
se desnuda el enigma, transparece
la recompensa intacta de estar siendo.

Aquí estamos tú y yo,
altivo corazón, 
en desbandada.
A fuerza de caer, desvanecidos.
y a fuerza de cantar, 
enajenados.

El origen del mundo
A Felipe Benítez Reyes

No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega 
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre, 
como una cotidiana tarea conyugal;
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda. 

No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde 
detrás de los trabajos amorosos 
y de las efusiones de la literatura.

El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tarea del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.

Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan 
la rosa cicatriz de brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de su hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
Nos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.

La pretérita flor.

Húmeda flor atávica.

El origen del mundo. 
Nasciturus


Mientras ocupas de aposento el agua,
y en el amor del agua te abandonas
a tu despreocupada travesía,
como la pompa de un jabón quimérico,
sin memoria de ti ni de este mundo,
perteneces al mundo en su memoria,
porque en la tierra firme alguien te sueña.

En germen, y ya en marcha, 
en esbozo, y ya en obra,
mientras duermes
en el conjetural jardín de la inocencia
y al egoísmo del vivir te aplicas,
eres la historia entera de los hombres,
metáfora de todo en lo increado,
ascua de certidumbre en lo imposible.

Has negado la nada, aun siendo nadie,
has abrazado el ser, sin ser tú mismo;
en la fragilidad de tu letargo
se gesta, inquebrantable, nuestro orgullo,
nuestro destino en pie,
nuestra disposición a las alturas.

Al mecerte 
en tu oquedad marítima, no intuyes
de qué indómita herencia ya eres dueño,
de qué furiosa raza formas parte.

Algo que desconoces te ha forjado
alegre en el dolor, sabia en la noche,
criatura fluvial, 
allá en tu limbo.

Resurrección
De entre todos los mitos que ha forjado
el invencible espíritu del hombre,
para sentir orgullo contra el frío
y tolerar su noche en esperanza,
el relato sin duda más sublime,
la fábula mejor jamás urdida,
es el anhelo mágico de la resurrección.

Si una leyenda debe contener
la esencia de la tribu que supo propagarla
(esa inquietud sin fin,
la determinación inconquistable
de no rendirse nunca a lo evidente),
si debe descifrar en poesía
las adivinaciones más oscuras,
los designios más hondos con que la humanidad
trata de comprender lo incomprensible,
con la resurrección de entre los muertos
andamos sobre el filo de la navaja abierta,
hemos tocado el centro de la herida.

Nada promete tanto, nadie ha dicho
con una insensatez más arriesgada
tanta pasión de ser a cualquier precio.
Que se nos restituya a nuestra carne,
que se nos vivifique desde el polvo,
y que se nos arranque de las sombras.

Nuestra arrogancia debe mirar a las alturas,
consumirse en grandeza
por su descabellado pensamiento.
¿Tal vez es más difícil regresar que haber sido?
¿Acaso la enigmática caída en este mundo
es menos portentosa que la hipótesis
de volver a encontrarnos con nosotros?

Puestos a suponer, el único consuelo
consiste en apuntar a lo imposible,
consiste en apostar
   por lo absoluto.

Ubi sunt
Todo está en donde estuvo, todo late
en el primer latir 
de la primera aurora cautivada, 
y en su cautivo corazón en pálpito.
Todo fluye 
en el mismo fluir de un mismo río,
por el agua tenaz de un cauce idéntico.

¿Acaso es que no sientes en tu piel
la salvaguardia de otra piel pretérita, 
las sangres centinelas de tu sangre,
las sombras que fecundan a tu sombra? 

¿No sabes escuchar bajo la voz
los coros primordiales de las voces,
ni el ser de la palabra en cuanto somos,
ni el eco de vivir en lo que hablamos?

Lo que antes eran hombres hoy es tiempo,
las mujeres que han sido son del aire,
la arena vagabunda, nuestros hijos.

¿ En el volar, no ves el vuelo inmune?
¿No amas, en el amar, el amor único?  

A fuerza de mudarse, nada cambia;
de tanto discurrir, todo está inmóvil.
Hay una sola frente pensativa 
que entiende la hermandad de cuanto existe
y en cuanto ha muerto ve lo que no muere.

¿Qué se fizieron, pues? ¿Dó los escondes?

Cierra los ojos para ver más claro
y sal fuera de ti para morar contigo.

Almagre
A Francisco Brines
Mano del tiempo autora, que corrompes, 
mester de convertirnos en quien somos,
arte de los orines y la herrumbre.

La lluvia, el sol y el viento han desleído
la arcilla que el cantero impuso pura, 
y sobre el muro hay un color arcano,
una tonalidad de cicatrices,
un espejo de arrugas: 
el almagre.

No se improvisa nada de nosotros,
nada se ataja en ti para crecerte.

Deformo esa tintura para el cuerpo,
ese color despinto sobre el alma.

La condición de un muro,
la esbelta ensambladura de estar solos.
Un lindero de nadie en campo libre.

Almagre del azar, almagre artífice,
oxida en mí, 
que tiemblo a cielo raso, 
enmohéceme más, 
que en mis afueras vivo.

Color
A José Saborit
Me atengo a la emoción
y no me atañe nada que la explique;
me ajusto a mi dilema y me conmuevo, 
y no me incumbe nadie
que me despierte del vivir sonámbulo.

Por natural acontecer, 
por puro suceder,
por simple cumplimiento estoy convulso.

Color, no te averiguo,
  me coloro.
Me corono de ti, color de espasmo.
Me consterno de ti, de ti me iriso.

Como restalla un látigo en el aire,
igual que se difunde
la resquebrajadura entre los hielos.
Como la combustión de un imposible.

Voluntad de color, 
color querer,
antojarse color, color saberlo.

No quiero decir más.
Quiero decir con nada.
No pinto más en mí.
Estoy en blanco.
Estoy en color vivo.

Música de la luz, te escucho y lloro.

Pájaro de mi espanto
Pájaro de mi espanto, 
ruiseñor peregrino del asombro,
deja tu migración por un instante, 
abandona tu errancia sin motivo,
vuelve tus alas en el aire inhóspito,
y encamina tu rumbo hasta el país
de la clarividencia permanente,
ese fatal paisaje sin excusas
de estar por siempre insomne. 

Pájaro de mi espanto,
ruiseñor delicado de mi desasosiego,
planea grácil sobre el hosco mundo,
y pósate después en esa rama
que el árbol de certezas aún guarda para ti. 

Tú no ignoras, pájaro del delirio,
con tu sabiduría atroz de realidad,
que estar con vida es un débil ensueño,
una luz fantasmal que se extingue en la noche.
Tú no ignoras, inconsolable pájaro,
que el sol se apagará y el universo
será una estepa helada sin conciencia de estepa,
sin memoria del sol ni su desmayo, 
sin pájaro que vuele inconsolable.

Por eso quiero ahora, pájaro melancólico,
que entones la canción del sinsentido,
y que tu trino suene, diminuto,
en un instante de pureza eterna,
como una acción de gracias absoluta;
que tu gorjeo sea una plegaria
para el próximo dios del desconcierto,
un himno ejecutado a cuenta de la nada,
un arrebato de esplendor casual 
que se propague a todos los rincones,
y que celebre en su perfecto escándalo
las ruinas ateridas del futuro.

Así que olvida ya tus extravíos,
cálida criatura de congoja,
ruiseñor de mi alma vagabunda,
pájaro del espanto. 

Ágape
A Tito Ruiz y Lourdes Román

Con determinación aventurera,
con certidumbre de su maravilla,
con exceso de fe,
con el exceso que la fe merece,
tracemos un buen plan.
Con abundancia de nuestro corazón.
Seamos pródigos.

Dispongamos las sillas en la sombra,
bajo la caridad provecta de un olivo,
o al perezoso escudo de una parra:
¿no veis en la indolencia de esas uvas,
un brindis vertical con cada grano?
¿No veis transparentarse
todo el azúcar próspero del cielo?

Démonos a conciencia
el merecido ágape, el banquete.
Comamos lo supremo en lo más simple:
alta conversación,
el pan flamante
y el lustre del aceite en su oro lánguido,
la madura energía de tenernos,
la fruta fresca,
el vino inteligente.
Que corra el vino hasta volvernos sabios
desde el hondo saber de la alegría:
aquel que mira el mundo envuelto en llamas
y canta su holocausto, sin tormento.
Que no se acabe el vino,
el animoso vino de los fuertes,
antes de habernos vuelto temerarios
en el amor de cuanto está al alcance.

Y celebrémonos.
Que sobrevenga en el azar del día
la perfumada sal de la concordia.
Y que jueguen los niños, endiosados,
y eduquemos la vida en su alboroto.
Cómo nos merecemos nuestra fiesta.
No hay nada de arbitrario en este obsequio.

Y debatamos.
Que en abandono cada cual profese
su mar del desvarío: 
la vida va en su vela y boga plácida,
tanta canción
aplaca las tormentas.

Larga vida a nosotros.

Convidados de carne, buen deseo.

Buen apetito en nuestras bodas últimas.

Que las tantas del alma nos sorprendan
videntes en afán, en ilusiones.
Y muera en el exilio 
cualquier bituminoso pensamiento
que pretenda ultrajar
el arrebol de otra mañana invicta.

Flores para vosotros

A Vicente Gallego.
Para que no las marchitaseis nunca,
para que no pudieran corromperse,
para que en su entelequia no caduquen,
no las he puesto aquí,
sino más dentro.

He cogido las flores sin cogerlas,
para que se conserven en nostalgia,
para que por deseo se emancipen.

Ni siquiera son flores lo que os traigo.
Son la flor de la flor, su maravilla.
Su despacioso reventar 
comprimido en un soplo de pujanza.
El hallazgo de todo su perfume
en un solo suspiro de ebriedades. 
El concurrir de vuestros ojos limpios
al brote inaugural de primavera.

Que empalaguen el aire con su dulzor espeso.
Traigo néctar de vida,
la miel que nos resarce en la zozobra.
En la flor de esta edad,
os he cortado flores que no existen.
La prímula que crece en parte alguna,
el azahar de nadie,
la rosa de los vientos.

La balsámica flor, la flor etérea,
la abstracta flor que aturde nuestras horas:
una línea sin  más,
la vertical fragante en nuestro ensueño.

No quiero daros flores que declinen.

Algo que flota en algo os he traído,
nada que huele a nada, 
en este ramo.

Carlos Marzal (Valencia, 1961.) Se licenció en Filología Hispánica, sección de Literatura, por la Universidad de Valencia.  Ha sido codirector, durante los diez años de su existencia, de la revista de literatura y toros Quites.  Ha publicado los siguientes libros de poemas:  El último de la fiesta, Sevilla, Renacimiento, 1987; La vida de frontera, Sevilla, Renacimiento, 1991; Los países nocturnos, Barcelona, Tusquets, 1996;  Metales pesados, Barcelona, Tusquets, 2001 (Premio Nacional de la Crítica y Premio Nacional de poesía 2002) ; Fuera de mí, Madrid, Visor , 2004 (Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, 2003) ; El corazón perplejo (Poesía reunida, 1987-2004), Barcelona, Tusquets, 2005; Ánima mía, Barcelona, Tusquets, 2009. También se  han publicado hasta la fecha las siguientes antologías de su obra: Poesía a contratiempo (Poéticas y prosas), Edición de Andrés Neuman, Granada, Colección El maillot amarillo, Diputación Provincial de Granada, 2002; Sin porqué ni a dónde, Edición de Francisco Díaz de Castro, Sevilla, Renacimiento, 2003. Ha publicado la novela Los reinos de la casualidad, Barcelona, Tusquets, 2005.  Es autor del ensayo, El cuaderno del polizón (Apuntes sobre arte), Valencia, Pre-Textos, 2007. Ha traducido, asimismo, la obra poética de Enric Sòria, en el volumen Andén de cercanías, Valencia, Pre-textos, 1996; la de Pere Rovira, La vida en plural, Valencia, Pre-textos, 1998  y la de Miquel de Palol, Antología poética, Madrid, Visor, 2000. En la actualidad ultima una amplia antología de Joan Vinyoli, realizada en compañía de Enric Sòria, titulada La medida de un hombre, para la editorial Pre-Textos. Es habitual colaborador de las revistas literarias, y columnista y crítico de los diarios ABC, Levante, El País y El Mundo. La revista Litoral le dedicó un número monográfico en el año 2005.