27/4/09

Daniela Martín Hidalgo


Lugar sin tiempo
La casa muerta:
un reloj de arena mudo,
en espera del tiempo
cristal vacío.

El mismo segundo inagotable
siempre retomado.

Principios posibles, 
vetas imaginadas.
Sin pasos.

Sólo entonces el comienzo:
un gesto curvo,
el círculo casual de unas llaves
tanteando el hierro.
La firmeza furiosa en un brazo de luz
hiriendo.
(De Memorial para una casa, 2003)


Retrato

Mi hermana Elena

Envejecerá tu vida.
Vendrás a la vejez que imaginabas,
al rostro que espera
tras el espejo.
Te ceñirás la máscara del hueso.

Como no es posible adivinarte:
dando a la tierra el cuerpo sostenido, 
paciente y sentada,
ya serena en su músculo la risa.
Serás sedimento,
la carne rebañada en arañazos.

Y sin embargo allí la mirada,
igual intacta siempre,
salvada,
pálpito constante amado
esperando volver a ser reconocido.
(De Memorial para una casa, 2003) 

Beethoven o La frustración

Mentre che’ l vento, come fa, ci tace. 
(Inferno, Canto V)
Vibran igual los cristales al ruido
o la música; quisieran ser ciegos.
Lloran niños, alguien grita mi nombre.
Vibran los cristales: sólo en la lengua 
será posible oír la vibración.
Con odio calla para mí la música.

Giran los aplausos como bandadas
de pájaros densos pero invisibles.
En mi interior cada golpe de sangre
estalla sordo para enloquecerme.
Y grito, pero es sólo una garganta
que se desagarra, no guarda aire dentro.

Sueño sonidos de la ciudad, golpes,
pasos que me despiertan avanzando.
Hay otras veces también una música
que oigo y que lejanamente recuerdo
y que para poder dormir escribo.
(De La ciudad circular, 2003)
Cuenco
El agua llana,
el anillo del cuenco.
El sol sale del agua.

Hemos bajado un cuenco en mitad de la playa:
el mar que nunca acaba 
es sólo un cuenco.
(De Cosas venidas del mar, 2006)

Salvat Papasseit contempla la neu a Barcelona
Ha nevado hasta el borde de la playa.
Con un poco de nieve,
los niños se contentan.
La rebañan en los huecos más hondos
y con una sed feroz de abundancia
la celebran, como si fuera un fruto
que sólo a ellos les perteneciera.
(De Cosas venidas del mar, 2006)

Descubrimiento de la playa
Estábamos tendidos bajo el sol:
el mar era el deseo.
Sobre la piel dorado el vello, el tiempo
sin remover aún dentro la carne.

Se oía ávida el agua.

El mediodía se colocaba alto
y abriendo los huesos blandos del cuerpo 
una forma fingida del deseo
—el amor prieto y puro al otro lado—,
también firme la luz que nos abría
verticales como a la fruta.

Bajaba a nosotros delgado el viento.

Conocíamos sólo
una forma torpe para el abrazo,
la playa se extendía hacia sus límites.
(De Cosas venidas del mar, 2006)

Instrumentación
 Desde aquí una mesa
es una mesa,
una cuchara una cuchara.

Vas a trabajar y regresas:
transporte público, farmacias.
Lenguaje para pedir cosas, firmar
formularios. 

Sin metáforas.

Centros comerciales y música
en los coches, nada sagrado,
un ligero dolor en las muñecas.

Alguien 
debería dejar escritas
instrucciones precisas 
para todo esto.
(Inédito)

Altos ministerios de la apatía
Partículas de ruido sin orden 
–porque ya no hay orden–,
paseas
con la vaciada urna de tu entusiasmo
entre los coches y la ofreces
como por dentro una ciudad ocupada.

No sé qué decir, nada 
se desmorona.
En este presente laxo, fijo,
nada se desmorona: fluorescentes
prendidos en los despachos nocturnos,
inmensos depósitos de agua
como pagodas. 

Nada
sucede, se gastan sólo 
las superficies. Hay dolor
pero apenas sirve,
es suave, sólo felpa
mal lavada. 

Todo está cerca,
en este mediterráneo sucio 
y triste, todo está cerca y ahora
sucederán las cosas aunque sólo
sucederá este tiempo,
sin amor que ordene sólo cansancio:
atascos llenos de atascos, semáforos, 
nada que sepa detener
esta liquidación de objetos,
de materias estructurales.
Desde aquí
sólo presente sin posibilidad,
sólo intemperie.
(Inédito)

La conquista del espacio
Aún no he aprendido a fijarla la memoria: 
estoy dispersa.
Aún los ventiladores emiten 
este ruido fugaz de crematorio.
Memoria, parque temático de un tiempo
descalcificado, gasolinera
donde abrevan los días 
ya fuydos.

Estas noches se perderán y entonces
suaves carnicerías del tiempo,
cefalea gutural 
de los recuerdos. 
Estabais 
los dos a un tiempo incorporados,
bellos bajo la luz alógena,
vuestro aliento de fruta en las rotondas.
Y yo os amaba. Pero me daba cuenta 
de que se perderían, 
como una campana se perderían.

Los toboganes del tiempo, sus mostradores,
todo el estiércol de la carne 
ya extinta:
¿verdad que os moriréis?,
¿verdad que ya esa noche estabais muertos?

No puedo fijarla y noto
que se diluye como una aguja un rosetón,
líquido articular que se reabsorbe.
La mañana es una constatación 
triste, una constelación muy triste.
Porque la muerte es más 
probable que la vida 
mi paladar que es una concha os amaba,
también tu cuerpo puesto a tender,
piedras los muslos, los labios 
suavemente deletreados.
Como si se abriera un cartón de leche,
un tetrabrick de leche suavemente 
se derramara. 

He hecho ejercicios: voy a dejar de hacerlos.
El tema no es la muerte sino que algo 
muere y pasea su sombra de lija
entre las copas.
Palabras como si no estuviese,
grabación de aeropuerto en que no soy, no 
me justifico.
Y el cuerpo barqueándose como una rama 
saturada de escombro,
una hilera de niños de museo.
Expuestos a los símbolos que desconocemos,
¿qué nos distrae?

Literatura efímera en las cartas, palabras
dichas al teléfono,
este sudor retirado en la carne 
que se acaba.
Y los azulejos de esa noche suavemente 
tronchándose
(que no puedo fijarla), noche 
que repite otras noches,
que no soporta ya 
las incrustaciones del tiempo.
(Inédito)

Daniel Martín Hidalgo (Islas Canarias, España, 1980) Poeta, licenciada en Filología Hispánica. Ha publicado Memorial para una casa (La Palma, 2003), La ciudad circular (Litoral Elguinaguaria, 2003) y Cosas venidas del mar Ayuntamiento de Madrid, 2006). Actualmente reside en Madrid, donde disfruta de una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes.