Por Frank Báez
Hay dos eventos que en Walt Whitman son primordiales. Primero, el Walt Whitman de mediana edad que desaparece a inicios de los cincuenta y que reaparece en 1855 con la primera edición de Hojas de hierba, como si durante ese periodo Walt Whitman estuviera tras un estado de iluminación que lo reharía y reinventaría. Whitman escribía entonces uno de los libros que cambiaría para siempre la literatura y nadie sabe desde dónde y cómo lo estaba escribiendo. Me lo imagino con el rostro iluminado leyendo la primera edición de Hojas de Hierba, de pie en la imprenta, a los empleados y a él mismo. Segundo, el Walt Whitman ya muerto, a quien le remueven su cerebro para futuros estudios en el área de la frenología (Whitman fue seguidor de esta ciencia y escribió varios artículos al respecto). El asistente del patólogo extrae el cerebro de Whitman y está a punto de llevarlo a una mesa para pesarlo y tomarle las medidas, cuando accidentalmente el cerebro se le cae y va a dar al piso.
Hace una semana, Rei Berroa, un escritor dominicano y catedrático de la George Mason University, ofreció una charla sobre los ciento cincuenta años de la publicación de Hojas de Hierba de Walt Whitman, en la explanada de la Biblioteca República Dominicana. En un principio, se refirió no sólo a la originalidad de los versos y la estructura que incluía el libro, sino también a los aspectos de difusión, de publicidad y en las transformaciones que Walt Whitman incorporó por primera vez en el formato libro y que hoy son usadas frecuentemente. Rei Berroa repasó las metamorfosis que fue experimentando Hojas de Hierba a través de los años. En la primera edición (que tan sólo contenía doce poemas y que se fueron vendiendo lentamente a medida que Whitman publicaba artículos promocionando el libro y firmándolos con seudónimos y enviándoselo a poetas e intelectuales de la época), el nombre de Walt Whitman no aparece y en la primera página se divisa una foto del poeta en que éste con sombrero y con una mano en la cintura y otra en un bolsillo, mira desafiante a la cámara. Se imprimieron 795 ejemplares del libro. Hace un tiempo, una de estas ediciones se vendió por más de sesenta mil dólares en una subasta.
Rei Berroa prosiguió su charla de Whitman al público compuesto por estudiantes y empleados de la biblioteca República Dominicana y uno que otro poeta jubilado. Mi novia estaba sentada a mi lado y con un libro de Rei Berroa entre las rodillas, un libro hecho a mano en la India, que había llevado para que éste se lo firmara. La charla se había vuelto interminable, desordenada y predecible, ya que Rei Berroa, de un momento a otro, se dejó vencer aparentemente por la desmesura y el exceso whitmaniano de contarlo todo y no olvidar nada. Decidimos marcharnos.
Esa noche nos encontramos con unos amigos y mientras los demás hablaban yo pensaba en Walt Whitman, en los dos recuerdos que mencioné arriba, y en uno nuevo que me acordó Rei Berroa en su charla, que atañe la estimulante carta que le escribió y envió Emerson, después de que éste recibiera una copia del libro de Whitman, y de cómo el poeta recibió la carta y la manera en que la leyó temblando y cómo tomó aire al finalizarla y miró la carta de nuevo y la volvió a leer eufórico, entre lágrimas y risas, como se siente uno cuando le demuestran su aprecio.
Frank Báez. (Santo Domingo, 1978) Editor de Ping Pong