29/3/11

Esteban Chinchilla


A Orden Natural das Coisas
Las cosas comenzaron a andar mal cuando Manchas se escapó de la casa, cuando los pericos abandonaron el árbol de aguacate y se secó por una enfermedad de las raíces, las cosas comenzaron a andar mal cuando tuvimos que enterrar al hermano de mi abuela Aida, que murió tuerto y sin el testículo derecho entre las ruedas de un tren borracho, que cruzaba las bananeras. Las cosas comenzaron a andar mal cuando tuvimos que enterrar a Frank con 11 años y con un balazo en las costillas, a Tencha por anciana, al angelito de la hermana ilegítima de mamá en el cementerio de los pobres y al que por morbo vi a través de aquella ventanilla empañada, las cosas comenzaron a andar mal cuando tuvimos que enterrar al abuelo Mando que sucumbió a 78 ladrillos en el pecho, al hijo menor de la vecina, a la abuela Aida, a Mariano, a la abuela Mira que vivió un poco más de 50 años con el abuelo Mando y otros 20 casi sola apopléjica y perdiendo una extremidad por año, a una Laura de pelo triste que me prometió un beso en una loma en Escazú y que murió antes por mala praxis, a Diego que se llevó consigo una metáfora que no me atrevo a repetir aquí pero que se asemeja a la sensación de empujar una caja de madera oscura dentro de una lápida de cemento una tarde de mayo del 2005, a Yenori y los ojos de alguien que la amó con culpa, y a su papá panadero en una metrópoli anacrónica, que la vio morir y al que, con un presagio de meses que cantaban las golondrinas de diciembre -en una ciudad sin golondrinas- enterramos en junio. Las cosas comenzaron a andar mal.




Trabajos subterráneos
No se puede comenzar si no es por los gritos, por las miradas dislocadas que ven el corral, el suelo manchado, la ignorancia porcina ante las palabras suelo corral, quejas exageradas de un mamífero, no se puede comenzar si no es por decir -que esto es la consecuencia del olor- que odio la madrugada, aunque antes la madrugada era sólo el frío, ahora es el frío la migración action art donde se siega la vida, saga laboral con 300 o 400 finales tristes colgados de una polea con ganchos y cerdos agonizando, de ahí el olor del amanecer, no es un rito el odio, pero parece una misa rara, sacar el cuchillo y sin faena, dios es una farsa, sacrificar a esta manada de carne y decir además el trabajo nos dignifica.

I
Sólo se olvidan los hechos,
la secuencia anacrónica
de lo sin sentido,
no lo otro,
no la caricia imaginaria que fue
pertenencia,
no el trabajo lento de las cosa olvidadas,
no el río subterráneo que nos lleva.

II
Seguramente regreso
a la puerta
por la certeza de lo ido.

Cuando digo la noche,
es similar,
vigilo las raíces,
la palabra Raíz.

Es ahí, entonces y ahora,
donde escucho lo que fue,
lo que forja esta música
perenne.

III
La palabra escrita
es la excusa de la palabra no escrita,
el verso es la excusa de lo ausente,
como cuando vemos la rama que crece
y decimos “esto es la vida”.
Otro ejemplo claro
es cuando alguien describe la lluvia
y llenamos de geografía lo húmedo.
Pero hay algo más
y no sé qué es.

Por nosotros la marea
Qué nos queda
si no compartimos más las azucenas,
qué podremos ahora
si no me llevas con tus aves más oscuras,
a qué llamaremos sólido o eterno
una vez vista la marea,
qué lengua hablaremos
cuando se acaben los Plateros,
los Juan Ramones,
los Vallejos.

La casa
24 grados es un día y el asombro es otro que fui. La mirada imagina un horizonte a través del concreto y al ver toda posibilidad de metáfora acabada pregunto, qué es lo que se gesta si observando aprieta el pecho, qué sentido tiene el curso de un río. En este relato no ocurre nada. La realidad es a penas un mapa para dar con otra cosa: por eso aunque no ocurra ahora nada, hay relato. El pasado sí hay, entonces en la labor que es la noche, en el refugio relajante de las drogas más variadas, la dislocación anatómica por la contención del deseo, lo único que ocurre: yo. La realidad son varias superposiciones de imágenes y esto tiene una similitud horrorosa con la especulación del lenguaje y de los nombres. Cuando uno dice noche, exagera. Cuando uno dice puerta o silla, miente. Por eso en el relato no hay certeza: supongo su cuerpo porque suena el agua y alguien tose en algún lugar de la casa.

Por donde pasa la tarde
No sé lo que digo,
a lo sumo estructuras mínimas
levantadas del polvo,
parentescos semánticos
entre una playa hoy
y la nostalgia de mañana.
Flota el significado de una nada
parecida a los dedos
que le dieron sentido
al acto premeditado de
ayer madrugada honda,
la aparente renuncia
de la soledad y del olvido,
piedra que se talla y se talla
para decir piedra.

Gould
Si no fuera escritor sería asesino en serie. Si usted no conoce una buena grabación de Glenn Gould no se sienta mal, ahora estamos vivos porque yo escribo y usted lee, y eso me hace pensar en el tiempo verbal que nace en el acto de lo escrito, usted y yo siempre vamos a estar vivos en este ahora, como Gould, una grabación soy al menos. El piano es un animal negro, parece bravo pero siempre tiene la cabeza baja, a lo sumo el lomo de la noche lo hace parecerse erizado. Cuando vibran las cuerdas graves, ¡oh dioses de las cavernas!, sólo el pirómano sobrevive, y lo que hemos sido, arrasado. Cuando vibran las cuerdas agudas, la máquina funciona como una cajita de música que desenvaina a un pequeño que ha de fugarse sin respuesta. Eso. Entonces el eco de mi voz, sorteando la arquitectura, opaca, sigue el recuerdo izquierdo porque la mano izquierda en contracanto, avisa que tu gesto no se ha perdido. La primera vez que nos vimos sólo yo tuve conciencia de nosotros, y en la anacronía, tengo el derecho y la libertad de decir nosotros, aunque la brisa de un día desmienta lo escrito.

Rusia con vos
Las grandezas rusas, los palacios, mamá me manda mails, un millón de mails al mes diciendo, estoy sola, pero las grandezas de Rusia me acompañan, el precio de la locura, la ensoñación, mamá nunca irá a Rusia, pero me escribe desde Rusia, me dice que nunca había sentido tanto frío, que yo lo llevaría mejor el tema del clima, que los siembros la vuelven loca en esos jardines, esa es mamá, la que se agacha en el patio haciéndole un tributo a otra que también fue mamá, pero hace una generación atrás, esa no supo de Rusia y los caballos y las revoluciones de Octubre, tampoco supo si una mayúscula, o el misterio idiota de las sílabas, en cambio mamá dio un paso, intuyó que las flores son analfabetas, y en un lenguaje superior trajo hijos al mundo, con un remo a cruzar el atlántico, hay que tener fe, eso dice siempre mamá, para que se haga, hay que tener fe, no sé si por terca o por pobre o por loca, o por todas juntas, lo único de Rusia que conoce, es la rimbombancia de un ballet con vestuarios desteñidos, pero mamá no ve eso, ve a las rusas delgadas, altas mujeres que añora mamá en su infancia, recortes de un periódico que se han perdido en su memoria rural, el ballet antes, las butacas hoy, en el lobby de un teatro del tercer mundo, mamá intuye que le hubiera gustado conocer los productos del renacimiento, las fuerzas del trabajo que levantaron las joyas arquitectónicas de los siglos, haber dejado de creer en dios, o en esa idea imbécil de dios, hay que tener fe, así es como me escribe desde Rusia, Tito, cuanto me hubiera gustado poderte pagar un boleto a Rusia, vos siempre has sido el hombre de la casa, para vos la carne más grande, el vaso más robusto, y a todo esto yo me quedo flaco, ante las palabras de mamá el silencio, salgo huyendo a buscar el primer árbol y lo zarandeo con furia, pura y dura como cada una de las piedras del metro de Moscú

Esteban Chinchilla (San José, Costa Rica, 1978) Bachiller en la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Costa Rica, fotógrafo, músico y asistente en producciones audiovisuales. Su primer poemario publicado por el Centro Cultural Español en Costa Rica se llama “Carpintería” (2008) También han sido publicados sus cuentos por la revista semestral “Letra en Ruta” del departamento de español de Princeton, Estados Unidos y por el suplemento La Malacrianza del Semanario Universidad en varias oportunidades. Actualmente vive en Costa Rica.