4/4/16

Dos poemas de Dylan Thomas



Poema en octubre
Cumplía treinta años bajo el cielo y fui despertado
por los murmullos del puerto y del bosque vecino
y el estanque con el mejillón y la garza
que predicaba en la orilla de la playa.
La mañana me reclamaba con el agua que rezaba el rosario
y el responso de la gaviota y del cuervo
y el golpeteo de los botes en el muro trenzado por las redes
como invitándome a levantar y echar a andar
en el adormecido pueblo.
Mi cumpleaños empezó con las aves acuáticas
y los pájaros de los árboles alados que llevaban
en vuelo mi nombre sobre las granjas y los caballos blancos
y yo me levanté en el lluvioso otoño y caminé
sobre el chaparrón de todos mis días.
Era en la pleamar cuando la garza se zambulló
y yo tomé el camino más allá de la frontera y de los portales
aún cerrados del pueblo que empezaba a despertar.

Toda una primavera de alondras en una nube rodante
y los arbustos a los lados del camino rebosados con los silbidos
de pájaros negros y el sol de octubre veraneando
en el hombro de la colina.
Aquí donde los climas afectuosos y los dulces cantores
se aparecieron misteriosamente ante esa mañana
en que yo deambulaba y escuchaba a la empapada
lluvia y el soplo frío del viento en los bosques lejanos
que quedaban a mis pies.
Pálida lluvia sobre el puerto menguante
y sobre la iglesia mojada por el mar que desde aquí
semejaba un caracol con sus cuernos sobresaliendo en la niebla
y el castillo pardo como un búho
pero todos los jardines de la primavera y el verano
han de florecer en los cuentos fantásticos
tras la frontera y bajo una nube de alondras.
Allí podría celebrar mi cumpleaños
pero el clima volvió a girar.
Giró lejos del país jovial y debajo del otro aire
y el cielo que cambiaba a azul
fluía de nuevo con la alegría del verano
y con manzanas peras y grosellas rojas
y mientras giraba yo vi con claridad
aquellas mañanas olvidadas de la infancia
cuando un niño paseaba con su madre
entre las parábolas de los rayos de sol
y las leyendas de las verdes capillas
y por los dos veces contados campos de la niñez,
ya que su lágrimas quemaron mis mejillas
y su corazón se estremeció en el mío.
Estos eran los bosques, el río y el mar
donde un muchacho
en el susurrante verano de los muertos
murmuraba la verdad de su gozo
a los árboles y a las piedras y al pez en la marea
y el misterio que cantaba en vida
perdura aún en el agua y en el canto de los pájaros.
Y era ahí que podría celebrar mi cumpleaños
pero el clima volvió a girar
y el verdadero gozo del niño muerto hace tiempo
aún canta hasta quemar el sol.
Cumplía treinta años
bajo el cielo y me detuve en el mediodía veraniego
mientras debajo el pueblo dejaba caer
sus hojas manchadas con la sangre de octubre.
¡Ojalá la verdad de mi corazón
se vuelva a cantar en esta alta colina
a la vuelta del año!

Y la muerte no tendrá dominio 
Y la muerte no tendrá dominio.
Hombres muertos y desnudos han ser uno
con el hombre en el viento y la luna del oeste;
cuando sus huesos queden limpios y se deshagan,
ellos tendrán estrellas por codos y pies;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar se alzarán de nuevo,
aunque los amantes se pierdan el amor no se perderá;
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Bajo el vaivén del mar ellos tendidos hace tiempo
no han de morir en el viento;
quebrados en potros de tormento cuando los nervios no dan más,
atrapados a una rueda no se romperán;
la fe en sus manos debería partirse en dos,
y aunque los males como unicornios corran a través de ellos
despedazando todo, ellos no se partirán;
y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
No volverán las gaviotas a gritar en sus oídos
o las olas romper con fuerza en la orilla del mar;
donde brote una flor puede que una flor jamás
levante su cabeza ante los embates de la lluvia,
aunque ellos estén locos y muertos como clavos,
sus propias cabezas martillando las margaritas;
golpeando el sol hasta que el sol se venga abajo,
y la muerte no tendrá dominio.

(Traducción Frank Báez)