6/1/17

Un poema de Chris Abani



Jangueando en Egipto con Breyten Breytenbach

Incluso aquí hay piedras
desgastadas hasta la malevolencia por el tiempo
muelen dientes y rasgan
los ojos con su recuerdo.

En el desierto, el viento
es un escultor que trabaja la efímera
arena. Desesperado edita las estelas
para escribir los nombres de miles de esclavos
muertos para hacer grande a un Faraón.
Es un juego de locos.

Y somos como ese músico ciego
en el hotel que nos dice sonriendo:
Los veré más tarde.

El guardia de la pirámide me observa.
¿Eres egipcio? me pregunta, 
luego busca en mi bolsa por una bomba.
En el hotel me hablan en árabe,
no me tratan como a los huéspedes blancos,
y me imagino, que incluso aquí, con toda
la perspectiva de la historia aún no hemos
aprendido a amarnos a nosotros mismos.

No puedo arrastrarme hasta las tumbas, tampoco puedo
explicar el por qué. ¿Cómo se dice: en mi país
fui enterrado vivo durante seis meses?
Así que mientes y te dices a ti mismo que eso es el amor.
Estoy protegiendo al mundo de mi rabia.

Rabab me dice: aquí sabemos cómo construir 
tumbas. Asiento. Ya lo sé. Es igual en toda África. 

¿Tienes un cuchillo? ¿Y tú, lo tienes?
nos preguntan los guardias del museo a Breyten y a mí,
cacheándonos. Nosotros nos lo buscamos. Obviamente
somos criminales políticos.

Recorro con un dedo los jeroglíficos tallados en la piedra.
Como escritor me siento atraído por ellos. Si pudiera
yo también me tallaría en la eternidad.
Breyten me mira y dice: ¡No me digas
que has encontrado una falta ortográfica!

Una fila de estatuas en miniatura se coloca
en la tumba para servir al Faraón.
Uno para cada día del año. Cuatrocientos.
Los supervisores son un plus. Pienso
que ni siquiera la muerte
alivia el sufrimiento de los pobres.

Estatuas: me parece que mientras más busco en el mundo
diferencias más coincidencias encuentro.
Quizá Buda era también un viajero agobiado
cuando dijo eso de que todos somos uno.

Mona discute sobre quién debería pagar
por ver a las momias. No es común que me pueda
permitir el lujo de invitar a una chica a ver un cadáver, 
insiste Breyten.

Una mujer cercana le dice al marido que puede
ver cadáveres en su trabajo. ¿Para qué pagar por ello?
¿Crees que trabaja en un hospital? Pregunto.
Ahí o en el Departamento de Estado de los EEUU, afirma Breyten.

Desde la cima de Bab Zwelia, los techos planos
se extienden como una serie de mesas de café.
Paredes rotas, muebles, ollas, llenan los techos
como secretos familiares tomando el sol.
Dos cabras blancas en un techo mastican
su camino entre los escombros.

En el Nilo, Rabab canta en árabe, me dice
que quiere ser como Celine Dion.
Es mi hermana llamándome de vuelta a Egipto.
Quizá algún día estaré listo.
Por el momento me basta con saber
que aquí me siento como en casa.


Chris Abani es un poeta y novelista Nigeriano. Este poema es de su libro Hands Washing Water (Copper Canyon Press, 2006). La traducción fue realizada por Giselle Rodríguez Cid.