26/11/08

Diego Lazarte


El Faro 

Será esta una espada clavada en medio del sueño
o un faro que nos deslumbra con su oscuridad.
Obcecantes bajorrelieves,
lenguaje de la humedad y las nervaduras.
En las paredes veré obstinadamente
caparazones de crustáceos,
desalmados ojos
que decías encontrar siempre en las nudosidades.
Sobre las frías y ásperas rocas de sus acantilados
Dejo crecer mis pensamientos
Que en cualquier momento se cubren por las aguas
Que en cualquier momento muestran galeones de mi alma.
Imagino que hago suaves ondas con mis párpados
Y te toco.
Una curiosidad desmedida por sus destellos,
te acercara a mí.
Perdiera la fe en los reflujos,
adiós mi mar sesudo y extenuante.
Dejara que mis sentidos, cada vez más planos,
mirasen más allá
donde siente mi corazón
la sombra de un denso y metálico mar
deslumbrado por la oscuridad
de un faro por la noche.


Te asomas débilmente
al filo de las palabras. 
Estás en el vértigo de mis ojos, 
mientras las salamandras
nacen del fuego de mis sentidos.
Entre tantísima tinta
asoma tu médula furiosamente.
Pienso en ese mar íntimo y cutáneo
a la altura de tu pecho
al nivel mismo del mar.
Mecerán sus olas mis recuerdos.
Lo guardarse mi memoria de las desecaciones,
De la nostalgia y sus olorosos trabajos.
En sus orillas,
En tus riveras de aguas pesadas y antiguas
abrevan largamente los gatos
y habita la flor de lis.
Al pensar en tus brazos
Siento iguanas que trepan por mis hombros.
Al detener mis pensamientos
siento el desequilibrio de los carruseles.


Oceánidas

Pienso en la sucesión de las noches
en la sucesión de mis párpados.
Pienso en el destino de mujeres
 Que lentas avanzan en mi sueño.
 Por playas lujosamente empedradas
 Y en dirección a rompeolas.

Pienso en esas mujeres
Y ya ni les recuerdo el tono de sus iris,
Pero nadan en mis sueños,
Se adelantan desnudas
En las frías y verdes aguas de mi memoria.
Desde la vieja caseta de los vigías,
Borrada por las nieblas y mareas,
Juran haberlas visto.

Su faro escudriñaría inútilmente el oleaje.
Pienso en sus vínculos salinos
En sus crecientes poblaciones en el sueño y en el agua.
Bajo la marea del sueño
Sus bocas están colmadas de arena
Sus yemas florecen violáceas
Sus cabellos perdidos enredan a las embarcaciones.
Sueño con ellas, y al despertarme
Siento un ardor de agua salada en los ojos.
Me olvido de ellas,
Y el tono de sus iris
Que confunden los inexpertos con las neblinas
Gobiernan las playas, los rompeolas, mis ojos.



Playa La Rivera
Aléjate de mí
No te quiero más

Chévere


Héctor Lavoe

A este lado del mar
A esta playa desolada
Donde arriban algunas lanchas
Donde saben abandonarse algunos jóvenes
A desovar sus sueños.
A este lado del mar
He venido yo.
A agotarme con sueños breves y tenues
A compartir el trance de las embarcaciones
Extraviadas en la niebla.
A los cerrar párpados fuertemente
Con una bufanda en el cuello
Con la nostalgia entre los huesos.

A este lado del mar
He venido yo.
A escuchar el incesante golpe de los hierros
En el astillero.
A esperar pisadas familiares,
A silbar para no escucharme a mí mismo.
A este lado del mar
He venido yo.
Para sentir a la Luna que trepa a mis espaldas
Entre palmeras que tienen el triste tono de mis ojos,
Para sentir su pálida luz
En los fríos cantos y en mi corazón
Dividido entre villas y solares
Donde mis recuerdos crujen entre maderas
O enverdecen el fondo de las piletas.

A este lado del mar
He venido yo.
A lanzar mi corazón como un canto húmedo
A la noche, al mar
Sin escuchar nunca la orilla.
24 de julio. Luna nueva.

Mar de la fecundidad

Siempre me han atraído las mujeres supersticiosas.
Más bellas cuanto más supersticiosas -pensaba-.
Con Siria, todo empezaba con la luna salada,
Recién salida del mar.
Todas las noches,
Ella alternaba bajo nuestra almohada
Una campana blanca o unas tijeras cruzadas.
Muy de mañana,
O aún en los ascensores nocturnos,
Me despertaba para contarme sus sueños.
El resto del día, se mantenía callada
Y buscaba inútilmente en las macetas
Piedras de sal o monedas de cobre.
A medida que menguaba la luna,
Parecía notar con mayor exactitud los cambios en el aire:
Desconfiaba de las aves heridas y me prohibía
Recoger objetos de la calle.
A medida que la luna menguaba,
Pasaba más tiempo en la bañera, que sabía llenar con pétalos.
Amaba su olor a pachulí.
Odiaba verla tomar un brebaje, hecho a base de ciertas hojas glaucas,
Y me exasperaban las medialunas de sus semillas regadas por la cama.
Cierta ocasión- cuando era casi luna nueva-
Le obsequié una caracola.
- arrójala al mar, no sabes que eso termina siempre con las parejas-.
Amaba tanto a Siria,
Su olor a pachulí.

Diego Lazarte  (Lima, 1984)  Ha publicado en el periódico de poesía ¡estruendomudo!, en las revistas nacionales e internacionales, Umbral, Ajos & Zafiros, Ángeles & demonios, La Siega, Paralelo Sur y en las antologías Los Nuevos (UCSUR) , Generación del 2000? (Círculo Abierto Editores) y La Invención de una Generación. Ganó los juegos florales 2003 Jorge Basadre Grohman con su poemario La clavícula de Salomón (UNMSM, 2003); con el que quedó finalista en el concurso José María Eguren (N.Y., 2004). Mantiene inédito el poemario “Diario de Navegación”. Actualmente incursiona en el videoarte con el video-poema: Las arañas de Mar, extraído de Manchas Solares (Paracaídas Editores, 2007). Aficionado a la astronomía, pronto terminara el libro Mares.