De El mundo no se acaba
La época de los poetas menores se
acerca. Adiós Whitman, Dickinson, Frost. Bienvenido tú cuya fama nunca irá más
allá de tus familiares cercanos, y quizás uno o dos amigos reunidos después de
cenar ante una jarra de vino tinto... mientras los niños que intentan dormir se quejan del barullo que haces al hurgar en el armario, en busca
de tus viejos poemas, temeroso de que tu esposa los haya tirado en la limpieza
de la primavera pasada. Está nevando, dice aquel que le echó un vistazo a la
noche oscura y luego se volvió a verte, ya listo y preparado para leer sonrojado y con gestos
teatrales, un poema de amor extenso e incoherente, cuya última estrofa (sin que
aún lo sepas) lamentablemente se ha extraviado.
Guante Perdido
He aquí el guante negro de una mujer.
Se supone que tenga un significado.
Un desconocido lo abandonó
sobre el buzón rojo de la esquina.
Durante tres días el cielo estuvo agitado,
hasta que hoy cayeron unos cuantos copos de nieve
sobre el guante, el que alguien,
entretanto, había volteado,
de manera que los dedos pudieran cerrarse
un poco… sin formar el puño todavía.
Así que esperé, junto a la noche que se acercaba.
Algo me prevenía que no me moviera.
Aquí donde las llamas se alzan de los tanques de basura,
y los vagabundos duermen de pie.
Paraíso
Paraíso
En un barrio que una vez se llamó “Hell’s Kitchen”
donde un pordiosero juraba estar tocando el violín de Nerón
mientras la ciudad ardía en el calor del verano;
donde una barbera que se hacía llamar así misma Cleopatra
blandía la tijera del destino sobre mi cabeza
amenazando con cortarme las orejas y la nariz:
donde un hombre y una mujer se echaron a caminar desnudos
por el lado de la calle al amanecer.
Debo estar soñando, me decía a mí mismo.
Era como conocer una pareja de esfinges.
Esperaba que tuvieran alas, cuerpos de leones;
él con su salvaje pecho tatuado;
ella con sus tetazas colgantes.
¡Ocurrió demasiado rápido, y hace demasiado tiempo!
¿Conoces esa hora justo antes de que el día rompa
cuando uno anhela recostarse en sábanas frías
en un cuarto con las persianas bajadas?
La hora en que los hermosos suicidas
que yacen extremo a extremo en la morgue
se levantan y caminan hacia la primera luz.
Las cortinas de los hoteles baratos vuelan fuera de las ventanas
como gaviotas, pero todo lo demás está tranquilo…
Vapores se alzan de las rejillas del Metro…
Cuerpos brillantes de sudor…
¡Locura, y bien podrías decir, Paraíso!
Los amigos de Heráclito
Tus amigos han muerto, con los cuales
Tus amigos han muerto, con los cuales
recorrías las calles,
a todas horas, hablando de filosofía.
Así que hoy anduviste solo,
deteniéndote en ocasiones para intercambiar
de lugar con tus compañeros imaginarios,
de lugar con tus compañeros imaginarios,
y discutir nuevamente contigo mismo
sobre las teorías de apariencias:
el mundo que vemos en nuestras cabezas
y el mundo que vemos a diario,
Cuán difícil distinguir uno de otro
cuando la pena y el dolor nos abaten.
Ustedes dos se dejan llevar tanto por las divagaciones
que con frecuencia se encuentran perdidos
en barrios calientes, en medios de tipos nada amigables,
en barrios calientes, en medios de tipos nada amigables,
Teniendo que preguntar por direcciones
justo cuando están a punto de alcanzar
el supremo entendimiento,
el supremo entendimiento,
repitiendo la pregunta
a una anciana o a un niño
quienes quizás sean sordo mudos.
¿Cuál fue ese fragmento de Heráclito
que tratabas de recordar
cuando pisaste el gato del carnicero?
Mientras tanto, te extraviaste
entre un zapato negro
abandonado en la esquina
y el súbito terror y la euforia que te vino
al ver esa chica
acicalada para ir a bailar
que aceleraba con sus patines.
Los relojes de los muertos
Una noche fui a hacerle compañía al reloj.
Tenía un ruidoso tic tac después de la medianoche.
Tenía un ruidoso tic tac después de la medianoche.
Como si estuviera asustado.
Es como silbar frente a un cementerio,
Le expliqué.
De cualquier manera, le dije, te comprendo.
Una vez existieron relojes como este
en todas las cocinas de los Estados Unidos.
Ahora las ventanas de las fábricas están todas rotas.
El anciano del turno nocturno está sobre el bote de Caronte.
El día que te detengas, le dije al reloj,
las pequeñas ruedas de reserva
se echarán a rodar
hacia resquicios de difícil acceso.
De tan sólo pensar en eso, me olvido de darle cuerda al reloj.
Nos levantamos en la oscuridad.
Que tranquila está la ciudad, digo.
Como los relojes de los muertos, mi esposa responde.
Abuela en la pared,
escucho la nieve de tu infancia
que empieza a caer.
A la caída de la noche
Para Don y Jane
El peso de los sucesos trágicos
en la espalda de cada quien,
Así como la tragedia
en el apropiado sentido griego
se pensaba imposible
para ser escrita en nuestros días.
Hubo allí andamios,
escenarios improvisados,
endebles personajes en ellos,
como pequeños animales difusos
acorralados ante las luces de carros
que avanzaban por la carretera,
durante el crepúsculo gris
que vacilaba
hasta convertirse en una enorme
noche de otoño sin estrellas.
Uno pudo haber estado en
la parte trasera de una camioneta
temblando por la
velocidad y el frío.
Uno pudo haber estado caminando
dándole un vistazo
a las complejas formas
que dibuja el árbol desnudo –
como esos a punto de chillar,
pero que ahora son incapaces
de pronunciar una palabra.
Uno pudo haber estado en
uno de esos moribundos pueblos de zonas francas
dentro de una pequeña y oscura tienda
cuando dieron la noticia.
Uno pudo haberse movido cerca de la radio
junto a una preñada de varios meses
que trabajaba ahí en ese horario.
¿Hubo un aroma
de sangre derramada en el aire,
o era ese otro,
esa esencia mucho más fina – del miedo,
el miedo de la muerte súbita
que uno conoció en una calle sin salida?
También, monstruos en carteles de películas
mostrados plenamente.
Luego, seis muchachas de zona franca,
mano a mano, riéndose
como si hubieran estado bebiendo.
A lo mejor, una
pudo haber sido ella.
La que lleva la boca
pintada de rojo brillante,
que se siente diferente a las otras,
sin razón alguna, sumamente pálida,
y así, excusándose,
se desvanece donde dice:
se alquilan cuartos,
y se marcha a la cama,
completamente vestida, tan sólo
para recostarse con los ojos abiertos,
temblando, a pesar de las sábanas.
Es tan sólo un resfriado,
ella se repite a sí misma
sin haber visto los papeles
en los cuales el casero ha traído
el perro desde el porche delantero.
El anciano nunca aprendió
a leer bien, y por eso
;ee suspirando a medias,
y en esa luz mortecina
que está a punto de ser oscuridad,
sobre esos trágicos días
que supuestamente no son
tragedias ante la ausencia
de personajes endeudados
con la clásica nobleza del alma.
de personajes endeudados
con la clásica nobleza del alma.
Vanity Fair
Para Hayden Carruth
Si no has visto el perro de seis patas,
no importa.
Nosotros lo vimos, siempre dormitaba en la esquina.
En cuanto a las piernas extras,
se adaptaron a las otras de inmediato
y ya uno pensaba en otras cosas.
Como en que fría y oscura noche
para estar a la intemperie en la feria.
Entonces el dueño lanzó un palo
y el perro fue tras él
en sus cuatro patas, las otras dos revoloteando detrás,
lo que hizo que una chica se explotara de la risa.
Estaba borracha como el hombre
que se la pasó besuqueándole el cuello.
El perro alcanzó el palo y miró de vuelta hacia nosotros.
Y ese fue todo el show.
Guerra
El dedo tembloroso de una mujer
Guerra
El dedo tembloroso de una mujer
recorre la lista de bajas
en la tarde de la primera nevada.
La casa está fría y la lista es larga.
Todos nuestros nombres están incluidos
(Traducidos por Frank Báez)