21/12/07

Sobre John Ashbery

 Por Luis Chacón Ortiz
Fotografía tomada por Lynn Davis


Diputació 257, 08007, Barcelona. Paseo Mare de Déu del Coll, 10, 08023. Berruquete, 126, 08035. Castellmo, 61, 08017. Travessera de les Corts, 150- 152. Diputació, Callela 08370. Estas son las direcciones que tengo apuntadas en la primera página de mi ejemplar de Autorretrato en espejo convexo, de Ashbery. Hay quienes escriben el autógrafo del autor en la primera página; otros sencillamente el nombre del poseedor del libro. En algunos casos, incluso, he escuchado de personas que arrancan la primera y la última página de cualquier libro. Nunca, sin embargo, se me había ocurrido que un libro pudiera usarse de salvavidas. Quiero decir: nunca había tenido la necesidad. He escuchado de canciones que te salvan en el momento justo, de poemas –o más bien de fragmentos de poemas-, incluso de pinturas. Pero nunca de un libro cuya única función aquella noche fue apuntar una serie de direcciones dónde pasar una noche que, de entrada, se hacía ya muy larga.


Lo que se sabe (primera parte). John Ashbery nace en Rochester, New York. El año, 1927: el mismo en que Jazz Singer llega a los cines y asesta el golpe fatal al cine mudo, Stalin asume el control total sobre la Unión Soviética y la Ford presenta su nuevo modelo A como el nuevo gran automóvil. 22 años después, Ashbery se gradúa de Harvard. En 1955 parte a Francia, donde vivirá unos 10 años antes de regresar a Estados Unidos. Mientras tanto, ha publicado ya varios libros de poemas, como Turandot and Other Poems Some Trees, éste último ganador del Yale Younger Poets Award. No obstante, tales publicaciones pasan o desapercibidas o invisibilizadas: ninguna recibe una crítica favorable, a excepción de que la que escribe su amigo Frank O’Hara para Some Trees. Pero estamos en que Ashbery parte a Francia, y ahí conoce a Proust. Mejor dicho: al fantasma de Proust. 

Altaria 601. Algunos libros no se olvidan nunca, como no se olvida ese olor a libro nuevo, o la primera vez que lo leíste. Comprar el Autorretatro en un espejo convexo, sin embargo, no significó nada especial para mí. Era un libro más en un estante lleno de libros. Pero ese fue el que alcancé. Para entonces sobre Ashbery había escuchado tan sólo de terceras –es decir, de un amigo a quien un amigo le había dicho que Ashbery era la cagada-, y mi decisión fue encogerme de hombros, aceptar que el precio era accesible y llevarlo a la caja. Si lo pienso ahora, en una imagen que si no es poética bien podría ser cursi, podría decir que el libro me llevó a mí a la caja. Porque uno no escoge los libros que compra: ellos lo escogen a uno. 

Lo que se sabe (segunda parte). Son los años en Francia lo que cambian radicalmente la poesía de Ashbery. Estando en París, Ashbery escribe los poemas que conforman The Tennis Court Oath, los cuales son extremadamente experimentales. Algunos críticos asocian el trabajo realizado en tal libro con el surrealismo francés, debido a su fragmentación, quiebre y cambios repentinos dentro de los mismos poemas: en fragmentos, se aleja a la deriva. Dice Ashbery en una entrevista: “but as far as my own poetry goes, while there’s a lot of my unconscious mind in it, there’s a lot of the conscious mind too, which is only normal, since we do sometimes think consciously — not very often, but sometimes”. Pero para hacer una long story short, Ashbery regresa a Estados Unidos a mediados de los ’60, donde empieza a escribir crítica para revistas de arte. Conoce a Andy Warhol, Jasper Johns, Rauschenberg. Y siguiendo la misma vena experimental que había empezado ya con The Tennis Court Oath, Ashbery publica sus poemas en prosa Three Poems en 1971. Después vendrá Autorretrato en un espejo convexo.

Un andén en llamas. Un par de días después leí el libro. Estaba sentado en una banca imposible por no decir incómoda en una ciudad en España. Faltaban dos horas para que llegara mi tren, pero mi dinero era poco dinero y tenía nada que hacer. Me compré un café caliente y, como dije, abrí el libro:
“Lo intenté todo: sólo algunas cosas eran inmortales y libres. Estamos sentados en otro lugar donde la luz del sol se filtra, poco a poco, esperando a que alguien llegue. Se dicen palabras duras, mientras el sol dora el verdor del arce...” (61 : 2006)
Jiménez Hefferman, en su prólogo a la edición del Autorretrato, dice: “Three Poems supuso un inmenso esfuerzo en gimnasia proyectiva. El cuerpo textual de Ashbery nunca se recuperó”. (2006: 7) Coloquial, reflexiva, apelativa, el Autorretrato logra condensar lo que es dicha poesía en prosa de su libro Three Poems en una composición que el mismo Jiménez Hefferman llama “tradicional para la poesía”. Para él, la poesía de Ashbery en el Autorretrato es similar a un cuadro de Pollock, o a las víctimas de un accidente de tránsito (o como si ambas cosas pudieron ser lo mismo al mismo tiempo). 

Lo que se sabe (III). Junto con su amigo Frank O’Hara, Koch, Schuyler y otros, Ashbery es miembro de la denominada Escuela de Nueva York. Para muchos, quizá el más representativo de todos. Dice Ashbery: “I was here with a group of poets who were friends, and we had some things in common: I think basically what unites our poetry is the experimental approach, but the poetry was different in [each] case”. La poesía de Ashbery es inasible, escurridiza. Sus poemas dan ganas de leer y releer como si uno hubiera pasado algo por alto, como si tal vez prestando más atención uno logre encontrar la llave que abra el poema. Pero como el Rimbaud de las Iluminaciones, sólo Ashbery posee la clave para esta parada salvaje:
“Ahora es el impulso de la mañana lo que alienta el tic-tac de mi reloj. Como alguien que asoma la cabeza desde el fondo de una pila de mantas, buenas y malas mezcladas así es la maraña de decisiones e indecisiones imposibles: el deseo de pasarlo bien, de hacer ruido, y de este modo aumentar la espesura ya del ilegible graffiti en la pared del servicio público” (95: 2006)
El poema más comentado, sin embargo, es el que da título al libro. Basado en un cuadro del Parmigianino que se llama, por supuesto, Autorretrato en un espejo convexo, es el poema más extenso del libro: tiene más de trescientos versos y, por si eso fuera poco, Harold Bloom se osó a decir que era el poema escrito en inglés más importante de la segunda mitad del siglo XX:
“Como hizo el Parmigianino, la mano derecha 
mayor que la cabeza, tendida hacia el que mira,
 retirándose con suavidad, como queriendo proteger
aquello que revela. Unos vidrios emplomados, vigas viejas, 
forro de piel, muselina plisada, un anillo de coral...” (203 : 2006)
El poema nos introduce vertiginosamente en una lectura rápida, violenta, como un carrusel invertido. 

Por el retrovisor. Se supone que aquí debería hablar del libro. Que quizá debiera decir como la poesía de Ashbery me recuerda a la de Gonzalo Rojas. O más bien, como la poesía de Gonzalo Rojas me recuerda a la de Ashbery. O como la poesía de Auster de alguna forma me recuerda a la de Ashbery, pero más condensada y, de alguna manera, frágil. La verdad es que he leído y releído el Autorretrato ya varias veces, y puedo decir sin duda alguna cuales son mis poemas favoritos: Forties Flick, Grand Galop, Poem In Three Parts, Tenth Symphony y, por supuesto, Self Portrait In a Convex Mirror. Mis favoritos, lo que no quiere decir que los otros no me gusten. Se supone que debo decir por qué esos me gustan en especial, lo que significan para mí. Pero no puedo hacerlo. Aquella tarde leí el libro de un tirón. Me levanté rápidamente de mi asiento y busqué en mis jeans las monedas que me habían sobrado de la compra del café. Tenía exactamente cinco euros para llamar a casa. Entré a la cabina telefónica del andén donde estaba, levanté el auricular. Pero justo cuando marcaba el cinco cero seis de Costa Rica, cambié de parecer y, en vez de llamar a casa, marqué el número de la chica con quien salía entonces. No sé que esperaba decirle. Quizá que en otro lugar los días serán azules con una intención. El teléfono de ella repicó varias veces, pero ella nunca contestó. Pronto llegó el tren y yo volví a una ciudad que iba a conocer por primera vez, de nuevo. Todo esto tiene más sentido para otros que para mí, me temo. O por lo menos, un sentido que no pude ver entonces.

Lo que se sabe (IV y final). “Los poemas de Ashbery son sucesos de lenguaje, fragmentos en muchos casos de soliloquios interiores, atravesados de aprensión, dudas, basura sapiencial, ideologemas, residuos visuales y esperanzas abatidas. Se caracterizan por la oscilación entre el optimismo hipertrofiado y el abatimiento elegíaco, la mezcla de meditación sinuosa con intervalos de lirismo, la confluencia de viveza dialógica, hibridismo coloquial, sequedad estoica, el zigzagueo de la incertidumbre, el regate en corto de la sintaxis, la indefinición, el extravertido paralogismo figural”. (Jiménez Heffernan, 15 : 2006). Muchos críticos dicen que Ashbery sigue la tradición de Wallace Stevens y de Auden mientras, al mismo tiempo, funda una nueva senda. Roberto Bolaño, en una metáfora muy adecuada, comparaba al poeta con un samurai que luchaba contra monstruos, sabiendo de antemano que su batalla está perdida. Ashbery lucha contra Whitman, contra Dylan Thomas, Keats, sólo por citar algunos. Y Ashbery no sale ileso. Al contrario: las contracturas que sufre durante la batalla es lo que lo diferencian de los demás, y es quizá su mayor logro. En Ashbery, las imágenes son fracturas momentáneas, fugitivas, si se quiere, una lección que sin duda debió aprender de su encuentro con Proust: “El recuerdo de una determinada imagen no es sino el pesar de un determinado momento; y las casas, las carreteras, las avenidas son tan fugitivas, desgraciadamente, como los años”.



Luis Chacón Ortiz (San José, 1986). Ha publicado artículos para diversas revistas nacionales e internacionales. Aparece en la “Antología de novísima literatura breve hispanoaméricana” (Fundación Editorial El perro y La rana, Caracas, 2006). También ha publicado El Sur (Ediciones Fecit, Navarra, 2007).  Lleva un blog:http://www.lasabana.blogspot.com.