[san antonio I]
un saxofón que perdona luminoso, como una santa pierna,
como un triunfo pálido entre el tigre y las bellotas.
todo en la torre está tranquilo.
las olas de plata y los animales que blasfeman,
la necesidad de compararte atado a mis uñas.
la salud como aspaviento de leche y petróleo,
la infancia socavando lo repentino, las velas, las luces,
el humo de la cocina y la estrella fija en el cielo,
la misma que acompaña ardiendo, contemplando,
sin respuesta,
sin pedazo de polvo
sin desnudez que agobie.
[albúmina]
todas las rosas a oscuras,
la primavera en forma de pájaro.
tu cuerpo y los anteojos
un decilitro de voz que no me pide nada;
el piano de otras manos que se abre y se sume buscándote un rostro,
armando los trozos que componen núcleos tristemente dispersos
para salvarte sin salida, brillando amarillo
conociendo mis intestinos, mi cadena umbilical
tratándose en todo caso, de esta música que merodea.
siendo curiosamente leche de los ojos que brota llorando
y todas las ciénagas plagadas de agua, pensando en ti mamá.
como las películas de colores,
las posadas del plasma que flotan siendo una metáfora de loto y guirnalda.
el mar entero encerrado en tus ojos, / en tu silueta que digiere sombra, que conjuga las sierpes y los muros.
[currahee]
éramos una guerra de espejos,
doce millas de ancho por doce de largo.
la simetría de dos muertos encendidos de golpe
prendiendo las luces en el abandono de la noche,
buscando los pozos de los abuelos,
la muñeca que era la hija.
los ojos que siguen mirando desde la cama,
las grietas de todas las paredes.
el paraíso,
una isla de tierra roja abierta en dos que mira al agua salada.
un conjunto de esqueletos frente al paisaje de la plaza,
un centro duro de luz
de animales verdes y amarillos empozando las medias lunas,
la navegación de los peces,
el soplo de las arañas junto a la flor que mira al techo.
nadie extraña el mediodía, la altura de los rostros.
no hay distancia desde los huesos,
nadie suspende la caída
y el mundo es esta tarde que combate,
que solo mide desde este corazón,
el cansancio que trae la sed,
la implosión de las cucharas que lo ven todo desde aquí arriba.
[aquí no hay lluvia]
destrucción para nosotros,
silencio de papel,
estrella ciega como el tiempo de un suspiro.
todas las cuerdas del pasado y los agujeros palpitantes
los corredores, el áureo verbo del payaso de suelo
de la noche triunfal en un puñado de hierba
en un bosque azul sin lámparas ni gacelas.
aquí nadie llueve.
no hay silencio en un silbido celeste iluminado,
solo empiezan estas copas de rocío,
estas alondras bebiendo la corola de una criatura sin paladar.
palideces madrugada en las diurnas calles vivas
repletas de juncos y puros corazones mojados.
todo vive y se extinguen los ecos, la certeza asciende
y se ríe el mar de tacto, la espuma como un ave
se retira y nace
por donde descansa una mejilla,
un intocable beso.