por William Carlos Williams
¿Hay más paz en el paraíso, mi querido amigo Ford,
que la que sentías en Provence?
No lo creo ya que tú con tus alabanzas
hiciste de Provence un paraíso
con lo que podemos hacernos la idea
de cuanta es tu alegría en las presentes circunstancias.
Era el paraíso lo que allí describías
y que a pesar de su estrechez tú transustanciabas
para que los senderos y los jardines parecieran un
mundo más grandioso del que ahora habitas.
Pero, querido, te llevaste casi todo.
La Provence que tú
alababas tan bien ya no volverá a ser
la misma Provence
ahora que te has ido.
Aunque lejos estabas de ser un santo,
te has convertido en una criatura paradisiaca.
Habitaba en ti, cierta crudeza
distinta a la terrenal.
El mundo es límpido, pulido y perfecto
pero la carne de la criatura paradisiaca
es sucia y corrupta y le encanta comer y beber e irse de putas
reírse de sí mismo y no tener miedo de sí mismo
sabiendo de sobra
que no cuenta con posesiones y opiniones
que valgan la pena
y que al final todo consiste en alimentarnos
del mismo modo que a un perro.
¡Así que párate y ama y saca la barriga llena
en nombre del cielo!
Me río cuando pienso en ti jadeando en el Paraíso.
¿Dónde está el paraíso? Pero, ¿por qué
pregunto eso si tú ya mostraste el camino?
La verdad lo único que me interesa es
que lo mejor de ti permanezca a mi lado mientras
esté con vida y te recuerde. ¡Gracias a Dios
que no fuiste discreto, dejabas a todo el mundo entrar
y mentías! Diablo, a veces mentías de una manera
cruel. Pero era todo, como lo veo ahora,
un descuido, la parte de un hombre que no tiene hogar
acá en la tierra.
Provence, Ford el del culo grande, nunca más
volverá a sentarse en las sillas de tus cafés,
ni sacará ni tirará de su plato tu sagrado ajo,
ni gruñirá ni sudará ni se lamerá
los labios. Grosero como el mundo que nos ha dejado
él se ha vuelto una parte
de aquello de lo que tú, Provence, fuiste
la parte conocida, que él amó tan bien.
(Traducción Frank Báez)