26/11/08

José Alejandro Peña

Homenaje a Marcel Duchamp
Hay cientos de mujeres por todas partes a todas horas inconclusas:
cierran o abren las piernas con delicado fervor.
Viven en el mismo país que las ánimas y se comen los dientes
dinamitados de los hombres que se amarran al hígado una vaca partida por la
mitad.


Al día siguiente la mujer del zócalo se despide del superintendente de una
pajarera del trópico.


En ese momento llegan dos niñas cojas cargando un ataúd. Se miran y salen
volando por una hendija del cielo.


Las otras mujeres echan al pozo la cabeza del dios – lince quien así en un
sueño lo dictara a su cocinero de algas venenosas.
El hombre – objeto que ha escuchado el sermón de la diosa se ha ido
reduciendo del tamaño
y ahora es un artefacto para el disimulo
un artefacto natural – desde luego.-


La mujer verde se ha comida los trozos
del hombre azul que pendía del techo
cabeza abajo sin sangre.


Todos hablaban de injurias y de refinamiento
menos la niña de los tomatones
la que tenía el sexo como una perita
que apretaba el corazón del demonio.
Antes no fue sino la mucama de un emperador de las orillas del río
Ozama.


El ocioso camarero del hotel vino a contarle que el mundo se había
terminado pero que todavía quedaban algunas hamburguesas sin
colonizar que por favor abriera un poco las piernitas para evitar la
congestión de los gases tóxicos.


Y así las matemáticas oníricas del viejo sermón se convirtieron luego en el
mal de nuestro siglo.




Soliloquio con Antonin Artaud
¿Dónde están mi corbata mi zapato enlodado
mi sombrero de antaño mi camisa estrujada?
¿Dónde están mi reloj mi máscara de neón
mis calzoncillos de herrumbre?


¿Dónde están las medias blancas comidas
por las ratas del manicomio?


Las he buscado todo el día todo el día
durante muchos años pero ahora recuerdo
me las hicieron tragar con mis vómitos
del mes anterior…


La Inconquistable
Una mujer asoma en el espejo donde ya no hay nadie
el espejo donde otra mujer se abraza a orgiásticas
franelas desgarradas.


Una mujer más diáfana que la grieta
en los muros del infierno
perennemente azul como un dilema...
más bella bajo la seda mórbida de mi
brutal desvelo…


Yo la amaba con los gramos de locura de mis gritos de vidrio.
Yo la amaba con el secreto alivio de un ascensor vacío.
Yo la buscaba por las calles desiertas de un paraíso de culebras machacadas
pero ella intangible se ocultaba en la muerte de todas las palabras.


Los Perros Sicodélicos
Veo a los perros comiendo testículos de ángeles
en una plaza donde hay orangutanes platónicos,
murciélagos lascivos y sexos de madres intensas
que piden a los transeúntes la uña perdida de Lautreamont.


La Palabra Inquietante
Yo no digo nada que no haga cambiar el curso de las cosas.


Si digo muerte es para ocultarme de mí mismo
o en la muerte cubrirme el cuerpo de palomas.


Tal vez lo que es inquietante (de veras inquietante)
no se dice con las palabras
pues ninguna palabra es demasiado ella misma
por eso necesita de las otras palabras para cargar
con los despojos y las mentiras.


Yo hablo para que al fin ocurra algo que cause
pavor de verdad o ilumine secretamente el
corazón de las bestias.


José Alejandro Peña. (1964, Santo Domingo, República Dominicana). Poeta y editor. Ha publicado Iniciación Final (1984); El Soñado Desquite, Premio Nacional de Poesía en 1986; Pasar de sombra (1989); y en el 2004 publicó Obras Poéticas donde reúne sus primeros libros y los libros publicados en los noventa y a principios de milenio. Reside en los Estados
Unidos desde hace más de una década. Allí funda y dirige la revista e impresora de libros El Salvaje Refinado (www.esrefinado.net), que ha realizado una importante labor en la edición y difusión de libros de poetas hispanoamericanos. Los textos que aparecen a continuación son tomados de su último libro Suicidio en el país de las Magnolias.