sentarme a leerlo) cuando es de poesía. ¿El secreto? Aprovecharme del azar;
con sólo abrirlo en una o dos páginas cualesquiera me puedo dar cuenta de si
quiero leer el resto. Esto me pasó con el poemario Soundtrack de Felipe
Granados, joven poeta costarricense nacido en 1976.
La poesía de Granados, aterrizada, ácida y ligera, permite al lector
adentrarse directamente en la realidad del autor, quien hace uso de las
palabras como un intento ya no de embellecerla sino de plantearla en signos
planos que proyectan las cosas tal y como son percibidas. En la primera
parte del libro se plantea la dureza de la labor del poeta, de quien el resto del
mundo espera una función decoradora de lo que se dice o se puede decir de
la vida, de las relaciones, de los hombres y las mujeres, cuando lo cierto es
que es imposible pintar con todos los colores un universo cada vez más gris,
sin dejar de ser auténtico con lo que se lleva por dentro y lo que se percibe
de afuera. Y si bien es cierto que la poesía y la literatura en general tienen
una cualidad de polisemia absoluta, para cualquiera que haya intentado
escribir unas cuantas líneas con fines poéticos, es muy fácil sentirse
identificado con esta propuesta.
Aún así, el autor recurre a la nostalgia con versos que se traducen en
imágenes sencillas y que a la vez dejan una sensación de vivencia o de
recuerdo; hay fotos mentales que despiertan la fantasía desde la perspectiva
del clásico lobo feroz hasta la morbosidad del vampiro y su sed de sangre.
Lo romántico se evidencia dejando por fuera la miel que generalmente le
corresponde por definición, puesto que Granados escribe del amor como si
lo estuviera viendo desde algún rincón al otro lado del espejo. Sus poemas
no derrochan flores ni corazoncitos; por el contrario hablan de espacios
vacíos, dolor, ausencia, borracheras y tristeza; y sin embargo, denotan toda
la pasión, la fuerza y la musicalidad implícita de ese estado alterado de
conciencia que se conoce como enamoramiento. Esa capacidad de decir
algo, de imprimir un sentimiento así de tangible mientras las emociones son
dirigidas por la mano del poeta hacia la dirección opuesta es una opción muy
refrescante dentro de las alternativas que se encuentran en la poesía
contemporánea.
El affair que Felipe Granados parece sostener con la palabra es postmodernista;
en ocasiones será noviazgo, en otras concubinato escandaloso.
Él mismo lo explica, citando a Roque Dalton, cuando dice que “no hay
palabras malas ni palabras buenas, las palabras simplemente sirven o no
sirven para hacer literatura, yo uso las que me sirven”. En el caso particular
de Soundtrack, para mí es evidente que las tenía a su servicio, con altos
honorarios y dedicación exclusiva.
Algunos de sus poemas han sido publicados en distintas revistas literarias de
México y Centroamérica, así como en la revista Amigos de lo Ajeno (marzo
de 2003) y en la antología Lunadas poéticas (Costa Rica 2005).
Actualmente escribe para la revista SoHo de Costa Rica.
La siguiente es una selección no al azar de su poesía en Soundtrack.
Ella
I
No era más que un violín.
Triste como todos los violines.
Lugar común hablar de llanto.
Pero esta noche
herida,
se mueve como un caballo
enfermo
y el arco tenso hace gemir
algo más que las cuerdas.
Te busco
en la ruina cursi de mis días,
en el brillo ausente
de mis ojos de muerto,
en el grito agudo
de los buitres
que se acercan.
Te busco
con el sentido inútil
de las manos,
reviso este recorte de periódico
que tiene en buen desorden
todas las letras tuyas
y es un violín muy triste
profundo y negro como mi suerte.
One bourbon, one scotch, one beer
Te lloré borracho
como se debe llorar
para que sea genuino.
Te lloré borracho.
Recorrí la ciudad
con ganas enormes
de no llevar mi nombre
sólo para que no me tocara
esta tristeza.
Te lloré
caído en los caños
como un li-po cualquiera
supe entonces
que a veces la luna
se ve mejor desde la alcantarilla.
Te lloré
en un auto de la policía:
es la primera vez
que encierran a un fulano
por el delito menor de la nostalgia.
Te lloré borracho
y en mi delirium tremens
yo creía
que todos los borrachos
te lloraban.
Porque yo no he venido aquí a hacer dormir a nadie
Me piden poemas suaves con caricia a la amante y besos por doquier. Me
piden canciones que resulten ser apologías del Bien y otras miserias. Me
piden que sea pulcro y no diga a la mierda. Me piden muchas cosas. Me
piden el olvido como forma de reconciliarme con el mundo. Me piden que
no aburra con mi queja perenne la gran fiesta de todos. Que no piense en
los días malos del Hombre. Que olvide a aquel muchacho que fue muerto en
un parque. Que deje para después mi grito de poeta malcriado y
nauseabundo. Me piden que dimita de mi reino del odio y que no escriba
desde el borracho insigne que me puebla. Me piden muchas cosas. Ninguna
con sentido.
Ahora que he escuchado todo lo que me piden, me voy a dar vuelta sin
pronunciar palabra para dejarlos pensando en aquel poeta sordo que nunca se
callaba.
Alma de blues
...Más me hubiese gustado cantar blues
en un cabaretito cualquiera, lleno de humo,
que pasar todas las noches de mi vida
escarbando en el lenguaje como una loca...
Alejandra Pizarnik
Dan ganas
de tocar guitarra.
En días donde
la palabra
se comporta
como la gran puta
que es.
Tocar un blues muy viejo
sin dobles intenciones,
sólo tocar
y no pensar en nada.
Tocar como se toca
la puerta del infierno.
Pero no,
sólo se oye el tlac-tlac
el ABC, los números,
esa colección de signos smith corona,
que no hacen ningún blues
precisamente hoy
que amanecí
con ganas.
Lovesong for a vampire
Sea tu cuerpo
Sea tu cuerpo
mancillado
con todo tipo de heridas
y desechos.
Tu casa,
a cielo abierto,
azotada
por mil plagas,
cada una peor
que la anterior.
Que tus ojos
padezcan
el mal de los vampiros
de manera que la música
de la luz
te sea negada.
Que no te quede
ni siquiera
el consuelo de la tumba
o el cumplido funerario.
Que la más profunda
manifestación del dolor
halle sitio
en tu alma.
Sea tu boca una
con las ratas y los cerdos.
No te toque
ninguna mano
con una sola gota
de ternura.
Que todo el que te nombre
perezca
bajo el fuego bueno del averno
y que hasta la última cifra
de tu sangre
ruegue en la calle
por misericordia.
Mujer,
aunque no lo parezca
esto es
una canción de amor.
Con licencia para matar
Siempre fuimos
una mala película
de espías.
Escondidos en un tren
que no conducía a nada,
cambiándonos de abrigo
y de lugar
para habitar la intriga.
Siempre fuimos
una mala película de espías
pasando por extraños
en un parque
para decirnos cosas
que sólo
vos y yo
entendíamos.
Siempre fuimos
una mala película de espías
y no contamos
con que el destino
de todas las películas malas
inevitablemente
es el olvidoFloriella Rivas. (San José, 1973) Escribe la columna mensual