17/5/11

Juan Andrés García Román (Presencias reales: la poesía española actual)


Revista Ping Pong ¿Cuál fue tu primer contacto con la publicación: recitales, revistas, premios…?
Juan Andrés García Román - Los premios son en realidad la vía de acceso más directa y sencilla de un joven español que quiere publicar sus poemas. Pero me cabe la duda de si a partir de los premios se llega a una verdadera trascendencia en el número de lectores. Me atrevería a adivinar que no, que el desprestigio actual del sistema de premios los hace antipáticos al lector.
Revista Ping Pong¿Cuál es la imagen que piensas que se proyecta de la actual poesía en Hispanoamérica? ¿Consideras que se atiene a la realidad de la actual creación?
Juan Andrés García Román - España e Hispanoamérica no se miran bien, eso es una obviedad. La literatura es una rama más de ese comportamiento deficitario. Si bien el problema lleva tanto tiempo siendo denunciado que no sé si se ha enquistado o si puede tener solución. Creo que Hispanoamérica ha sido mucho más permeable que España siempre y quizás lo es aún, pero el vicio del ombliguismo es universal. E Hispanoamérica también tiene sus auto-ataduras. 



Revista Ping Pong ¿En estos momentos conoces o tienes referencias de la poesía dominicana y/o caribeña?
Juan Andrés García Román - Cuba me interesa mucho. Lorenzo García Vega o Reina María Rodríguez son maestros. Martínez Rivas… Pero es cierto, no hablo precisamente de las últimas generaciones. Estoy leyendo un volumen publicado por Cosmopoética de jóvenes poetas cubanos y me está gustando.
Revista Ping Pong ¿Consideras que hay algún blog interesante y con repercusión y/o trascendencia en el tejido poético español?
Juan Andrés García Román - Por supuesto que lo habrá, pero yo no visito casi nunca los blogs y prefiero no opinar, pues de hacerlo sólo recomendaría los de los amigos.
Revista Ping Pong ¿Qué relación mantienes con la poesía latinoamericana?
Juan Andrés García Román - De interés y de estudio. Pero como sé que las cosas se conocen por contraste, debo reconocer que dialogo más con la poesía europea.
Revista Ping Pong ¿Y con la poesía europea?
Juan Andrés García Román - Una relación muy devota. Pero la poesía europea es gigantesca. La tradición polaca por ejemplo me es poco conocida. Decir nombres es comenzar un disparate: Montale, Ponge, Celan, Hugues, Eliot, Rilke, Hölderlin, Rimbaud…
Revista Ping Pong ¿Cuál es tu sensación al encontrarte entre esas dos tradiciones?
Juan Andrés García Román - La de ser un poco traidor, como el día que me encontré animando a la selección de fútbol de Alemania frente a la de Argentina. Pero la identidad española es ésa, la de no saber y la de hacerlo mal. Si piensas que España también debiera prestar atención al norte de África, te das cuenta de que este país es un nudo asfixiado por demasiados cables. Eso debería ser una riqueza y lo es, pero en función de qué vientos corran, inducirá a la traición con depende quién.
Revista Ping Pong ¿Qué relación crees que mantienes con las demás poéticas del estado español?
Juan Andrés García Román - No sé si la pregunta se refiere a estéticas o a tradiciones lingüísticas, si bien la respuesta es la misma. La poesía puede ser realista (o catalana) y fabulosa y puede ser irracional (o andaluza) y fabulosa. A mí me gusta Bukowski y me gusta Celan. (Y me gusta Vinyoli y Fernando de Herrera).
Revista Ping Pong ¿Cuáles opinas que son los referentes literarios a los que miras en tu poética?
Juan Andrés García Román - Éstas preguntas son capciosas. Su sentido es atraparte con un cepo del que ya nunca puedes salir. Como he dicho antes, a mí me gusta lo diverso. Adoro a Claudio Rodríguez más acaso que a ningún otro poeta español del siglo. Y sin embargo, adoro igualmente a Jorge Eduardo Eielson, que tiene muy poco que ver con él. Las poéticas me dan cada vez más miedo. Cuando esté muerto tendré una poética.   
Revista Ping Pong ¿Qué papel piensas que juegan los creadores latinoamericanos residentes en España en la constitución del actual tejido poético?
Juan Andrés García Román - Insuficiente, pero, quizás precisamente por eso, desconozco algo el tema. El problema poético en España en todos los sentidos, todos ellos, es que se lee muy poco.
Revista Ping Pong ¿Qué consejo le darías al lector dominicano para acceder a buena poesía española?
Juan Andrés García Román - Ninguno. Ahí están los nombres. Los hay buenos y malos. Pero quisiera que encontrara su propio camino, que juzgara por sí mismo. En todo caso si le advertiría en voz baja que no se dejara cegar por la novedad. Que hay que leer los clásicos, aunque sin desatender del todo el presente. 

Tres  poemas de Juan Andrés García Román

Per capita
El primer rey era deforme;
nació con una protuberancia sobre el cráneo que llamaron corona,
pero esa deformidad le confirió mucho poder.
Ésa fue la única corona de hueso, la única auténtica corona:
una sola corona de verdad en toda la historia de los hombres.
A partir de entonces, el resto de los reyes simulaban la deformidad
con coronas de arcilla acero oro.

Cuaderno del apuntador.
Aún los viejos seducen a las niñas mostrándoles sus premolares
y la aguja entra por el ojo de la aguja.
Aún un manto acaba en qué rey.
Aún.
Aún es aún.

Cuaderno del apuntador (bis).
Un botón en lugar de un dogma o de una idea. Abotonar las cosas a sus usos. Un
botón que une la espalda del pijama de aquel que duerme al colchón. Otro botón
que une la palma de los guantes del soldado con la parte lateral de sus muslos, para
que forme y se cuadre. U otro, por ejemplo, que une la palma de un guante con la
de otro guante para obligar al rezo. En definitiva, una sutil dictadura consistente
en botones dispersos por la piel de las cosas.


Espacio de tiempo


con los ojos cerrados,
con los ojos como tragado  s…
Rilke

Estoy aquí sentado mientras unas cosas se trasforman en otras cosas
con las que en un principio no guardaban ninguna relación
genética, de parentesco o parecido. ¿Adónde va el perro afgano?
No es un perro afgano, no tienes ni idea.

Haces el equipaje, echas
el zapato que exhibe un nudo de madera en la suela
y un jersey. Porque un jersey tiene cuello,
pero no cabeza. Está degollado.
¿Cómo era la cabeza de los jerséis antes de que se la cortasen?
No me interrumpas más. Sabes que debo irme.
Que no puedo dejar sola a mi hermana.
Tiene... ¿cómo lo llaman
los médicos? Sí, eso, ideas negras.
Las sábanas del hospital cuelgan en su propio balcón,
con el sellito verde deslavado. ¿No es horrible?
Pero sube conmigo a la terraza.
El envés de las alas de los pájaros, la axila de los pájaros, es un trozo
de tela azul —como forro de un abrigo— tachonado de estrellas,
pero nunca se les ve excepto cuando vuelan: por eso los niños
miran arriba cuando un pájaro está justo encima de ellos.
Más bien, ¿por qué no dejas morir de hambre a esos nobles
—un pendiente de diamantes colgando de cada ala—? Pájaros-carillón.
¡Deja que las golondrinas se aburran como relojes de pulsera!

Está bien, mira sólo la luz: quiere barrer bajo las alfombras y los párpados,
está buscando su fondo dentro de ti, quiere cerrar su elipse,
jugar a morderse la cola como los perros tontos.
La luz blanca es la única cosa capaz de penetrar sin romper el himen de tu muerte:
eso que los poetas del XVI con sus gorgueras llamaban «el velo mortal».

No temas, el instinto es un avecilla que, aunque vuele,
está atada con un cordel al índice: un globo o un anillo,
un precioso juguete victoriano.
¿Un telón dices? ¿Un fondo? ¿No dijiste que tus poemas estaban ciegos?
Pero mi sensibilidad es de un solo uso —he contestado,
deberíamos tener un corazón de belcro y colocarlo sobre el pecho
como los espadachines que se entrenan,
esconder en el bolsillo de la camisa un as de corazones.
El himen de tu muerte...

Porque, en realidad, estás pensando en el alcohólico con cara de
ángel en la estación.
Sí, llevaba un jersey de mujer,
tenía un carro de la compra y blandía un paraguas.
Parecía un caballero andante. Él era don Quijote y el carrito su Sancho.
El mendigo estaba en el suelo cubierto de radiografías.
Le hablaba a su tumor, decía: Ah golondrino, golondrino,
cierro los ojos mucho y te veo,
cierro los ojos con todas mis fuerzas,
pongo los ojos «como tragados», como decía el poeta, y te veo:
estás en mi interior, entre el matorral de mis costillas o quizás más abajo y
contemplas desde dentro cómo mi ano sale y se pone cada día
como si fuese un astro, la luna.
¡Ah golondrino, golondrino mío!

Hazme un favor: olvida hoy los extremos, el origen.
Tú lo dices: despegarse la herida como una pegatina.
Los boxeadores se hacen extirpar el tabique nasal:
es lo que la poesía debiera hacer con las mayúsculas.
¿Qué hemos venido a ver?
Los basares del arco iris hundiéndose en el humus repleto de lombrices.
Y mira allí:
el horizonte se rompe como una tabla que quiebra un karateka.
Las copas de los árboles son ruedas espirales:
unas empiezan donde acaban otras,
iguales a esos tornos cilíndricos con oración escrita de los templos budistas,
los que hay que hacer girar pasándoles la mano.
Arráncales la verticalidad a los árboles, haz como con las estrellas,
tira del humus como de un mantel y que los árboles se queden
de pie como copas, como excepciones. La estructura que regresa,
lo contrario de un estado, la estructura de una excepción. Algo
que no exista, pero tampoco que muera: algo que no nazca.

No las raíces que unen los árboles al suelo, sino la horizontalidad
sin límites.
La verdadera raíz de un árbol son sus pájaros, su procesionaria, sus
plagas, el esqueleto sacado afuera como guirnalda.
Eso es: ¡una guirnalda fotófoba!

Ves los coches pasar, las ambulancias...
¿Puedes dejar de hablar ya de la muerte?
Entonces, quítales la verticalidad, como a los árboles y como a las
estrellas.
Y las ambulancias se quedarán, sí,
pero lo harán en un nuevo logrado silencio,
una intransitividad.
Despega la ambulancia del papel de calco del alma.
Quieren perder lo que las sustenta, su idea en nosotros, aquello que
nos hiere.
Porque ése es nuestro tiempo. Y la felicidad, la muerte, la tristeza:
todos los grandes conceptos o temas quisieran irse y dejar a solas la
mirada,
desaparecer.
No, no, tampoco desaparecer, en realidad
subirse, como los testículos de los niños.




Cuaderno del apuntador.
Pero lo más hermoso fue lo que tú imaginaste. Decías que se trataba de un evangelio
muy apócrifo: Jesucristo se lavaba con jabón una de las manos, pero no se enjuagaba.
Entonces, se soplaba la llaga de la cruz y de ella salía una estampida de pompas
ante los ojos maravillados de los niños.

Del nacimiento de la melancolía
                                                                                Every night she comes,
                                                                                to take me out to dreamland…
                                                                                                Tom Waits
                                I

Arrimo mi hombro a tu cuerpo para que “también por  mí” vayan las hormigas.
-Eso dijiste, así fue tu principio, no brotaste
de la costilla de neón rosa de Adán,
sino de mí como una extrema solidaridad.

Pronto estábamos en la mañana, dentro,
igual a un grupo que hace tai chi en un parque.
En el origen eran nuestros cuerpos
sencillos y se comprendían
pero no me bastó y realizaba
acciones y movimientos repetitivos y distintos
para obtener un alma.

Por ejemplo, se celebró tu infancia y yo quise llegar al fondo de aquello
colocándome una acreditación de poeta para entrar.
Los poetas éramos un grupo de académicos 
que no habían terminado los estudios
y por eso, en lugar de pajarita, llevábamos una larva debajo de la nuez.
En aquellos tiempos ser moderno consistía en la ironía.
(Es decir, si algo nos dolía o hacía mucho daño
procurábamos siempre aun así sonreír.)
Y tú fuiste el objeto:
- Dear little you, I'm so sorrowful sorry,
culpable como una flor de plástico en un viento de primavera.

Nos pintamos los labios y comenzamos
a besar tus cuadernos escolares tan sólo con el labio superior,
sellando tu inocencia con algo parecido a un bigote.

Yo le hablé con crueldad
a la niña que eras. Dije: - Snow White,
hoy vas a oír un cuento de verdad:
Cuando la princesa besó al sapo, éste se convirtió en un príncipe,
cuando la princesa besó al príncipe, éste se convirtió en dos príncipes
y cuando la princesa besó azorada a los dos príncipes,
todos juntos se convirtieron en un solo muerto.

Te dije que los terremotos eran el modo que tenía Dios
para mecer las cunas de los huérfanos.

Porque andaba mothertheless por el mundo
y te regalé versos que te hicieron llorar.
Ni siquiera tu llanto me iba a hacer abdicar
de mi nueva mirada deportiva;
en nuestra institución había un pinball
y yo te pregunté: - Y cuando las lágrimas
atraviesan tu rostro
y pasan justo sobre tus lunares, ¿recibes puntos?,
dime, Snow White.

Pero Snow White no me dejó continuar.
Snow White me cogió de la mano y me enseñó a
escribir versos de ancho irregular como los cuerpos de las lombrices,
a pintarle las uñas a la mano del viejo llamador si era verano
o vestirla de un guante si hacía frío.

Snow White me llevó
al mediodía de un mar cubierto de infinitos y rojos bombos chinos.
Y cuando un día de marzo se derritió la nieve de la calle,
Snow White me enseñó la calavera del muñeco de nieve.
Snow White me dijo que la mujer con las dos piernas ortopédicas era una sirena.
Porque Snow White era una niña que decía: ¡Dios salve a la reina del panal!
antes de comerse la cucharada de miel.
 
Y cuando los pájaros veían a Snow White, decían lindascosaslindascosas.

Snow White, Snow White, the little men have come to say littleiloveyou.

Juan Andrés García Román (Granada, 1979) Ha obtenido los premios de poesía Antonio Carvajal con Perdida latitud (Hiperión, 2004) y el premio Florentino Pérez-Embid con Las canciones de Lázaro (Rialp, 2005). Aparte de colaborar en revistas de poesía como El Maquinista de la Generación, Turia, Barcarola, Paraíso, Quimera o Salamandria con reseñas, artículos y poemas, ha traducido el storyboard “Mitsou. historia de un gato. Balthus-Rilke (Artemisa, 2007). En la actualidad, trabaja en un nuevo poemario con estructura de ópera de cámara cuyo título será tal vez Un fósforo astillado.