Revista
Ping Pong ¿Cuál fue tu primer contacto con la publicación: recitales, revistas,
premios…?
Manuel Becerra Salazar - Gané a los
13 años un premio de décimas literarias. Después vinieron un par de
publicaciones en revistas locales y en algún suplemento del país. Cinco años
más tarde salió mi primer libro.
Revista
Ping Pong ¿Cuál es la imagen que piensas que se proyecta de la actual poesía en
Hispanoamérica? ¿Consideras que se atiene a la realidad de la actual
creación?
Manuel Becerra Salazar - No sé cuál
es la realidad de la actual creación, pero confío en la atemporalidad de la poesía
y en eso que se necesita para hacer
cosas nuevas, más allá del estilo o la estética, siguiendo la necesidad y la defensa
de la soledad en que se está, tal como lo decía María Zambrano. Creo que es como
volver al origen de las cosas: escuchar música porque es necesario, escribir
poesía porque hay una necesidad particular de nombrar lo indecible, hablar con
el misterio sin intervenciones externas.
La poesía hispanoamericana es
inacabable y, sin duda alguna, se ha rodeado de poetas mayores. Eso es lo que
seguirá siendo esencial.
Revista
Ping Pong ¿En estos momentos conoces o tienes referencias de la poesía
dominicana y/o caribeña?
Manuel Becerra Salazar - En realidad no tengo
muchas referencias actuales. Me gusta la poesía cubana. Lo que ha hecho Reina
María Rodríguez me parece admirable. A Fina García Marruz la cuento entre una de mis poetas favoritas.
Revista
Ping Pong ¿Consideras que hay algún blog interesante y con repercusión y/o
trascendencia en el tejido poético mexicano?
Manuel Becerra Salazar -Hay dos que comúnmente
sigo: Pavesa de Raciel Quirino y Habitación de la heroína de Daniela
Camacho. Los dos por su alta calidad literaria y también por sus buenas
referencias musicales y pictóricas.
Revista
Ping Pong - ¿Cuál es la relación que mantienes con
Octavio Paz? Sigue siendo el gran enemigo como se lee en los Detectives
Salvajes de Bolaño?
Manuel Becerra Salazar -Definitivamente
ha pasado el tiempo sobre la novela de Bolaño. El Octavio Paz de Los detectives salvajes es un blanco perfecto
para los personajes adolescentes de esa novela. Hay quienes todavía se hacen de
duelos ajenos, pero creo que son los menos. Su persona y su vida no interfieren,
o no deberían interferir, en lo absoluto con su obra. Mi relación con él se
ciñe precisamente a eso: su obra. Sus ensayos y su poesía es un conjunto que
hay que leer con detenimiento.
Revista
Ping Pong - ¿Qué relación mantienes con el resto de la poesía
hispanoamericana?
Manuel Becerra Salazar - Ha habido
siempre grandes influencias en mi poesía, poetas a los que regreso mucho y que
van desde César Vallejo, Jorge Eduardo Eielson, Borges definitivamente, Blanca
Varela, Eliseo Diego hasta Carlos Oquendo de Amat, Enrique Verástegui, Giovanni
Quessep, Ernesto Mejía Sánchez. En México hay varios poetas que sigo: María Baranda,
Jorge Esquinca, Francisco Hernández, entre otros.
Revista
Ping Pong - ¿Y con la poesía en otras lenguas?
Manuel Becerra Salazar- Me gusta la
poesía norteamericana: e. e. cummings, Wallace Stevens, Elizabeth Bishop. También
están la poesía de Paul Celan, Alda Merini y Nerval.
Revista
Ping Pong - ¿Cuáles opinas que son los referentes literarios a los que miras en
tu poética?
Manuel Becerra Salazar -Tengo referentes
literarios entrañables, pero en este momento los artistas que animan mi trabajo
no son escritores. Me siento cerca de algunos artistas plásticos y músicos. Me
gusta el verso de Raúl Zurita escrito en cielo de Nueva York, las intervenciones
de Bansky, las transgresiones de Stelarc, Marina Abramovic, Joseph Beuys, todo Heiner
Müller, la música de Satie, Luc Ferrari y Otomo Yoshihide, Jhon Cage, el Spoken
Word.
Revista Ping Pong ¿Qué consejo le darías al lector dominicano para acceder a buena poesía.
Manuel Becerra Salazar - Habría que
desconfiar de toda intención de vanguardia. Las buenas intenciones no sirven
para la buena poesía. Toda vanguardia nace por una necesidad esencial de por
medio y no por un gusto o un hartazgo inmediato por las cosas actuales que se hacen.
No se puede empezar una ruptura poética sin conocer la tradición que la
antecede. La
buena poesía es la que sigue siendo necesaria.
Poemas de Manuel
Becerra Salazar
Concierto del bosque
Es un acto contra la muerte
el de los niños bajando las empinadas del bosque. Este lugar arde, se cubre de
aldeas y, por momentos, apresura la niebla. En su espesura reposa la sobriedad
de un hombre afiebrado que sueña con baldes de agua. También en las verdes
depresiones los aldeanos se aman a ojos de nadie.
Hay una aldea bajo las
constelaciones y una mujer que a la orilla del río lleva siglos lavando la
quietud del agua.
Hay también un arpista encargado del incendio de las
veredas. Tiene a su cuidado la instrumentación de Sonatas de agua, Fados de
transparencia y verano, Canciones para adolescentes fumando en el claro del
bosque.
Canción Western
Tom Waits, en una canción, lleva años regresando a casa
montado en un poni. Algo de furor y rareza signa a estos caballos tristes y
solares. Mi hija tiene uno. Le concede un nombre alusivo a su tamaño y deja su
mano dorarse al pasarla por su lomo.
Deja la orilla de la aldea. Sobre el boulevard arden los
cañaverales. En un lentísimo slide de guitarra cruza la comarca. Se traslada
vertical del campo abierto al arbolado fluir de mi sangre. Nada florece sobre
las baldosas porque no necesitan metáfora estos paseos. Sin embargo, atraviesa
un campo de margaritas que arde, como si cada margarita fuera un cráneo y
crepitara bajo las pezuñas del caballo.
Empuña sin fuerza la brida y lo dirige hacia la
infancia, pasa por la belleza de los cuatro años y por la mirada de los viejos.
Al regresar cerramos la puerta tras nosotros. Atamos el poni al amparo de la
sombra y al paso de los segundos él se hace parte de ella. Aún se escucha a Tom
Waits silbar en una canción
con el temple de los dos que van a dispararse en el
duelo.
Tú, inasible ante la mano que intenta escribirte,
ante el nombre por el cual vuelves
la cabeza
como desde otra edad. Infiel a la
sombra
sales desnuda de la cama y te eriges
como una columna vertebral para el
día,
en esta otra parte del mundo. Sales
a la terraza,
vestida apenas, como una aparición,
y la lluvia te toca como si fuera un
pensamiento.
Ahí te alcanza un tiempo de esfinges
y perfiles.
Triste y melancólica
como si toda la juventud fuera
tuya
y tu cuerpo se lavara en un río,
desde hace años,
igual que los habitantes de ciertos
lienzos.
Te perfilas en la veranda
con una mano en el mentón
mientras
sostienes con la otra un vaso de ginebra
como
un bastón para la sangre.
Sin
necesidad de espectador, te logras sola
como
una magia. Aquí en la memoria
esta
escena se destina a repetirse
ya
recargada tú en aquella terraza para siempre,
donde
tu cuerpo se tiende
al
natural riesgo de arder
por la desamparada estrella de ti
misma.
Experiencia
del desencanto (Fragmento)
III
Un día nos amaneció
nevando. Más que al paisaje nos dimos puras a las córneas y a esa liturgia
natural. La maleza del patio se dejó vestir como de mármol. Fueron diamantes,
en lo glaciar del día, los limones y la cárdena enramada del muro.
La caída de la nieve
también sucedía en el temperamento de mi madre. Jamás incendio como ese hubo
entre nosotras. Córneas donde jamás la luz ha hollado, hombres que se deslizan
de la edad del aguardiente hacia el valle de los muertos, vida que pasa por
estos lugares como cuerpos que se aman; todos éramos testigos:
jamás incendio como ese
hubo entre nosotras.
Mi padre permanecía inmóvil
y los rubios alacranes de las piedras y las flores de sombra, hasta que todo se
detuvo y terminó. Fueron sólo unos segundos y cayó después la noche en los
zarzales. Mi madre hablaba, cerca de las brasas, sobre el deshielo que vendría
después. Y nosotras, mirando la incandescencia de los carbones que atormentaban
sus ojos, seguíamos manteniendo la nieve a salvo en la memoria.
II
Sólo los borrachos del
pueblo se hacen de sus noches.
Llegan siempre en su reino
de pobres, recargados en luminosas suripantas, si hay fortuna, desde la cantina
del puerto, después de días. Tienen mala sangre, sin embargo, cuando abandonan
la bebida se vuelven todavía más lastimeros. Después de tiempo, ya prestado el
cuerpo al aguardiente, convulsionan en sus catres de príncipe. Tienen
temperamento para aguantar la muerte. Mi padre era viejo, como antiguo era su
crujir de huesos en la convulsión de la mañana. Ese gemir le venía de vidas
pasadas. Del abuelo hasta nuestros días nos llegaba ese traqueteo de osamenta
enferma, sin esperanza de muerte. Recuerdo su Algo estará pagando, en palabras
de mi madre.
Severo es el entrecejo del
borracho que se ríe. Su vida sucede entre la miseria y el delirio de las copas
de vitriolo. Con el paso de los años, el aguardiente ya no hace y se requiere
de herrumbre, de cristal molido, de verdes botellas de perfume.
Para andar a tientas en la
ebriedad, cada quien con su lámpara de alcohol.
En el tedio como en la
fortuna los borrachos cantan. Se les desencaja la mandíbula apenas llega a
posárseles en la garganta La paloma negra. Y allí van, medio imbéciles,
desangelados cruzando el pueblo.
Quizá su miseria sea lo que
les dará el cielo algún día.
Manuel Becerra Salazar (Ciudad de México, 1983), autor de los poemarios Cantata castrati (Editorial Colibrí,
2004), Los alumbrados (Premio Nacional
Enrique González Rojo, 2008) y Canciones
para adolescentes fumando en el claro del bosque (Premio Nacional de Poesía
Ramón López Velarde 2010). Fue becario de la Fundación para las Letras
Mexicanas en el área de poesía (2009-2010).