23/10/06

Once poemas de Robert Creeley



por Frank Báez

El otro día, conversaba con Jaime Guerra sobre lo complicado que resulta
traducir a Robert Creeley. Años atrás, Jaime se dedicó a traducir sus poemas,
en los espacios en blanco y en los márgenes de un libraco de Robert Creeley
que pertenecía a Homero Pumarol. Al igual que muchos otros y yo en
estos días, se percató de lo arduo que resulta semejante tarea, y en vez de
traducciones, resultaría más prudente hablar de versiones, de interpretaciones o
de acercamientos al contenido de los poemas.
Empecé a leer la poesía de Robert Creeley hace aproximadamente tres años,
cuando sentado en en la sala de Eliu Almonte en Puerto Plata, encontré por
casualidad The Completed poems of Robert Creeley, 1945 – 1975, libro que
tiene en la portada una fotografía en blanco y negro del poeta en poloshirt con
chiva y con la cabeza ladeada, al tiempo que mira fijamente a la cámara con su
único ojo. Nos acabábamos de despertar y Eliu hablaba con Miguel Villanueva
en la cocina mientras yo sostenía el libro, contemplando la foto de Creeley como
si el poeta me acechara exclusivamente a mí con su único ojo. Me dispuse
entonces a hojear los breves poemas del libro, hasta que me detuve en el
poema "The Door", un poema más extenso y que es sin duda uno de los textos
más potente de Creeley y de todos los poetas pertenecientes a la escuela de los
Black Mountain.
El año pasado en Chicago, camino a la estación del metro, me topé con esa
misma foto de Robert Creeley, en una de las páginas del Chicago Tribune,
acompañada de una breve biografía donde al final se explicaba que el poeta
había fallecido por una neumonía. Esa noche escribí un poema titulado "Farewell
Robert Creeley" . Con el tiempo, Homero Pumarol leyó ese poema diciéndome que
le había parecido interesante y reiterándome que él también admira mucho la
poesía de Creeley, e incluso me confirió que un libro que tenía de él se lo había
prestado tiempo atrás a Eliu Almonte antes de marcharse a vivir por una
temporada a México.
Por supuesto, el círculo de la anécdota contada arriba, se cierra con la
publicación que hago ahora de los poemas traducidos de Creeley. He decidido
traducir aquellos que más me apasionan y otros que a mi juicio son los más
representativos de éste gran poeta norteamericano. Robert Creeley, en un
poema, se refiere a la manera en que las palabras llenan el vacío. Espero que en
estas versiones mis palabras puedan llenar el vacío dejado por el proceso de
traducción.


La Ventana 
La posición es donde
la colocas, donde está,
por ejemplo, ese

tanque de ahí, plateado,
con la iglesia blanca a todo
lo largo, ¿con qué

propósito levantaste
todo eso? Cuán
pesado es el lento mundo

con todo en su lugar. Un
tipo camina, un carro
pasa a su lado en la vía

descendente,
una hoja amarillenta
va a caer. Todo

cae en su lugar. Mi
rostro está cargado de
visiones. Siento mi ojo
romperse.



Noche en NYC
Para Angus

Deben ser casi las cuatro,
leve llovizna
en la ciudad,

carros pasan
mientras unos pies,
los míos,

me llevan a eso
hace años ya,
al mismo lugar.



La Esposa 

Conozco dos mujeres
y una de ellas
es de sustancia tangible:
de carne y hueso.

La otra habita
mi mente.
Ahí su estricta
proporción
se mantiene.

Pero cómo
he de vivir
con tales criaturas
en mi cama

o cómo deberá él
que tiene una esposa
convertir dos en una
y observar la otra morir.




La Puerta 

Para Robert Duncan

Es tan difícil dirigirse a la puerta
tan ligeramente tallada en la pared donde
la visión en que resuena la soledad
trae un aroma de flores salvajes del bosque.

Lo que entendí, lo entiendo.
Mi mente es tormentosa en ocasiones,
en ocasiones buena y con ansias de vivir,
y siente la tierra.

Pero veo la puerta,
y conocí la pared, y quise el bosque,
y llegaría allá si pudiera
con mis pies y mis manos y mi mente.

Señora, no me destierre
por digresión. Mi naturaleza
es un cenagal de confesiones
sin resolver. Señora, la sigo.

Caminé lejos de mí mismo,
dejé la habitación, encontré el jardín,
conocí la mujer
ahí dentro, juntos nos acostamos.

La noche muerta recuerda. En Diciembre
cambiamos, en vez de multiplicarnos nos dispersamos,
salimos a hurtadillas de la niñez,
el ritual del desmembramiento.

Magia poderosa es una madre,
en ella existe otra cuestión
de arreglo, formas repetidas, la carrera renovada,
la orden recibida.

El jardín resuena a través de la habitación.
Está colocado en la pared como un espejo
que da a una ventana detrás de ti
y refleja las sombras.

¿Puedo partir ahora?
¿Me es permitido inclinarme
en la ridícula postura de la renovación,
de cuya insistencia yo soy la virtud?
Nada para Ti es impropio.

En el interior Tú también serás alta,
más alta, más hermosa.
Ven hacia mí desde la pared, quiero estar Contigo.
Así que grité a Ti,

quien escucha como el viento, y cambia
continuamente, invariablemente,
cambia en la mente.
Corriendo hacia la puerta, gastado

como un reloj se gasta. Caminé en dirección contraria,
tropecé, me desplomé
en el piso cerca de la pared.
Dónde estabas.

Cuán absurdo, cuán vicioso.
No hay nada que hacer más que levantarse.
Mis rodillas fueron hierros, me oxidé venerándote a Ti.
Por eso uno canta, uno

escribe el poema de la primavera, uno sigue caminando.
La Señora siempre se muda al siguiente pueblo
y tú tropiezas tras ella.
La puerta en la pared conduce al jardín

donde a la luz del sol se sientan
las Gracias en largos atuendos victorianos,
de los cuales mi abuela hablaba.
La Historia canta en sus rostros.

Ellas son jóvenes, asequibles,
y tú las sigues también
en los oficios de Dios y la Verdad.
Pero la Señora no se define,

ella será la puerta en la pared
al jardín bañado en luz.
Hablaré y hablaré eternamente.
Nunca llegaré allá.

Oh Señora, recuérdame
quien en Tú oficio crece más viejo
pero no más sabio, no más que antes.
Cómo puedo morir solo.

¿Dónde estará entonces éste que ahora está solo,
que se queja tan patéticamente
en éste cuarto donde estoy solo?
Iré al jardín.

Seré un romántico. Me venderé a mí
mismo en el infierno,
en el cielo también lo seré.
En mi mente veo la puerta,

ante mí veo la luz del sol a través del piso
hacerme señas como la falda de la Señora
que se mueve ligera al más allá.



El Ritmo 

Es todo un ritmo,
desde cerrar
la puerta, a cerrar
la ventana,

las estaciones, la luz del
sol, la luna,
los océanos, el
crecimiento de las cosas,

la mente privada
de los hombres, repitiéndose
de nuevo en ellos,
pensando el fin

no es el fin, el tiempo
retornando,
los de allá muertos
ya que alguien más viene.

Si en la muerte estoy muerto,
entonces en vida también
muero, muero…
Y las mujeres lloran y mueren.

Los niños crecen
tan sólo para ser ancianos,
La hierba se seca,
la fuerza se desvanece.

Entonces se encuentra
con otra vuelta, oh no mía,
no mía, y
al girar muere.

El ritmo que se proyecta
desde su misma continuidad
inclinando toda su presión
de ventana a puerta,
de techo a piso,
luces en lo que se abre,
oscuridad en lo que se cierra.



Algún Eco 

Algún eco,
pedacitos,
cayendo, un polvo,

rayo de luz, en la
ventana, en
los ojos. Tu

pelo mientras
te lo peinas,
la luz

detrás
de los ojos,
es lo que queda.



Música Acuática 

Las palabras son una hermosa música.
Las palabras rebotan como en el agua.

Música acuática,
lenta al alejarse

barcos,
pájaros, hojas.

Ellas buscan un sitio
para sentarse y comer –

sin sentido,
sin importancia.



Algo

Me aproximo con un temblor
tan cauteloso, sintiendo
como siempre la definitiva

tonta pregunta de cómo estuvo,
qué tal se sintió,
y quién lo ha de preguntar. Recuerdo

una vez en un cuarto alquilado
en la Calle 27, la mujer que amaba
entonces, literalmente, después

que habíamos hecho el amor en la espaciosa
cama, sentada sobre
un lavadero de dos grifos, ella

tenía que orinar pero estaba nerviosa,
avergonzada supongo de que
la viera a ella quien

hace sólo un momento estuvo completamente
abierta a mí, desnuda, en
la misma cama. En cuclillas, su

cabeza reflejada en el espejo,
el pelo oscuro ahí, su cara
completa, los hombros,

sentada con las piernas abiertas, abrió
un grifo y temerosa orinó. Qué
el amor podría aprender de tal atisbo.



Oh Mabel

Oh Mabel, nunca
volveremos a caminar
de nuevo las calles

que caminamos en
1884, amor mío,
amor mío.



Por Favor

Oh Dios, vamos.
Este es un poema para Kenneth Patchen.
En todas partes le disparan a la gente.
Gente gente gente gente.
Este es un poema para Allen Ginsberg.
Quiero estar en otro lugar, en otro lugar.
Este es un poema sobre un caballo que se cansaba.
Pobre. Viejo. Cansado. Caballo.
Me quiero ir a casa.
Quiero que tú vengas a casa.
Este es un poema que cuenta la historia,
que es la historia.
No sé. Me he perdido.
Si tan sólo ellos se mantuvieran de pie y me dejaran.
Estás feliz, triste, no feliz, por favor vamos.
Este es un poema para todos ustedes. 





Los Pájaros 

Para Jane y Starr Brakhage

Extrañaré los pajaritos que vienen
por el azúcar que esparces
y los pedazos de pan. Ellos han

domesticado la orilla del mar
y, tal cual soy, celebro eso.
Noches en que mi cabeza parece destrozada

con sueños y el reflujo del mar,
permito que todos vengan lentos, despiertos,
contando pensamientos y objetos familiares.

Aquí yazgo, como dicen, aunque
preferiría caminar sobre la playa
más allá del pueblo hasta alcanzar

la otra playa, a la vuelta de la esquina
de roca y pequeños árboles. Estaba
despejada, y en ocasiones vacía, y

apacible. Esos torpes y amorosos
pelícanos pescaban allí, cayendo
cuales rocas, con gracia, desde al aire,

primero la cabeza, luego sentados en el agua,
dejando que la bolsita de sus picos
se adelgace nuevamente, luego tragándose

lo que sea que hayan atrapado. Los pájaros,
sin importar que no sean de nuestra especie,
se asemejan más a nosotros aquí. Yo quiero

ir donde van, de esa manera tan
pequeña y sencilla. Yo quiero
atravesar ese aire que hace que el mar

allá debajo, sea no el elemento
en que uno se revuelca para subir.
Amo el agua, Yo amo el agua –

pero también amo el aire, y el fuego.

Frank Báez. (Santo Domingo, 1978) Editor de Ping Pong.