Revista
Ping Pong
¿Cuál
fue tu primer contacto con la publicación: recitales, blogs,
revistas, festivales, premios…?
Ariadna
Vásquez - La primera vez que publiqué poesía en Dominicana fue en
una antología de poetas jóvenes que se llamó Safo y que realizó
la editorial Ángeles de Fierro, después publiqué un libro de
poesía con ellos. Antes de eso, publiqué mi primer texto (un
cuento) en Ventana, en el Listin Diario. Sobre lecturas, recuerdo me
tocó leer en casa de amigos, armábamos lecturas de poesía y alguna
vez leí poemas en uno que otro bar, pero realmente siento que he
leído más en recitales y festivales desde que vivo en México y
también he estado más involucrada en publicaciones.
Revista
Ping Pong
¿Cuál
es la imagen que piensas que se proyecta de la actual poesía
Dominicana? ¿Consideras que se atiene a la realidad de la actual
creación?
Ariadna
Vásquez - Siento que es muy díficil generalizar en cuanto a eso,
pero podría decir que hay cierta poesía dominicana que proyecta
algunos escenarios creativos del país. Poesía que revela un poco
más el movimiento de la vida en la isla, en las que sobresalen
grandes personajes como los emigrantes, o presencias muy poderosas
como el mar, las ganas de estar en otro lado, el hastío, la
monotonía, los tenis colgados en el cableado, cosas de los días. Y
no sé si se atiene a la realidad de la actual creación, porque la
actual creación es como algo muy diverso y demasiado cambiante, en
México, por ejemplo, hay una especie de grupos de poetas que son muy
distintos entre sí, eso, si uno quiere agruparlos, que también es
un poco díficil, pero hay ciertas líneas que uno puede señalar y
decir por ejemplo que hay poetas que hablan desde la frontera, donde
la vida es distinta al centro de la República, y donde los
escenarios creativos son otros y tienen que ver con la violencia, el
narcotráfico, las muertes, y hay otros poetas que señalan siempre a
la ciudad, a los arrabales, a la cantina y la oscuridad de los
barrios donde la luz aún se va por muchas horas, y otros que hablan
de los problemas indigenas, en fin, yo pienso que la poesía
dominicana que conozco tal vez no se mueva a grandes pasos de un
motivo creativo a otro, hay poetas que siguen escribiendo de lo mismo
y en cuyos poemas sobresale una gran capacidad por crear imágenes
que al final no dicen mucho, que no traen vida al poema, y hay otros
poetas que tienen otra visión más natural del poema, que lo dejan
ser tranquilo, con su propia historia y su misterio, con las palabras
e imágenes necesarias, y a mí me gustan más esos poetas.
Revista
Ping Pong
- ¿Crees
que el desinterés dejado por las generaciones anteriores a la
poesía y a su difusión (ausencia de revistas y editoriales) ha
afectado a los poetas más jóvenes? O al contrario, ¿los ha
fortalecido y los ha conducido a explorar nuevas formas de expresión
y difusión?
Ariadna
Vásquez - Yo creo que las crisis siempre traen luchas, resistencias,
y en ese sentido, pienso que el poeta dominicano actual tiene la
ventaja de saber que escribir poesía en la isla es mirar el
precipicio, que no es nada fácil y por ello, busca oportunidades en
cualquier lugar, publica independiente, abre su blog, en fin, busca
la manera de publicar y dar a conocer lo que hace. Para mí el poeta
dominicano sabe que tiene que fajarse como un león para darle de
comer a sus poemas.
Revista
Ping Pong
¿Puedes
identificar los pros y los contras de las agrupaciones, los
movimientos o las mafias en la poesía dominicana?
Ariadna
Vásquez - Yo he estado lejos de todo eso desde hace seis años, tal
vez desde siempre, porque yo no me involucré en movimientos, ni
agrupaciones ni mafias dominicanas, y he publicado muy poco allá,
pero aún así presiento que puedo identificar algunos pro y contras
de al menos una agrupación. La mafia de los poetas burocrátas, que
son los poetas que más se publican en editoras como la nacional, y
en otras más, que publican poesía como si hicieran un programa a
favor de la preservación de los corales marinos, es decir, como un
requisito o una cosa más, algo político, y no con un sentido real
de participar en el estado creativo de la poesía dominicana. El pro
de estas agrupaciones es que hacen concursos, y dan becas, y allí
surgen oportunidades para que se publique algo realmente necesario.
Pero a veces los premios también los otorgan como un agradecimiento
a algo que se escapa de la poesía, como un reconocimiento por otras
aportaciones que, aunque algunas sean meritorias, no suponen la
entrega de un premio nacional de poesía o de novela.
Revista
Ping Pong
- Además de escribir poesía, ¿incursionas en otros géneros
literarios?
Ariadna
Vásquez - Sí. Escribo cuentos y ensayos, y he intentado escribir
teatro. Escribí una pequeña obra una vez, pero no ha sido
representada.
Revista
Ping Pong
-
¿Cuáles consideras que son tus influencias? ¿Cuáles opinas que
son los referentes literarios a los que miras en tu poética?
Ariadna
Vásquez - Mis influencias poéticas son muy variadas y casi no
tienen con ver una con otra, aparentemente. Por ejemplo, siento que
tengo o he tenido influencias de poetas como Antonio Gamoneda, Rafael
Cadenas, José Emilio Pacheco, Edmond Jabès, José Carlos Becerra,
Ruben Bonifaz Nuño, Manuel del Cabral, Blanca Varela, Federico
García Lorca y Alejandra Pizarnik, y siento que hay muchos poetas a
los que leo con recelo, con ganas de escribir igual que ellos.
Algunos de esos poetas son Robert Creeley, Charles Simic, Louise
Gluck, Marosa Di Giorgio, José María Lima, Allen Ginsberg (en
Kaddish)
y Kenneth Rexroth.
Revista
Ping Pong -
¿Qué relación mantienes con los poetas dominicanos que viven en
el país y en el exterior?
Ariadna
Vásquez - Casi ninguna, la verdad. Tengo algunos amigos poetas
dominicanos con los que de vez en cuando me escribo. Pero no mantengo
una relación constante con ninguno.
Revista
Ping Pong
- ¿Y con la poesía en otras lenguas?
Ariadna
Vásquez - Me gusta leer poesía en inglés. Y trato de comprar
libros de poetas de habla inglesa en su idioma original porque uno
sabe que se pierde mucho en las traducciones. Y en otros idiomas no
me quedan más que leer traducciones porque apenas leo más o menos
en inglés, tampoco perfecto.
Revista
Ping Pong - ¿A qué piensas que se debe que la poesía dominicana
se conozca tan poco a nivel internacional?
Ariadna
Vásquez - A que no se publica mucho y al hecho de no existe difusión
de las pocas publicaciones que se hacen. Básicamente a eso.
Revista
Ping Pong - Además de escribir poemas, ¿te interesa la traducción,
escribir reseñas o críticas, participar en recitales, hacer
perfomances…?
Ariadna
Vásquez - Sí, yo le entro a casi todo. He estado en perfomances (no
mucho), en lecturas en recitales, leyendo mis comentarios para las
presentaciones de libros y alguna vez estuve traduciendo unos poemas
de Ezra Pound, pero nunca los he publicado, tampoco terminé ese
proyecto. Pero sí me gustaría empezar a traducir algunos poemas de
poetas que casi no se consiguen en español.
Revista
Ping Pong- ¿Qué diferencias estableces entre lo que publicas en el
blog (si tienes blog) y lo que publicas en un libro?
Ariadna
Vásquez - No
tengo blog, se supone que sí, pero hace años que no subo nada.
Entonces no tengo. Y pienso que la diferencia es que el libro es algo
que puedes subrayar, llevarte a la cama (bueno también la laptop),
es algo que abres y cierras hacia los lados, y no hacia abajo y hacia
arriba, como la compu. Para solicitar becas, por ejemplo, te piden el
ISBN de los libros publicados, el blog está en una categoria
distinta a lo publicado en un libro; aunque también están las
cartoneras, con ediciones bellisimas que publican con material
recicable y si publicas en cartoneras no tendrás registro de ISBN.
El blog me parece muy interesante porque es una forma de darte a
conocer entre la comunidad que entra a los blogs, que puede ser muy
grande. El libro se publica y es algo que puedes leer como si hubiera
sido escrito por otro; pero es una realidad que casi nadie lo compra.
Entonces es casi igual y si lo que quieres es darte a conocer, pues
creo que la mejor opción es el blog.
Revista
Ping Pong
- ¿En qué estás trabajando actualmente?
Ariadna
Vásquez - Estoy escribiendo poesía actualmente. Tengo un proyecto
de spoken word con una poeta mexicana que se llama Guadalupe Galván.
Y también trabajo en una antología de poetas dominicanos nacidos
después de los 70’s que publicarán en la revista Punto de Partida
de la UNAM.
Poemas de Ariadna Vásquez
PANTANO
El
pantano deshoja la ciudad, la humedece.
Por
las calles anda el fango desatado.
Un
olor de cacaotales asalta tu ventana.
Has
estado allí demasiado tiempo.
Todo
la sala toda la casa el sofá la lamparita la alfombra con su pelaje
atormentado,
todos saben el secreto de tus resacas.
En
los gabinetes hay pantano.
En
la licuadora abunda el pantano.
Has
estado solo y demacrado,
esperando
el calor con la nariz mojada,
acechando
la lumbre y los piojos que abandonan.
Has
estado allí demasiado tiempo,
vigilante
de la pasión vacía,
con
tu taza llena y una caja de cereal recién abierta,
esperando
el ahogo de la mosca.
Y
afuera,
sé
que sabes,
afuera
amenaza el pantano.
En
el metro hay pantano
en
viaducto hay pantano
en
el baño de la estación de policías, hay pantano
en
la coladera, sucio tibio temerario,
hay
pantano,
en
el periférico hay pantano
en
el Turibus,
mucho mucho pantano
en
la oficina a las diez en punto nadie lo ve hay pantano
arena
movediza en la sala de los hospitales
en
la escuela de ocho a una
debajo
de los bancos del parque
hay
pantano.
Fango
aterrizando sobre las jacarandas y los letreros de moteles en Tlapan
hay
pantano.
Sales
a trepar tus zapatos nuevos al trolebús
y
desde la última fila una señora dice que están regalando bolsitas
de Miguelito
en
Soriana
a todos aquellos que nieguen el pantano.
Y
mira
ahora
la
sal quema el escenario.
Existe
la certeza del pantano.
Hay
pantano.
En
la sala del dermatólogo hay pantano
en
la iglesia hay pantano
en
mi casa hay pantano
en
la tuya hay pantano
en
el mercado hay pantano
en
el wallmart, pantano
en
el cine, pantano
en
la carretera hay pantano
en
la feria hay pantano
en
la cortina se esconde triste educado
imitador
de lluvias,
el
pantano.
Fango
en el área de bisutería de la Ciudadela,
fango
en la estación Balderas,
fango
en la Bodeguita del Medio,
fango
en la oficialía civil,
los
recién casados toman sus anillos de piedras falsas y empiezan a
levantar sus
casas
con las manos.
No
creerán jamás el pantano.
Tú
esperas una vez más el micro lleno en Hidalgo
y
reconoces la voz del claxon cuando grita: pipi pi pipi
Hay
pantano y tú mueres porque empiece el dos por uno en margaritas en
el bar de
la
esquina
y
elijes mejor tomar el taxi
y
bajo la tela sospechosa del asiento
lo
hueles
hay
pantano.
Ayer
por la tarde
mientras
acababas tu hamburguesa en la zona rosa,
viste
Cien Mexicanos Dijeron
y nadie dijo nada del pantano,
y
en Los Pinos
una pequeña marisma inició el musical del bicentenario.
Has
estado aquí demasiado tiempo.
Llevas
la frialdad como un gesto inquieto en la garganta.
Cruzas
frente a la casa de esa mujer que tanto deseas
y
escupes de rodillas al pantano.
Has
estado aquí demasiado tiempo,
tu
cuerpo está cercado por el orden,
con
su veneno intacto,
camina
diligente hacia los camellones,
sube
las banquetas, cruza con cuidado mientras el hombrecito verde patalea
en el
semáforo,
y
eficiente, tu cuerpo come,
cena
restos de la comida de ayer o antes de ayer o antes de antes de ayer.
Has
estado cansado desde el inicio
y
esta noche el pantano cubre la ciudad con su velo arrugado.
Una
bandada de pájaros arrastra trajes de novia abandonados,
parecen
nuevas montañas sitiando el valle.
El
zócalo es un hoyo
es
un pantano.
Entre
sus grietas sobreviven algunos peces de colores.
Hay
pulpos amarrando las raíces de la tierra
construyendo
la antigua calzada de los precipicios
con
cabellos que han sobrevivido en el desagüe.
El
hombre revendiendo los boletos del Metro
ve el pantano,
las
muchachas que dan a luz bajo las alcantarillas han visto el pantano,
la
señora de las frutas vio el pantano
pero
no le creyó y se fue en un bocho llorando.
Nadie
en el Teletón
ve el pantano.
Jugando
la lotería no ve el pantano
yendo
al estadio no ve el pantano
frente
al televisor no sabe el pantano.
Acelerando
el paso y diciendo que sí como los pollos
hay
pantano
en
los paraderos se ha visto el pantano,
en
las cantinas se ha visto,
el
que vende toques afuera de un Sanborns
prefiere siempre el pantano,
en
los billares hay pantano
en
todos los poemas
en
las mesitas de noche hay pantano
en
las chanclas hay pantano
en
las llantas de la Ecobici
hay pantano
en
todos los pasillos en la montaña rusa en la planta baja y en los
sótanos
hay
pantano
en
los relojes suena se ve el pantano
en
el espejo suena se ve el pantano
en
la azotea hay pantano
en
tu cabeza hay pantano
hay
pantano aquí
hay
pantano en la casa de Frida
hay
pantano en los elevadores
hay
pantano en los vestidores de las tiendas,
y
en el balcón de tu casa.
Has
estado ahí demasiado tiempo.
Es
la hora de decir alguna cosa del pantano.
Todos
los gatos todos los poetas todos los caballos todos los taxistas
todas las
serpientes
hablan del pantano
y
todos los mimos.
COMO
ATRAVESANDO RUINAS
Cada
tres kilómetros en la carretera
vemos
un perro muerto.
A
casi todos los esquivamos en el camino.
También
hay zapatos
y
vestidos de niñas abandonados
y
es necesario maniobrar
como
atravesando ruinas.
Al
pie de las montañas cuelgan alfombras de colores,
de
esas que le prometí a Marian hace tres años,
cuando
visité la isla en un verano.
Aquella
vez no las compré.
Ahora
tampoco me detengo a verlas
y
las vendedoras al borde del camino,
sentadas
en sus sillas de guano,
me
miran pasar como si conocieran mi deuda,
como
si Marian les hubiera contado
alguna
tarde, de paso hacia a las Terrenas.
Vamos
al velorio de Altagracia.
Hay
hombres caminando a ambos lados de la carretera,
están
vivos y son flacos,
todos
tienen la piel de caña bronceada,
y
huelen a hierbas
y
a platanares escondidos.
Se
arrastran con el torso encorvado de las hienas,
y
van guiando a sus caballos.
El
cansancio también va con ellos.
Parece
que regresan de la guerra.
Aún
llueve y llegamos al pueblo.
La
calle es de tierra,
hierve.
El
lodo parece congregarse en las puertas de las casas.
Su
color ocre es un aviso de que la muerte anda cerca.
El
tiempo se puede medir entre una mano y otra.
En
el velorio,
la
muerte es protegida por paraguas.
Hombres
y mujeres, escondidos de la lluvia,
cantan
a Dios y yo en silencio,
diciéndole
sí a Soldileny,
“sí,
es cierto que el dominicano no se moja cuando llueve”
y
ella a más de doscientos kilómetros de mí,
en
la Trece,
abriendo
un día más el negocio de su madre muerta,
mientras
en el pueblo las mujeres se cubren los cabellos
bajo
la ternura de los paraguas cojos,
hay
uno rojo, otro de rayas verdes,
y
bajo ellos se canta,
se
cierran los ojos con dulzura
para
que no se quede la desdicha en los aposentos
y
se vaya la muerte más al sur, a otros campos lejanos.
Se
canta hosanna oh señor
como
invitando a los ángeles a bajar a la enramada,
a
besar y bendecir a Altagracia,
con
ese tono agudo de los que piden ayuda,
y
así se canta
porque
además las voces alejan la desgracia,
e
incluso la lluvia va desapareciendo,
también
la mirada va desapareciendo.
De
camino al panteón
una
niña dice que Altagracia sabía cómo ayudar a la gente.
Regresamos
unas horas más tarde a la ciudad.
Al
llegar a la casa de mis padres
en
la ducha
canto
hosanna
sin querer.
Luego
sueño:
Altagracia
camina junto a una muchacha triste.
Levanta
unos perros muertos de la carretera.
Uno
por uno los va colocando con cuidado sobre alfombras de colores.
TERESA
Teresa
debe tener veinticinco años ahora.
Yo
la conocí en London Bridge
mientras ella buscaba su tren un domingo en la tarde.
Me
miró varias veces antes de preguntarme, en español,
si
yo sabía cómo llegar a West
Croydon.
Tenía
una expresión de abandono en sus ojos,
como
un potro que pierde a su madre
durante
la migración
y
ya no sabe seguir a los otros.
Ella
quería llegar a la estación West
Croydon
y
yo miraba sus ojos alumbrarse,
a
punto de derramar algo sospechoso en el anden.
Algo
en ella estaba realmente vivo.
Le
dije que iba en la misma dirección
y
me bajaría una parada antes que ella.
Subió
conmigo al tren.
En
aquel tiempo,
quién
sabe por qué,
yo
me obsesioné con hacer fotos de zapatos,
como
queriendo retratar el camino de la gente,
así
que le pedí a Teresa,
sentada
en el tren,
que
me dejara tomarle una foto a los suyos.
Ella
accedió
y
allí vi
por
primera vez
su
sonrisa.
Teresa
es de una isla,
como
yo.
Si
aún vive,
es
la única persona que conozco de Manacor.
Quizás
todavía hable con pena el español,
como
si se le fueran a caer los dientes.
Y
tal vez aún
encorva
mucho los hombros cuando está sentada.
Nos
vimos unas ocho veces durante mi viaje.
Ella
estaba de visita en Londres,
como
yo.
Tenía
un novio y un amante,
como
yo,
tampoco
sabía lo que haría con su vida
igual
que yo,
y
era adicta a platicar durante las caminatas.
En
Londres,
Teresa
dormía en casa de un matrimonio turco que se peleaba todas las
noches durante la cena.
La
pareja se insultaba en turco.
Maldecían
y gesticulaban en turco,
y
ella, que no entendía turco,
escapaba
a la cocina, escurridiza,
tomaba
un vasito de Cutty sark
y
se servía otro para llevar.
Luego
se iba a la cama a intentar leer en inglés
una
edición de Great Gatsby
que compró en Portobello Road.
Recuerdo
la cara de Teresa cuando hablaba de lo confuso del amor,
de
aquel viaje a Madrid con el amante,
de
su vida cómoda en Barcelona,
de
su novio cómodo en Barcelona.
Sus
pupilas, su entrecejo, su boca casi adolescente,
todo
su rostro se inundaba de un halo luminoso,
como
si de su cabeza estuviera surgiendo un astro nuevo.
Teresa
estaba cambiando cuando la conocí.
Seis
meses antes de ir a Londres,
se
había mudado a Barcelona.
El
cuerpo se le empezaba a acomodar lejos de la madre,
y
una fiebre por vivir
había
estallado silenciosa en Croydon,
en
esas noches de intensas peleas en turco
y
vasitos de whiskey sobre la cama.
Muchas
veces, mientras Teresa hablaba,
imaginé
que de su rostro emergía una fuerte explosión,
que
todo su cuerpo se abría en pedazos frente a mí,
que
solo sus ojos sobrevivían y se multiplicaban en miles y miles de
ojos
esparcidos
por el suelo,
pegados
en las paredes sucias del bar,
y
pensaba en que yo tendría que recogerlos
uno
por uno y acomodarlos en bolsitas tipo ziploc
y
llevárselos a su madre en Mallorca.
Una
noche dijo que su padre había muerto
y
su abuela
y
su perro Agustí.
También
dijo que sólo leía poesía en catalán.
Otra
noche nos emborrachamos en un pub
y
cantamos con Nina Simone
Don´t
let me be misunderstood.
El
bartender nos invitó una cerveza más
y
perdimos juntas el último tren a West
Croydon.
No
sé por qué pienso en Teresa
en
esta noche de lluvia.
No
llovió en Londres un día mientras estuve con ella.
Ahora
recuerdo que perdí su correo electrónico,
también
sus números.
Y
pienso que el azar tal vez haya previsto este poema,
porque
no deseo saber de Teresa más allá
de
esas cuatro semanas en Londres,
como
un libro cuyas páginas finales
se
hubieran perdido,
o
una película en la que una hermosa mesera aparece
sirviéndole
café al protagonista
y
luego no la volvemos a ver,
y
se acaba la película,
y
nos quedamos pensando en distintas versiones
de
su vida,
en
que tal vez ella era una bailarina en Chicago
y
tuvo un accidente en coche,
junto
a su hermana.
Su
hermana murió,
y
ella se volvió una mesera
que
servía sonriente el café por las mañanas.
Madre
dice que hay una parte de nuestras vidas
que
está llena de historias recortadas,
de
retazos,
de
diálogos que se van acercando a los sueños;
de
instantes con ciertas personas que nos acompañaron
por
muy corto tiempo,
de
encuentros que no se volvieron cotidianos,
y
se quedaron como algo inacabado,
como
algo que ya no pudo integrarse a la vida;
como
cuando te enamoras en un viaje de dos semanas,
y
toda la memoria se queda allí
en
el lugar del viaje,
que
es como un escenario donde todo queda intacto,
donde
los días son incapaces de iniciar su cáncer;
esa
muerte que derraman sobre todas las cosas.
Madre
dice que allí hay algo eterno.
Seguro
que Teresa es una de esas personas que
ya
no volveré a ver en el camino.
Lo
sé porque esta noche escribo para ella
aunque
no sé cómo ha sido su vida,
si
ya amó,
si
fue abandonada,
si
cambió de carrera en la universidad.
Ya
no puedo saber si reventó su cara en una calle de Mallorca
o
Barcelona
o
si su madre aprendió a estar sin ella.
Teresa
me acompañó en mi último día en Londres.
Nos
despedimos en Waterloo East
a las seis de la tarde.
Juró
que dejaría a su novio al llegar a Barcelona.
Yo
le prometí una postal,
y
recuerdo que llegando a México,
compré
la postal en un bar y escribí, casi a oscuras:
Teresa,
que todo siga cambiando contigo.
Sé
feliz. Alguien te recuerda desde tierras aztecas.
Escribí
la dirección de su madre en el destinatario.
Ahora
vivo a dos cuadras de Correos de México.
Aún
guardo la postal de Teresa en mi cajón.
También
conservo la foto de sus zapatos
cuando
iba sentada aquella tarde en el tren.
A
veces la miro y hago una especie de rezo oscuro,
ruego
para que Teresa aún se pierda en alguna ciudad
y
no sepa cómo seguir a los otros.
Más poemas de Ariadna Vásquez
Ariadna Vásquez Germán (República Dominicana, 1977) Ha publicado los poemarios El Libro de las Inundaciones (proyecto editorial Atarraya Cartonera, Puerto Rico, 2011), Cantos al Hogar Incendiado (Editorial Praxis, México, 2009), La palabra sin habla (Tintanueva Ediciones, México, 2007) y Una casa azul, (Editorial Ángeles de Fierro, República Dominicana, 2005), y así como la novela Por el desnivel de la acera (Editorial Praxis, México, 2005). Es columnista outsider de la Revista U en la República Dominicana.
En el 2010 obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven de la Feria del Libro de Santo Domingo (Rep. Dom).